Es una tentación muy grande para un escritor o cineasta, demasiado, dejar pasar la oportunidad de reflejar un encuentro personal entre dos grandes antagonistas, que hubieran protagonizado un episodio histórico más o menos importante, aún cuando no esté probado que realmente llegasen a contactar directamente. Hay varios casos en la literatura y en el cine, como la espeluznante entrevista entre el general Gordon y el Mahdí en la película Khartum o el imprevisto incidente entre Craso y Espartaco en la novela homónima (y su versión cinematográfica). Pero uno de los más jugosos es el que presuntamente mantuvieron Aníbal y Escipión, que reseña Santiago Posteguillo en su libro La traición de Roma.
Para ser exactos, la anécdota no es original de Posteguillo sino que está sacada de tres destacados historiadores clásicos: Tito Livio, Apiano Alejandrino y Plutarco. Salvo pequeños detalles circunstanciales, que no tienen importancia, el fondo y prácticamente las formas son casi iguales y el sentido de esa conversación es el mismo: es un diálogo que mantienen ambos en el que el cartaginés, a instancias del otro, enumera cuáles consideraba que eran los mejores generales de la Historia.
Antes de verlo, hay que tener en cuenta el contexto, siete años después del final de la Segunda Guerra Púnica que supuso la derrota de Aníbal frente a su oponente, Publio Cornelio Escipión, tras un choque desastroso para el primero (veinte mil muertos frente a mil quinientos) en el que sus ochenta elefantes de combate fueron neutralizados (la mayoría perecieron y once resultaron capturados), su caballería no pudo contener el empuje de la enemiga (apoyada por los númidas de Masinisa) y las tres líneas de infantería cayeron sucesivamente una tras otra pese a su superioridad numérica. Aquella victoria le valió a Escipión el agnomen (apodo) de Africano.
Aníbal pudo escapar y refugiarse en Cartago, abandonando el ejército para dedicarse a la política por el partido democrático, el que apadrinaban los Barca, para afrontar las duras condiciones de paz impuestas por Roma. Pero las medidas adoptadas para ello, que perjudicaban a la clase oligárquica y generaron animadversión de los sufetes (senadores) de la oposición, llevaron a acusarle de corrupción e incluso de traición (por no haber entrado en Roma cuando tuvo oportunidad), llegando a solicitar una nueva intervención de los romanos contra él. Éstos usaron los contactos que Aníbal mantenía con el rey seleúcida Antíoco III y, así, siete años después de Zama, Aníbal tuvo que exiliarse en el 195 a.C.
Efectivamente, fue en Siria donde encontró acogida, ya que Antíoco se disponía a retar a Roma, el único gran obstáculo que encontraba para su expansión por el Mediterráneo, en una especie de reedición de lo que antes había pasado con Cartago. Los roces habían empezado en torno al 196 a.C., con ambas potencias tratando de atraerse la alianza de los pueblos griegos, ya que los macedonios de Filipo V, que décadas atrás habían firmado un tratado con Siria, fueron derrotados por los romanos ese año en Cinoscéfalas y obligados a reconvertirse en aliados suyos.
Mientras, Antíoco se adueñaba de Egipto y lanzaba incursiones contra Asia Menor, organizando en su favor la Liga Etolia (una federación de ciudades griegas excepto las peloponesas, que se agruparon en la Liga Aquea y denegaron su apoyo por miedo a quedar bajo el dominio de las otras). En ese estado de cosas, a Antíoco le venía muy bien el asesoramiento militar de Aníbal, quien le recomendó llevar las operaciones a suelo itálico y se ofreció a ponerse al frente, pero también allí se topó con recelos en la corte y al final, se afanó tanto en resaltar los defectos del ejército sirio que un soberbio Antíoco le negó el ansiado mando (y lo pagaría con una derrota).
