Seguro que alguno todavía recuerda Shogun, aquella exitosa serie de televisión protagonizada por Richard Chamberlain y Toshiro Mifune que adaptaba una no menos popular novela de James Clavell sobre el choque cultural que vive un marino inglés en el siglo XVI, tras naufragar frente a la costa de Japón y ser acogido en su casa por un poderoso daimyo. Pues bien, la historia está basada en hechos reales y en un personaje auténtico que vivió una experiencia similar: William Adams.

De la juventud de Adams se sabe lo que él mismo contó en una carta datada en 1611: nació en 1564 en la villa de Gillingham, en el condado de Kent, y al morir su padre cuando él sólo tenía doce años entró a trabajar en un astillero londinense, formándose para a continuación ingresar en la Royal Navy, en la que serviría a las órdenes del mismísimo Francis Drake y tomaría parte en los combates contra la Armada Invencible capitaneando un barco de aprovisionamiento llamado Richarde Dyffylde.

Luego entró a trabajar como piloto para una empresa privada, la Barbary Company, también conocida como Marocco Company porque comerciaba con el sultanato de Marruecos en nombre de la reina Isabel I.

Carta manuscrita de Adams/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La siguiente etapa de su vida resulta un un poco más confusa porque depende de las fuentes dejadas por los jesuitas, cuya veracidad o exactitud no están claras debido a que, parece, mezclan la biografía de Adams con la de otro navegante, Jacob Mahu, al decir que participó en una expedición al Ártico en busca del ansiado Paso del Noroeste. Lo que sí es seguro es que en 1598 le contrataron dos armadores de Roterdam que se habían unido y serían el germen de la posterior Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales: Pieter van den Hagen y Johan van der Veken.

Adams fue nombrado piloto, cargo que en el mundo naval de la época equivalía al actual de primer oficial y exigía saber el manejo de cartas e instrumentos náuticos, por lo que requería unos conocimientos considerables de matemáticas y navegación hasta el punto de que en España, por ejemplo, era obligatorio aprobar un examen en la Casa de Contratación. Así pues, zarpó de las Islas Frisias rumbo a Asia como piloto de una flota mandada por el mencionado Jacob Mahu.

Eran cinco barcos de diversos portes (Hoop, Liefde, Geloof, Trow y Blijde Boodschap) con casi medio millar de hombres en misión comercial: vender sus mercancías en la costa pacífica de Sudamérica cobrándolas en plata y luego atravesar el océano hacia las Molucas para comprar especias. Aunque la primera parte del viaje resultó fácil, atacando la isla portuguesa de Annobón, en Guinea, para aprovisionarse (de hecho, la Compañía Neerlandesa se establecería en ella a mediados del siglo XVII usándola como factoría esclavista), ya empezaron a sufrir las primeras muertes por fiebres tropicales, entre ellos Mahu.

Los cinco barcos de la flota/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, lo realmente malo fue el paso del temible Estrecho de Magallanes, que dispersó la flota y obligó al Geloof a volver a Europa. Los demás hicieron una razzia por el archipiélago de Chiloé pero luego una nueva tempestad los separó y mermó aún más: se perdió contacto con el Hoop (fondeó en las Galápagos, donde un enfrentamiento con los nativos acabó con una veintena de marineros muertos) y el Blijde Boodschap, maltrecho, tuvo que recalar en Valparaíso, siendo la tripulación arrestada por los españoles.

Eso impulsó a los dos buques restantes a huir a finales de 1599 cruzando el Pacífico. Uno era el Liefde, capitaneado por Jacob Quaeckernaeck y con sólo veinticuatro hombres a bordo -Adams entre ellos-, y el otro el Trowe, que se perdió en la inmensidad y no se supo más de él hasta más tarde: había alcanzado Tidore (Indonesia) pero los portugueses acabaron con él en 1601. El tercero en discordia, el Hoop, lo intentó también en solitario pero acabó hundido por un tifón en 1600. La expedición fue un desastre en toda regla salvo por un par de detalles: fueron los primeros navíos neerlandeses en cruzar el Estrecho de Magallanes y el Liefde seguía adelante en su singladura.

