Imaginen que los alemanes hubieran desarrollado una poderosa arma secreta a finales de la Segunda Guerra Mundial. Otra más que sumar a una larga lista pero esta vez algo completamente diferente a lo convencional, conceptualmente hablando, un sistema que permitiera anular la gravedad en sus aeronaves e incluso, según alguna versión, viajar en el tiempo. Ese invento se conoce con el nombre de Die Glocke (La Campana) y formaría parte de esa legión de wunderwaffen, es decir, armas milagrosas, que se supone desarrollaron los nazis en los últimos compases de la contienda para dar un giro al curso de ésta. Hablo en condicional porque no existe ninguna prueba, no ya de su existencia sino siquiera de un auténtico trabajo en ese sentido.

El concepto de wanderwaffen respondía más a la intensa actividad del Ministerio de Propaganda de Goebbels que a la realidad. Evidentemente, sí que hubo proyectos; muchos, de hecho, y en todos los ámbitos: aviones a reacción como el Messerschmitt Me 262, el Heinkel He 280 o el Focke-Wulf Ta 183; carros de combate de tamaño colosal como el Landkreuzer P 1500 Monster o minúsculos como el Kugelpanzer; submarinos eléctricos, como los de la serie XXI, y con capacidad de lanzar misiles balísticos; helicópteros; cohetes y misiles teledirigidos; un cañón sónico; armas químicas como el gas sarín o bacteriológicas como la toxina botulínica; y por supuesto, el intento de conseguir una bomba atómica, entre otras cosas más.

Sin embargo, la mayoría de esos inventos no pasaron de la fase teórica y fueron pocos los prototipos que se llegaron a fabricar, aunque algunos de los proyectos, incluyendo a sus autores, se los llevaron los estadounidenses para continuar los trabajos en su país en la conocida como Operación Paperclip. El resto sólo sirvió para mantener la moral entre la población con la promesa de un arma secreta de última hora que Hitler se guardaba en la manga y que permitiría alcanzar la victoria final. Como sabemos, las cosas fueron muy diferentes.

Un Messerschmitt Me 262/Imagen: Noop1958 en Wikimedia Commons

Ahora bien, la posibilidad de que existiera un artilugio oculto completamente revolucionario para su época y bien raro, a ser posible, es algo que ha excitado la imaginación de muchos escritores. Algunos como Jan Van Helsing,​ Norbert-Jürgen Ratthofer y Vladimir Terziski no tuvieron complejos a la hora de mezclar realidad y ficción en un tótum revolútum que incluía el diseño armamentístico, la afición nazi por el esoterismo, sociedades secretas de historicidad segura como la Thule o más discutibles (caso de la Vril) y la moda de los OVNI que empezó a difundirse en los años cincuenta. Son incontables las publicaciones -y hasta películas- que hay en esa línea, unas en tono de broma pero otras en serio.

Así, por ejemplo, atribuyeron al Tercer Reich la invención de una especie de platillo volante, abriendo la puerta a una legión de imitadores que encontraron en los seguidores de esos mundillos (el nazi y el aficionado a los temas esotéricos). En el año 2000 Igor Witkowski, un periodista polaco especializado en tecnología militar e historia de la Segunda Guerra Mundial, director de revistas sobre ambos temas, publicó un libro titulado Prawda o Wunderwaffe, que según sus propias palabras era el resultado de «quince años de trabajo en archivos, en varios países».

La obra alcanzó cierto éxito porque otro periodista y escritor del mismo ramo, el británico Nick Cook, se hizo eco y lo popularizó al citarlo en su propio libro The Hunt for Zero Point (La caza del Punto Cero), publicado al año siguiente y en el que hablaba de los trabajos de los científicos nazis en el campo de la propulsión antigravitatoria. Gracias a la reseña de Cook, Prawda o Wunderwaffe fue traducido al inglés en 2003 como The truth about the Wunderwaffe (La verdad sobre la Wunderwaffe; luego hubo una edición ampliada con el título New truth about the Wunderwaffe) y empezó a aparecer en las bibliografías ocultistas o relacionadas con el nazismo y su industria secreta de armamento.

Igor Witkowski/Imagen: Danuta Anna Sharma en Wikimedia Commons

Uno de los capítulos más sorprendentes del trabajo de Witkowski estaba dedicado a un proyecto bautizado con el nombre Die Glocke (La Campana), que habría descubierto en 1997 al tener acceso, a través de un contacto en el servicio de inteligencia polaco, a las transcripciones del interrogatorio de un oficial de las SS, Jakob Sporrenberg. En ellas, el germano narraba los detalles de un experimento llevado a cabo en una base oculta llamada Der Riese, que se encontraba en las Montañas Búho, cerca de la mina Wenceslaus, en los Sudetes (próxima a la frontera checa).

Plano de los complejos subterráneos de Der Riese/Imagen: Les7007 en Wikimedia Commons

Der Riese existió realmente y consistía en unas instalaciones subterráneas que se empezaron a construir a partir de 1943 desde del castillo de Książ, con túneles, ferrocarriles, líneas telefónicas, etc. La mano de obra empleada fueron unos trece mil prisioneros, trasladados en su mayor parte desde Auschwitz, y según el testimonio de Albert Speer, el arquitecto del régimen, el presupuesto de las obras ascendió a ciento cincuenta millones de marcos; no en vano Der Riese significa El Gigante y sus enormes dimensiones impidieron que se pudiera finalizar, al echarse encima 1945 y acercarse cada vez más los Aliados.

