En el 512 Qualia Drive de la pequeña ciudad texana de Del Río, en la frontera con México, hay una casa que está catalogada como Texas Historic Landmark (algo así como Sitio Histórico de Texas). Se la conoce como Brinkley Mansion porque era el hogar de uno de uno de esos personajes excéntricos que de vez en cuando traemos a este blog, como Inmanuel Velinovsky, Timothy Dexter, John Downie y muchos más. El que toca hoy se llamaba John Romulus Brinkley y en su variopinto currículum figura el hacer insólitos trasplantes para curar la impotencia, haberse presentado como candidato a gobernador dos veces y ser uno de los pioneros de la publicidad en la radio.

Como se deduce del lugar donde se alza la citada mansión, Brinkley tenía a su favor para entrar en la catalogación de extravagante el haber nacido en ese país abonado ad hoc que es EEUU. Concretamente en el condado de Jackson, Carolina del Norte, en 1885, hijo de un modesto médico militar que se casó cuatro veces (cinco si se cuenta la primera, invalidada por ser menor de edad), aunque a él no lo concibió con la esposa que tenía entonces sino con su sobrina, que vivía con ellos; pero como ésta murió cuando John tenía cinco años se crió con ella, su «tía».

El padre falleció un lustro después, agravando la precaria situación económica de la familia, por eso al cumplir dieciséis años John empezó a trabajar como telegrafista, aunque en su fuero interno su gran aspiración era seguir los pasos profesionales de su progenitor. Pasó por varios destinos y ciudades en la nómina de la Western Union, hasta que, en 1906, de regreso a casa por la muerte de su «tía», conoció a Sally Wike y contrajo matrimonio con ella. Fue entonces cuando se inició en el cumplimiento de su sueño, aunque fuera de forma alternativa: él y su mujer se disfrazaron de cuáqueros, lanzándose a recorrer el país vendiendo eso que hemos visto tantas veces en el cine, un tónico de su invención para potenciar el vigor sexual masculino.

John y Minerva en 1921/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En noviembre de 1907 nació su primera hija y al año siguiente un hijo, aunque no vivió más de tres días. Para entonces residían en Chicago, donde se habían establecido porque Brinkley se inscribió en el Bennett Medical College, una escuela de medicina extrauniversitaria que le proporcionó cierta formación. La matrícula no era barata, así que compaginaba los estudios con su empleo de telegrafista. Así aprendió sobre las glándulas, que le parecieron el campo más interesante para especializarse en el futuro.

Pero entre el modesto sueldo que cobraba, el coste de los estudios y los exquisitos gastos de Sally, la economía familiar era tan mala que finalmente llegó el divorcio. No fue por las buenas; ante la demanda de pensión de ella, Brinkley se fugó con su hija a Canadá y sólo regresó cuando su mujer renunció a exigirle nada, dándose una nueva oportunidad conyugal. Duró hasta 1911, año en que volvieron a romper paralelamente al nacimiento de su segunda hija. Brinkley regresó a Carolina del Norte y durante un tiempo estuvo dando tumbos mientras ejercía la medicina sin título. Luego se reconcilió de nuevo con Sally.

Al año siguiente retomó los estudios pero no en Chicago, porque debían un dineral al Bennett Medical College, sino en St. Louis (Missouri). Como el impago le hizo perder la acreditación de los dos años de aprendizaje, Brinkley compró un diploma falso por la Eclectic Medical University de Kansas City. En 1913 nació una tercera hija que incrementaba los gastos domésticos y supuso la ruptura del matrimonio, esta vez definitiva. Sally marchó a Carolina del Norte y él a Greenville, Carolina del Sur, donde abrió una tienda de productos médicos con un socio llamado James E. Crawford, aplicando a sus clientes inyecciones de agua teñida que cobraban a buen precio.

Aquel montaje duró dos meses, transcurridos los cuales tuvieron que irse precipitadamente dejando una enorme ristra de acreedores. Su siguiente destino fue Memphis (Tennesee), donde Brinkley conoció a una amiga de su socio, Minerva Telitha, y se casaron a los cuatro días obviando su matrimonio con Sally. La parte feliz fue que tuvieron un hijo; la amarga llegó cuando él y su socio acabaron en la cárcel por practicar la medicina sin licencia y por pagar con cheques sin fondos. Crawford tuvo que asumir todas las deudas mientras el padre de Minerva pagaba la fianza. Entonces llegó otro problema: Sally se personó en Memphis acusando a Brinkley de bigamia y haciendo que éste escapara una vez más. El lugar elegido fue Judsonia, Arkansas, donde compró otra licencia médica para atender enfermedades femeninas e infantiles.