En condiciones penosas, eso sí, con el aparejo en mal estado por las tormentas y su exigua tripulación gravemente enferma. En la primavera de 1600 desembarcaron en la isla nipona de Kyushu con sus mercancías pero allí se habían establecido ya los jesuitas portugueses, que dijeron a los locales que eran piratas. Consecuentemente, las autoridades encerraron a los marineros en el Castillo de Osaka e incautaron el barco, quedándose con sus diecinueve cañones de bronce.

Mapa de Japón de 1707 con una recreacion del encuentro entre Adams y Tokugawa/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Esos cañones se usarían meses más tarde en la Batalla de Sekigahara, que enfrentó a los partidarios de los dos señores feudales que trataban de hacerse con el control del país, Toyotomi Hideyori y Tokugawa Ieyasu. Este último, que sería quien se impusiera en esa guerra civil, era precisamente el gobernante de la región a la que llegó el Liefden y que James Clavell rebautiza en su libro con el nombre de Toranaga. El daimyo se entrevistó varias veces con Adams y sorprendentemente congeniaron.

Eso le salvó la vida a él y a sus compañeros, puesto que los jesuitas lusos habían pedido su ejecución. En lugar de ello, Tokugawa los sacó del castillo y los trasladó a Edo para que construyeran un par de buques de estilo occidental para su armada (el Liefden estaba en tan mal estado que se había ido a pique). Aquel trabajo se convirtió en un pasaporte de salida para casi todos, que en 1605 pudieron retornar a sus hogares enriquecidos por lo acumulado con el comercio esos años en Japón y el sudeste asiático.

En cambio, Tokugawa se empeñó que en que Adams se quedara como consejero e intérprete (labor ésta en la que desplazó al jesuita portugués João Rodrigues, autor del primer diccionario luso-japonés) e incluso le envió a bordo de uno de los nuevos barcos en misión diplomática a Filipinas, que formaba parte del Virreinato de Nueva España, para negociar la apertura de relaciones comerciales. Para entonces, al inglés ya le llamaban Anjin-sama, algo así como Señor Piloto, o Anjin-Miura (Piloto de Miura, siendo ésta la península donde residía), y esa confianza depositada en él se amplió tanto como para ponerle al mando de una flota de shuinsen (barcos de sello rojo), es decir, mercantes armados que ora comerciaban ora asaltaban las costas asiáticas en nombre de Tokugawa; una especie de corsarios.

Tokugawa Ieyasu/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Gracias a su privilegiada posición, Adams hizo fortuna e incluso se le concedió el derecho a portar dos espadas, como los samuráis; se le puede considerar el primero procedente de Europa, aunque ya hubo otros extranjeros antes (aquí vimos el caso del africano Yasuke, por ejemplo) y tenía la dignidad de hatamoto (algo así como el samurái personal del shogun), entregándosele un feudo con un centenar de esclavos en Hemi (actual Yokosuka, en la bahía de Edo), donde supervisaba las transacciones mercantiles portuarias.

Asimismo, aprovechando el contacto que el capitán del Liefde había establecido al irse en el sultanato malayo de Patani, donde la ya creada Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales había puesto una factoría en 1602, Adams invitó a los holandeses a Japón para entablar relaciones comerciales. Es curioso reseñar que el primer neerlandés en pisar la tierra del sol naciente había sido Dirck Gerrits Pomp en 1585; era uno de los que viajaban a bordo del Blijde Boodschap y quedó detenido en Valparaíso en aquel segundo intento. El caso es que los holandeses tuvieron que esperar siete años debido a la oposición que presentaron los portugueses, pero al final lograron establecerse en Hirado y obtener el derecho a libre comercio en todo el país, superando a los lusos, que lo tenían limitado a Nagasaki.