El caso es que Witkowski sitúa allí una extraña estructura campaniforme de cuatro metros y medio de altura por dos y medio de ancho aproximadamente, hecha de «un metal duro y pesado» recubierto de cerámica, que contenía dos cilindros giratorios llenos de un fluido de color violeta y consistencia similar a la del mercurio al que se identificaba como Xerum 525 y cuyas reservas se conservaban en una cápsula de plomo de un metro de longitud. Sporrenberg añadió que había otros líquidos complementarios como leichtmetall (que en alemán significa metal ligero) y peróxidos de torio y berilio, elementos usados como combustibles en los reactores nucleares.

El periodista polaco explicaba que el objetivo de Die Glocke era generar propulsión antigravitatoria -por eso estaba sujeta al suelo mediante gruesas cadenas- y que al ponerlo en marcha podía provocar efectos mortíferos sobre los seres vivos que estuvieran en un radio de ciento cincuenta a doscientos metros: congelación de la sangre en el sistema circulatorio, descomposición de los tejidos orgánicos… Más aún, cinco de los siete miembros del equipo de investigación -que dirigía el físico Walther Gerlach- perecieron durante las pruebas, aunque no se aclaró cómo. Witkowski cuenta en su libro que un científico francés llamado Elie Cartan ya había dado pasos importantes en ese campo tras la Primera Guerra Mundial, aunque la antigravedad que generó resultaba demasiado débil para tener una aplicación práctica.

La Campana en funcionamiento/Imagen: YouTube

Los cilindros de La Campana girarían en respectivos sentidos contrarios generando un vórtice que originaría una separación de los campos magnéticos de los superconductores utilizados. El proyecto, impulsado por las SS-Führungshauptamt, se desarrolló entre noviembre de 1941 y abril de 1945, y dado que la descripción procede de un militar en vez de un científico, la cosa resulta bastante confusa. Porque, además de que ante la inminente llegada del enemigo Sporrenberg habría recibido la orden de ejecutar a todos los relacionados con el proyecto, resulta que el agente secreto polaco que facilitó los documentos al periodista le prohibió realizar copias, debiendo limitarse a tomar notas.

Foto del pasaporte de Hans Kammler/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Es decir, no hay pruebas ni materiales ni documentales. El propio Witkowski dice que La Campana fue sacada de Alemania y enviada a un país sudamericano de aquellos que acogieron a criminales de guerra nazis fugados. Nick Cook añade que no fue a América del Sur sino del Norte, a EEUU para ser exactos, tras un acuerdo pactado entre los Aliados y el general de las SS que estaba al mando, Hans Kammler. Este también fue un personaje auténtico; era ingeniero y dirigió la construcción de algunas de las armas especiales citadas antes, como las V-2 o los aviones a reacción Messerschmitt Me 262, dándose la circunstancia de que al acabar el conflicto desapareció sin dejar rastro.

Tal cúmulo de imprecisiones no hace sino poner en tela de juicio todo el asunto. Los más escépticos, generalmente vinculados al mundo académico de la tecnología, la física y la ingeniería, lo despachan como ficción, mero pastiche de historias sobre el siempre fascinante entorno del nazismo que ya circulaban desde la publicación en 1960 de El retorno de los brujos, de Louis Pauwels y Jacques Bergier, el libro que abrió la Caja de Pandora del esoterismo, la parapsicología, las civilizaciones prehumanas y el ocultismo nazi. Otros, con cierto voluntarismo, creen que quizá Die Glocke pudo existir pero que por su forma no sería más que una torre de refrigeración.

Dio igual. Allí había un filón al que una legión de autores no estaban dispuestos a renunciar y algunos le dieron una vuelta de tuerca al planteamiento «científico» de Witkowski para entrar de lleno en el delirio. En eso se llevaría la palma Henry Stevens, un tipo en cuya bibliografía figuran títulos como Hitler’s flying saucers. A guide to german flying discs of the Second World War y que en otro de sus libros, Hitler’s suppressed and still-secret weapons, science and technology, publicado en 2007, no tiene empacho en decir que el físico alemán Otto Cerny había desvelado en 1961 un artilugio muy parecido a Die Glocke con el que se podía viajar en el tiempo.


Fuentes

The German approach to antigravity (Igor Witkowski)/The truth about the Wunderwaffe (Igor Witkowski)/The Henge at Ludwikowice, Poland-Test rig for the NAZI-Bell (Gerold Schelm)/Hitler’s suppressed and still-secret weapons, science and technology (Henry Stevens)/Nazi secret weapons (Patrick K. Kiger en National Geographic)/El retorno de los brujos (Louis Pauwels y ‎Jacques Bergier)/The hunt for Zero Point. Inside the classified world of antigravity technology (Nick Cook)/www.igorwitkowski.com/Wikipedia


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