Si se han presentado alguna vez a las oposiciones de Enseñanza recordarán que el tema sobre el que habrán tenido que disertar salió al azar en una bola numerada sacada de un saquito. Pues bien, sepan que eso es un buen ejemplo de una antigua costumbre conocida como insaculación, término que deriva del latín in sacculum (en la bolsa) y hace referencia al sistema que se utilizaba en el mundo clásico para nombrar magistrados de forma imparcial. De hecho, todavía se utiliza hoy en determinados ámbitos y situaciones, aunque no con métodos tan artesanales claro.

La idea de que el poder corrompe a quien lo ejerce no es una exclusiva actual. En la Antigua Grecia no sólo eran ya plenamente conscientes de ello sino que desarrollaron métodos para ponerle coto y evitar abusos. Por supuesto, eso no impidió que surgieran casos igualmente y algunos muy sonados, como aquel de Demóstenes cuando, tras fingir unas anginas para no hablar de Mileto a instancias de sus embajadores, le preguntó a un actor cuánto había cobrado por hablar y luego añadió que él cobró más por callar. No obstante, los griegos intentaban evitar estas situaciones en sus órganos de gobierno en la medida de lo posible y la insaculación fue una herramienta para ello.

Básicamente, era un sorteo para elegir a los miembros de las magistraturas, en libertad e igualdad (isonomía), siguiendo el concepto aristotélico de democracia frente al de oligarquía. La diferencia, decía el filósofo, estaba en la manera en que se elegía a los órganos de gobierno: el sorteo frente a la elección directa. O, como Tucídides recoge en el Discurso fúnebre de Pericles (en su obra Historia de la guerra del Peloponeso): «[la democracia] Es administrada por la mayoría en vez de unos pocos». Bien es cierto que algunos prefieren hablar de demarquía o estococracia, en vez de democracia, cuando no hay partidos políticos y el gobierno se escoge por sorteo.

Para ello, los atenienses empleaban una curiosa máquina denominada kleroterion, un bloque de piedra perforado por docenas de ranuras ordenadas en filas. Cada ciudadano tenía un pinakio, una especie de chapa de bronce con su nombre que introducía por una de esas ranuras al azar y luego un archon (oficial de justicia) añadía una serie de bolas blancas y negras en la parte superior. Éstas descendían por un tubo y, tras mezclarse, se iban extrayendo por la parte inferior de cada fila, de forma que una bola blanca indicaba que los ciudadanos cuyos pinakios estaban en dicha fila pasaban a integrar la Boulé (Consejo) o el tribunal popular de heliastas (de un nivel inferior al anterior), mientras que las filas con bola negra quedaban exentas.

Discurso fúnebre de Pericles, cuadro de Philipp Foltz (1877) / foto dominio público en Wikimedia Commons

Los ciudadanos debían ser mayores de treinta años, elegibles (o sea, tener plenos derechos) y desempeñar el cargo para el que habían sido elegidos durante un año solamente, sin derecho a repetir (aunque sí podían acceder a una magistratura diferente). Además quedaban sometidos a la dokimasia, una especie de inspección previa que hacían los jueces del Areópago (magistrados de nivel superior elegidos por los arcontes de entre los que lo habían sido antes) y que, en teoría, determinaba si estaban capacitados para ejercer esa función, aunque en la práctica nunca se desechó a nadie porque lo que realmente hacía era investigar su ascendencia y su vida personal (incluyendo la religiosa), así como cuantificar sus bienes para que al final del mandato no tuviera más, sinónimo de corrupción.

Al terminar la legislatura los magistrados debían rendir cuentas en un proceso que duraba tres días llamado euthyna y se desarrollaba en el Ágora. Había dos fases, una primera ante ante diez logistas (contables) y una segunda ante otros diez eutinios (enderezadores), a cada uno de los cuales asistían dos paredroi o asesores. El que fueran diez en ambos casos se debía a que representaban a cada una de las tribus. Todos ellos eran elegidos también por sorteo en la citada Boulé, una asamblea de gobierno que en Atenas se identificaba con el Areópago y estaba formada por cientos de ciudadanos -Clístenes estableció quinientos-, salidos a su vez de una insaculación.