En el 193 a.C., Escipión fue incluido en una delegación del Senado cuya misión era hacer una visita a Siria e intentar negociar un acuerdo con Antíoco que evitase una guerra que parecía cada vez más insalvable. Ambos bandos se vieron en la ciudad de Éfeso, ya que el rey seleúcida había iniciado su campaña por Pisidia (la parte sureste de Asia Menor) y había establecido allí su cuartel general. Fue entonces cuando el romano se encontró cara a cara con su viejo adversario cartaginés, manteniendo una memorable conversación. Veamos cómo lo cuenta Tito Livio en Ab urbe condita (Liber XXXV, 14):
[Escipión] Permaneció allí unos días y, como resultó que Aníbal estaba allí por entonces, hizo cuanto pudo para entrevistarse con él, enterarse de sus planes futuros y, a ser posible, alejar de su mente cualquier temor de que le amenazase algún peligro de Roma. Nada más se discutió en las entrevistas, pero sí tuvieron un resultado que, aunque sin intención, pareció deliberadamente buscado, pues hizo disminuir la influencia de Aníbal sobre el rey y atrajo la sospecha sobre cuanto decía o hacía. Claudio, siguiendo los libros escritos en griego de Acilio, dice que Publio Africano fue uno de los delegados y que mantuvo conversaciones con Aníbal en Éfeso; recogiendo, incluso, una de estas. Africano preguntó a Aníbal quién había sido, en su opinión, el más grande general; su respuesta fue “Alejandro de Macedonia, pues con un puñado de hombres derrotó a innumerables ejércitos y recorrió las partes más distantes del mundo, que ningún hombre esperaba visitar“. Africano le preguntó a quién pondría en segundo lugar, y Aníbal respondió: “A Pirro, porque fue el primero en enseñar cómo disponer un campamento y, además, porque nadie mostró tanta inteligencia en la elección de posiciones y en la disposición de las tropas. Poseía también el arte de atraerse a la gente, al punto que logró que los pueblos de Italia prefirieran el dominio de un rey extranjero al del pueblo romano, que durante tanto tiempo había estado a la cabeza de aquel país“. Al volverle a preguntar Escipión a quién consideraba el tercero, Aníbal, sin ninguna duda, respondió: “Yo mismo“. Riendo abiertamente, Escipión le preguntó: “¿Qué dirías si me hubieras vencido?” “Pues la verdad; en ese caso, respondió Aníbal, debería ponerme por delante de Alejandro y de Pirro y de todos los demás generales“. Esta respuesta, dicha con aquella astucia cartaginesa y a modo de sorprendente halago, impresionó a Escipión, pues lo había colocado aparte del resto de generales, como si no admitiera comparación.
Tito Livio utilizaba a Polibio como fuente principal y, aunque Escipión no era santo de su devoción, comparado con la pésima imagen que tenía de Aníbal («En él no había nada verdadero, nada sagrado, no había temor de Dios, ni derecho jurado, ni religiosidad») sale bastante bien parado. Algo parecido pasa con Apiano, natural de Alejandría, un historiador grecorromano autor de una magna obra titulada Historia Romana cuyo undécimo volumen, uno de los pocos que se conservan completos, se titula De rebus Syriacis. Se lo conoce popularmente como Syriaca y en su relato incluye la anécdota entre Aníbal y Escipión, aportando el dato de que se entrevistaron en un gymnasium:
En cierta ocasión estaban charlando Escipión y Aníbal en un gymnasium sobre el oficio de general en presencia de muchos, y, al preguntar Escipión quién le parecía que era el mejor general de la historia, Aníbal le dijo: “Alejandro de Macedonia”.
Escipión asintió al respecto, al considerar también el mejor a Alejandro, y le volvió a preguntar quién sería el segundo, después de Alejandro. Aníbal respondió, ya que consideraba que la virtud de un general residía en su valor: “Pirro de Epiro, pues no es posible encontrar a nadie más sumamente valeroso que estos dos reyes”.