Tras ellos les tocó el turno a los ingleses: un barco de la Compañía Británica de las Indias Orientales arribó a Hirado en 1613 por invitación de Adams. Paradójicamente, su capitán, John Saris, no se llevó bien con él porque el otro le recriminó que trajera mercancía sin valor, aparte de lo chocante que resultó para el recién llegado el ver a un compatriota que vestía y hablaba como un japonés más. Tan poca empatía hubo que cuando Saris retornó a Inglaterra Adams no quiso ir con él y sólo pudo llevarse dos preciosas armaduras que le regaló Tokugawa para el rey Jacobo I, que hoy se exhiben en la Torre de Londres.

Tokugawa Hidetada/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No obstante, Adams sí aceptó trabajar para la Compañía Británica, dirigiendo sus negocios en Japón. Ello le proporcionaba jugosos ingresos que junto a la generosa renta de su feudo, le hicieron acreedor de una considerable fortuna. Parte de ella la enviaba a Inglaterra para mantener a su esposa e hijos. Sin embargo, dada la lejanía y la negativa de Tokugawa a dejarle marchar, fundó otra familia in situ casándose con Oyuki, la hija de un funcionario imperial, con la que tuvo dos vástagos más, Joseph y Susanna.

Aquel piloto había pasado ya a ser Anjin-sama plenamente, encontrándose más cómodo entre los nipones que entre los europeos. No digamos ya en referencia a los españoles y, sobre todo, los jesuitas portugueses, con los que la relación era tan hostil que, según denunciaron éstos, continuamente les difamaba hasta el punto de convencer al shogun para expulsar a los jesuitas en 1614 y obligar a los japoneses convertidos al catolicismo a renunciar a su nueva fe; bien es cierto que la labor de evangelización había desatado cierta tensión con el clero sintoísta. Aclaremos que Adams era anglicano.

Las actividades del inglés en Oriente se ampliaron y diversificaron. Gracias a su patente con los shuinsen, retomó la infructuosa búsqueda del Paso del Noroeste, que hubiera acortado mucho el viaje entre Europa y Asia. También organizó dos expediciones comerciales a Siam para abrir rutas de esa naturaleza; la primera, en 1614, fue desecha por un tifón y la segunda, al año siguiente, tuvo más suerte regresando con las bodegas de sus tres juncos llenas.

Lamentablemente, al arribar de ese último periplo se encontró con que Tokagawa Ieyasu había muerto (está enterrado en Nikko, como vimos en otro artículo). Por suerte, su hijo y sucesor, Tokugawa Hidetada, le confirmó su posición y privilegios, dando incluso el visto bueno a un plan para invadir Filipinas que nunca se materializaría. En vez de eso, en 1617 partió hacia Cochinchina (actual Vietnam) para buscar a dos representantes de la compañía desaparecidos cuando intentaban fundar un asentamiento, descubriendo que habían sido robados y asesinados. Aquel país no resultó tan provechoso como se esperaba y cuando volvió a probar un año más tarde otro tifón desbarató la campaña. Tantos reveses supusieron, a la postre, la quiebra de la factoría inglesa en Japón y su cierre en 1623.

Adams nunca pudo retornar a Inglaterra. Falleció en Hirado en 1620, legando sus bienes a medias a sus familias europea y nipona. Su tumba aún se conserva en Nagasaki; irónicamente, justo al lado se alza una estatua en memoria de San Francisco Javier, el jesuita español que introdujo el catolicismo en Japón.


Fuentes

The history of Anglo-Japanese relations, 1600-2000. Volume I: The political-diplomatic dimension 1600-1930 (Ian Nish y Yoichi Kibata)/Adams the pilot. The life and times of captain William Adams, 1564-1620 (William Corr)/Samurai William. The adventurer who unlocked Japan (Giles Milton)/Shogun (James Clavell)/Wikipedia


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