Todo esto se completaba con otros métodos pero éste es el que nos interesaba para hablar de la insaculación, por su carácter anónimo. Anónimo y sagrado, si tenemos en cuenta que los propios dioses lo practicaban. Según la mitología clásica, Zeus, Poseidón y Hades, con la ayuda de los cíclopes y los hecatónquiros, derrocaron a su padre Cronos tras una gran guerra llamada Titanomaquia, confinándole en el Tártaro junto a otros titanes; eso según Homero y Hesíodo, pues otras versiones varían y los poemas órficos cuentan que le encerraron en una gruta mientras que Píndaro decía que Zeus le liberó después, dejándole reinar en el Elíseo. El caso es que los tres hijos se repartieron los reinos de su padre, el cielo, el agua y el inframundo respectivamente, recurriendo a la insaculación.

Esta tradición electora no se limitó a la Antigua Grecia. Los romanos la heredaron, aunque le introdujeron muchas modificaciones que en la práctica otorgaban los cargos siempre a los miembros de las clases superiores y a menudo con compra de voluntades de por medio. En la Edad Media la siguieron usando varias repúblicas del norte de Italia como Florencia (donde se usaba un saco con los nombres de los candidatos dentro y se aplicaba tanto para magistrados como para los miembros de la Signoria e incluso los gremios) o su modelo, Venecia (para elegir al Dux, los integrantes del Gran Consejo y, también, los gremios), si bien, como en el caso romano, se mixtificaba el proceso para conseguir que el asunto quedara entre las familias de la élite social.

Otras ciudades que emplearon la insaculación fueron las suizas, que lo hicieron entre los siglos XVII y XIX. Pero la cosa no se limitó a la península italiana y su entorno. En el siglo XV, las magistraturas municipales de la Corona de Aragón también se elegían de esa manera de forma parcial hasta que Fernando II (el esposo de Isabel de Castilla) concedió en 1498 varios privilegios para generalizarla e incluso extenderla a otros ámbitos. Tuvo tanto éxito para luchar contra la corrupción que pervivió doscientos dieciocho años más, hasta que fue abolida por Felipe V con los Decretos de Nueva Planta.

Asimismo, pueblos de distintas regiones del Reino de Castilla lo practicaban siempre que lo permitiese la autoridad superior y bajo su supervisión, constituyendo una manera de esquivar la rivalidad entre familias o partidos. Sin embargo no es algo exclusivo del pasado. Hoy en día todavía se recurre al sorteo en determinadas circunstancias, como la elección de miembros de los jurados, mesas electorales, asambleas ciudadanas y hasta en el Parlamento (la designación del diputado que dará comienzo a la votación durante la sesión de investidura de Presidente del Gobierno).

Esto es así no sólo en España sino también en Europa e incluso sitios tan exóticos como India, donde algunos pueblos eligen a sus cargos municipales escribiendo los nombres de los candidatos en hojas de palma que se introducen en una olla y luego un niño las saca al azar. En el mundo anglosajón es frecuente el sorteo para múltiples cuestiones, como adjudicación de destinos militares, reparto de escuelas o como forma de dirimir unas elecciones en caso de empate. La Cámara de los Comunes inglesa contempla la posibilidad de recurrir al azar para elegir a parte de sus miembros; también la canadiense.

La insaculación tiene ventajas e inconvenientes. Entre las primeras están la representatividad de la diversidad social, la igualdad total de posibilidades, la eliminación de las interferencias de la corrupción (influencias, sobornos, nepotismo…), la superación de sesgos de todo tipo (raciales, sexuales, religiosos…), la superación del desencanto del votante o la garantía de que se elige a un candidato y no a un partido. Entre las desventajas cabría citar la posible incapacidad del candidato para el cargo, el riesgo de que salga elegido alguien cuyas ideas no representan a la mayoría (ya enunciado por Plutarco), la posible soberbia de un designado que no sienta cuestionada su autoridad o, al contrario, la insatisfacción por desempeñar una función no deseada.

En su famoso libro El espíritu de las leyes, Montesquieu decía: «El sufragio por sorteo es de la naturaleza de la democracia, mientras que el sufragio por elección es de la naturaleza de la aristocracia». Y Rousseau estaba de acuerdo. Eran otros tiempos.


Fuentes

Filosofía y democracia en la Grecia antigua (Laura Sancho Rocher)/Historia de la guerra del Peloponeso (Tucídides)/Los orígenes de la democracia griega (W. G. Forrest)/The law in classical Athens (Douglas M. MacDowell)/El espíritu de las leyes (Montesquieu)/Deliberation, representation, and the epistemic function of parliamentary assemblies: a burkean argument in favor of descriptive representation (élène Landemore)


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