Gracias a ello, pudo ingresar en el Cuerpo Médico de Reserva del Ejército. Luego consiguió quedarse con la consulta de un galeno que se mudaba a otro estado y con lo que ganaba pagó la deuda del Bennett Medical College, recibiendo así el reconocimiento de sus estudios. Sólo le quedaba un año para terminar y se graduó en 1915 en la Eclectic Medical University de Kansas City, donde se había establecido con Minerva y su hijo. El título le permitía ejercer en ocho estados y entró a trabajar en Swift and Company, una empresa cárnica donde trataba a las reses. Su contacto con el ganado caprino le daría una de las ideas por las que se hizo famoso más tarde.

Publicidad de Brinkley con el primer niño que nació tras un trasplante/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La puso en práctica en 1918, después de divorciarse de Sally dos años antes, volver a casarse legalmente con Minerva y servir durante un par de meses como reservista del ejército, ya que estaban en plena Primera Guerra Mundial (es un decir porque la mayor parte del tiempo estuvo ingresado por nervios). La familia llegó a Milford, Kansas, donde abrieron una pequeña clínica que tuvo un notable éxito, especialmente por el tratamiento a domicilio que Brinkley hacía a los afectados de la Gripe Española.

Pero, como decía, lo realmente llamativo de ese período fue aplicar lo que se le ocurrió durante su trabajo en Swift and Company: curar la disfunción eréctil trasplantando a los afectados testículos de macho cabrío. Lo que había empezado como una especie de broma con uno de ellos se tradujo en realidad al módico precio inicial de ciento cincuenta dólares, que no tardó en subir a setecientos cincuenta cuando la esposa de uno de los pacientes tuvo un hijo y los trasplantes se aplicaron también a mujeres con problemas de esterilidad.

Brinkley no tardó en ampliar el espectro de situaciones para los que recomendaba su técnica, entre ellas algunas tan peregrinas como la flatulencia o la demencia, y gracias a una hábil campaña publicitaria mediante buzoneo se enriqueció. Eso también llamó la atención de la AMA (American Medical Association), que empezó a investigar al insólito doctor y alertó del fraude. Sin embargo, Brinkley no era el único que probaba técnicas tan heterodoxas; ya vimos aquí el caso de Robert Cornish y sus intentos de resucitación pero también estaban los experimentos del ruso Sergei Brukhonenko o, más directamente relacionado con los trasplantes, los del francés Serge Voronoff, que seguía el mismo concepto del norteamericano pero usando glándulas de mono en vez de cabras.

El hecho es que Brinkley practicó trasplantes a treinta y cuatro pacientes, y no precisamente de bajo nivel social. Incluso hizo una demostración pública en un hospital de Chicago y un periódico de Los Ángeles le invitó a probar con uno de sus reporteros, lo que le dio a conocer a lo grande en lo que empezaba a perfilarse como la Meca del cine, con varias estrellas del incipiente Hollywood interesándose hasta el punto de que empezó a considerar la posibilidad de trasladarse allí.

Retrato de Brinkley en 1921/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Todo se esfumó cuando la AMA descubrió que su licencia era limitada y que su currículum estaba lleno de falsedades, así que se fue de California dejando tras de sí una expresión que adoptó el mundillo cinematográfico para referirse a la inserción de secuencias de películas sonoras en viejas cintas mudas para actualizarlas: goat gland (glándula de cabra). Aunque, para ser exactos, dejó algo más porque durante su visita a la emisora de radio del periódico entendió que era una valiosísima herramienta de propaganda y creó la suya propia.

La llamó KFKB (siglas del eslógan Kansas First, Kansas Best o, según otra versión, Kansas Folks Know Best), usándola tanto para publicitar sus productos como para defenderse de las acusaciones que la prensa de Kansas lanzó contra los falsificadores de títulos médicos, asunto en el que las autoridades tomaron cartas. Brinkley, que se vio implicado, pudo librarse gracias a la protección que le dispensó el gobernador por su mecenazgo económico en abundantes obras públicas, pero la AMA lo puso definitivamente en su punto de mira.

No sólo esa asociación. En 1925 hizo una gira por Europa buscando el aval de instituciones médicas que compensaran su irregular acreditación oficial pero fue mayoritariamente rechazado a instancias de AMA. La decepción fue compensada por el nacimiento de su hijo John dos años después, lo que dio lugar a sarcásticos rumores sobre si había probado su propia medicina caprina. Y mientras, siguió ampliando las indicaciones del tratamiento a los problemas de próstata y firmando acuerdos con farmacias para su venta exclusiva. El número de clientes era ya tan alto que, por un lado, había hecho millonario a Brinkley; pero por otro empezaron a llegar quejas.