Aunque a Escipión esto ya le molestó, aun así volvió a preguntar a quién le concedería la tercera posición, esperando con certeza que al menos le eligiese en tercer lugar. Pero Aníbal dijo: “ A mí mismo, pues siendo todavía un jovenzuelo conquisté Iberia y fui el primero, después de Hércules, en cruzar los Alpes con un ejercito. Y tras invadir Italia, sin que ninguno de vosotros tuviese valor para impedírmelo, arrasé cuatrocientas ciudades y, en numerosas, os coloqué la lucha a las puertas de la misma capital, sin recibir ayuda económica ni militar de Cartago”.
Como Escipión veía que Aníbal no paraba de elogiarse, dijo riéndose: “¿Dónde te pondrías a ti mismo, Aníbal, si no hubieras sido derrotado por mí?”. Aníbal dijo, al percibir el resquemor de Escipión: “Yo por mi parte me pondría a mí mismo por delante de Alejandro”.
Al actuar de esta forma, Aníbal continuo elogiándose, pero también, como sin quererlo, honró a Escipión, ya que había subyugado a alguien mejor que Alejandro.
Huelga presentar a los personajes elegidos por Aníbal, dada la dimensión histórica que tienen. Alejandro Magno fue conocido así, como el Grande, porque tras asumir el legado de su padre Filipo sometió toda Grecia y la unió en una campaña contra Persia, el enemigo secular, para vengar los pasados intentos de conquista en suelo griego. Una vez conquistado aquel imperio no se detuvo y continuó, adueñándose de Fenicia, Egipto y Mesopotamia para después continuar hacia Asia y llegar hasta el norte de la India, momento en que sus hombres amenazaron con un motín si no regresaban. Una repentina enfermedad le mató en el año 323 a.C. Nunca fue derrotado en batalla.
Por su parte, Pirro era el basileus (rey) del Épiro, un montañoso estado del noroeste de Grecia, aunque también ostentó efímeramente la corona de Macedonia dos veces al expandir sus dominios a esa región y a Tesalia. En el año 280 a.C. saltó a la península itálica en ayuda de Tarento, lo que le enfrentó a la República Romana en dos guerras que llevan su nombre (curiosamente, también combatió contra los cartagineses, por entonces dueños de Sicilia). Pirro triunfó en la mayoría de las batallas pero la de Asculum la ganó sufriendo tal cantidad de bajas que ha pasado a la posteridad la expresión victoria pírrica para referirse a un éxito logrado a costa de graves daños. Plutarco puso estas palabras en su boca: “Si vencemos a los romanos en otra batalla como ésta, perecemos sin remedio”.
En cuanto al tercer candidato, el propio Aníbal, antes de caer en Zama protagonizó una famosa expedición contra la República Romana partiendo de Hispania con un ejército en el que figuraban treinta y ocho elefantes que no fueron obstáculo para cruzar los Pirineos y los Alpes, aplastando a las legiones en una serie de batallas brillantes, algunas consideradas ejemplos de maestría táctica e inspiradas en las lecciones de Pirro: Trebia, Trasimeno, Cannas…
Se mantuvo en Italia una década y estuvo a punto de tomar Roma, cosa que no pudo conseguir por falta de apoyo desde Cartago. Aquél al que Cornelio Nepote describió en De viris ilustribus como «el más grande de los generales» sólo pudo ser vencido por Escipión, quien, como vimos, desesperaba por estar en el pódio; las últimas palabras de Aníbal eran una deferencia hacia el otro en ese sentido.
El caso es que no hay ninguna prueba de que se produjera aquel encuentro de Éfeso. Como decíamos al comienzo, era una tentación demasiado grande no imaginarlo y es cierto que apenas cuatro años después de ese supuesto episodio estuvieron a punto de volver a cruzarse en la Batalla de Manganesia, cuando Escipión el Africano acompañaba a su hermano Lucio Cornelio como legado. El destino quiso que tampoco esa vez pudiera ser, ya que el romano no pudo acudir al frente por enfermedad mientras que el cartaginés ya había sido apartado del mando por Antíoco.
Fuentes
Vidas paralelas. Pirro (Plutarco. En Imperium.org)/Ab urbe condita (Tito Livio)/Historia Romana (Apiano)/Aníbal y Escipión. Vidas en paralelo (Jaime González Bolado)
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