Efectivamente, algunos pacientes informaron de rechazos orgánicos e infecciones, con el agravante de que algunos casos terminaron en muerte. En 1930 una investigación registró cuarenta y dos defunciones claramente relacionadas con aquellos trasplantes, aunque se sospechaba que el número sería mayor. Brinkley perdió su licencia y seis meses después le cerraron también la KFKB por emitir exceso de publicidad. Parecían pintar bastos y a aquel inefable personaje sólo se le ocurrió emprender una huida hacia adelante que, paradójicamente, estuvo a punto de salirle bien: presentarse candidato a gobernador.

Su idea era que una vez conquistado el poder destituiría a los miembros de la comisión médica que le habían quitado la licencia, sustituyéndolos por otros afines que se la devolvieran. Aplicando la experiencia propagandística adquirida, desarrolló una campaña populista en la que lo mismo regalaba los libros a los estudiantes que promocionaba obras públicas, bajaba los impuestos que subía las pensiones, prometía la ciudadanía y plenos derechos a los inmigrantes o a los afroamericanos, contrataba famosos para los mítines, etc. Empleó su emisora como altavoz antes de que fuera cerrada oficialmente.

La tumba de Brinkley en Memphis/Imagen: Thomas Machnitzki en Wikimedia Commons

Al final perdió a causa de una irregularidad administrativa pero se presentó otra vez en 1932. Si la primera había ganado el que luego sería secretario de Estado de Roosevelt, Harry Hines Woodring, esta segunda lo hizo un futuro candidato a la presidencia, Alf Landon. Por tanto, el plan no resultó y Brinkley se fue de Kansas, dejando la clínica a cargo de dos amigos y abriendo una nueva emisora, XER-AM, en la mencionada localidad de Del Río, en la frontera con México, cuyo gobierno le ayudó porque carecía de las suyas propias haciendo caso omiso de las presiones del Departamento de Estado de EEUU. Emitía con tanta potencia -la mayor del mundo- que se decía que ni siquiera hacía falta receptor para escucharla.

De esta forma, Brinkley siguió promocionando sus fármacos y sus operaciones, lo que añadido a los ingresos por anunciar otras cosas (casi todas relacionadas con pseudociencias y adivinos) y a la difusión de las canciones de las nuevas estrellas del country (entre los que figuraban Gene Autry o Patsy Montana, entre otros), engordaron aún más su cuenta corriente. En 1932 se promulgó la llamada Ley Brinkley, que le prohibía transmitir por teléfono a la radio desde su casa de Kansas y que sorteó primero grabando previamente sus intervenciones y después instalándose él mismo en Del Río, a donde trasladó la clínica.

Finalmente, México cedió a la presión estadounidense en 1934 y clausuró la emisora. Eso no repercutió en su éxito médico, abriendo otra clínica en San Juan (Texas), pero sí lo hizo la aparición de competencia; en 1938 un imitador operaba a menos precio, obligándole a marcharse una vez más, ahora a Little Rock (Arkansas), donde montó una tercera clínica. Ahora bien, eso era algo que podían hacer todos y el imitador también empezó a expandirse.

Entonces llegó un golpe más fuerte: Morris Fishbein, miembro de la AMA, publicó un demoledor informe titulado Modern Medical Charlatans en el que su nombre salía muy mal parado. Brinkley le demandó en 1939 pero perdió y eso dio lugar a una catarata de denuncias contra él, muchas de ellas procedentes de antiguos pacientes damnificados incluyendo algunas por homicidio. Para colmo, la Hacienda estadounidense le abrió una investigación por fraude fiscal. Brinkley vio su economía desangrada entre indemnizaciones y multas, terminando por declararse en bancarrota en 1941.

No sólo se resintió el bolsillo; también lo hizo su salud, sufriendo tres ataques al corazón que provocaron mala circulación sanguínea, lo que desembocó en la amputación de una pierna. Arruinado en todos los sentidos, algo sorprendente teniendo en cuenta la opulencia de la que llegó a disfrutar, falleció de insuficiencia cardíaca en mayo de 1942 dejando varios juicios pendientes. Está enterrado en el cementerio Forest Hill de Memphis.


Fuentes

The bizarre careers of John R. Brinkley (R. Alton Lee)/Making them believe. How one of America’s legendary rogues Marketed «The goat testicles solution and made millions» (Dan S. Kennedy y Chip Kessler)/Charlatan. America’s most dangerous huckster, the man who pursued him, and the age of flimflam (Pope Brock)/Flimflam artists. True tales of cults, crackpots, cranks, cretins, crooks, creeps, con artists and charlatans ( Elaine Hatfield y Richard L. Rapson)/Wikipedia


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