¿Nunca han visto a artistas callejeros haciendo música con copas de cristal? Por curioso que parezca, el fenómeno de frotar cristales para obtener música no es una idea actual sino que se remonta varios siglos atrás, hasta el Renacimiento, y varios científicos lo estudiaron. De hecho, Benjamin Franklin incluso inventó un instrumento musical basado en esa idea que no tardó en caer en desuso por la creencia de que enfermaba a los que lo tocaban. Se trata del llamado hidrocristalófono, más conocido como armónica de cristal.
Al parecer, como decíamos antes, obtener música de recipientes de cristal frotándolos con los dedos humedecidos no fue una realidad hasta finales del siglo XIV, en que se popularizó el uso del vidrio en vasos y copas, y cuando algunos artistas importaron la costumbre de Persia, de donde era originaria. Los tonos variaban según el tamaño y grosor que tuvieran las copas, así como la cantidad de agua en su interior; consecuentemente, combinando varios tonos diferentes se podía originar música.
Algo tan sugestivo que algunos destacados sabios de entonces le prestaron atención, especialmente Galileo Galilei en su tratado de mecánica Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno à due nuove scienze (Discurso y demostración matemática, en torno a dos nuevas ciencias) y el jesuita Athanasius Kircher, un erudito, políglota y orientalista que, entre mil intereses más (incluyendo la tentativa de desentrañar el famoso Códice Voynich), inventó varios tipos de artilugios musicales.

Lógicamente, hubo más intentos de aplicar el concepto de las copas a un instrumento. En ese sentido, probablemente el pionero fue el irlandés Richard Pockrich, creador de lo que él llamaba angelic organ (órgano angélico), que hoy en día conocemos como arpa de vidrio: una caja llena de copas, platos o cuencos de cristal cuyos bordes se tocan con los dedos humedecidos o impregnados de tiza.
La tradición cuenta que Pockrich cautivó con un improvisado concierto a los alguaciles que iban a prenderle por las deudas que generaba con la puesta en práctica de ideas imposibles que terminaban siempre por arruinarle, desde la cría de gansos en terrenos estériles o la plantación de viñedos en pantanos a la construcción de barcos de metal, pasando por una orquesta de tambores tocados por una sola persona… Incluso proponía algo tan inaudito entonces como las transfusiones de sangre.
De esa retahila de despropósitos únicamente su angelic organ tuvo éxito. Lo inventó en 1741 y con él realizó un buen número de actuaciones de gira por Inglaterra e Irlanda, interpretando obras de Haendel acompañado de un cantante. Al principio tocaba los cristales con palos pero luego pasó a hacerlo directamente con los dedos. El mismísimo Gluck compuso para ese instrumento y lo adoptó hasta el punto de que en 1746 dio un concierto con uno formado por veintiséis copas. Un incendio casero se llevó la vida de Pockrich y, de paso, destruyó también el angelic organ original.

No obstante ya había despertado interés, pues aparte de Gluck empezó a estudiarlo Benjamin Franklin, que lo conoció a través de Edmund Delaval. Éste era miembro de la Royal Society y había fabricado un instrumento a partir del de Pockrich pero fue su amigo norteamericano quien, durante una visita a Cambridge en 1761, se decidió a estudiar el asunto. Contrató a un célebre soplador de vidrio londinense para que le hiciera los vasos a medida y en menos de un año presentó su versión. Debido a la dulzura de sus tonos la bautizó con el nombre de armónica (ojo, nada que ver con las armónicas usadas actualmente, que no aparecieron hasta 1821).
Funcionaba mecánicamente, como una máquina de coser: accionando un pedal que hacía girar un eje de hierro horizontal en el que estaban insertados treinta y siete cuencos de vidrio pintados de diferentes colores según su tono musical; el giro facilitaba al intérprete tocar hasta diez vasos simultáneamente con menos esfuerzo. Marianne Davies, una virtuosa de flauta y clavicémbalo, hermana de la famosa soprano Cecilia Davies, fue la solista más importante del momento; juntas hicieron una gira por Europa y llegaron a conocer a Mozart, que compuso sus 1791 K. 617 y K.356 para ese instrumento.
La armónica tuvo bastante éxito porque, entre otras cosas, no precisaba más afinación de la inicial, así que tras las primeras instrucciones de uso que había hecho Anne Ford, discípula de Pockrich, el instrumento se hizo popular. Se sabe que miembros de la realeza aprendieron a tocarlo y que María Antonieta recibió lecciones impartidas por Franz Anton Mesmer. Incluso varios compositores de renombre incluirían piezas ex profeso para armónica en sus obras, caso de Beethoven (en Leonore Prohaska), Donizeti (en Lucia di Lammermoor), Saint-Saëns (mov. 7 y 14 de El carnaval de los animales) o Richard Strauss (en La mujer sin sombra), entre otros muchos.

La armónica de cristal, aun conservando su concepto inicial, experimentaría cambios con el paso del tiempo intentando mejorar sus prestaciones, como el intento de añadirle un teclado, colocar una pila llena de agua para que los cuencos se mojaran automáticamente al girar ahorrándole el trabajo al músico, introducir almohadillas entre cada cristal para que las vibraciones no repercutiesen en el de al lado o sustituir la técnica dactilar por otra con arco de violín. En general no prosperaron y los instrumentos históricos que se conservan hoy siguen el modelo de Franklin, aunque se construyeran posteriormente (hay un original en el Franklin Institute en Filadelfia).
Sin embargo, la popularidad de la armónica de cristal fue disminuyendo y al poco de acabar el primer cuarto del siglo XIX prácticamente había caído en el olvido. Ello se debió a diversas causas, entre ellas la fragilidad de sus componentes, que se rompían a menudo y dificultaban su traslado. También que su sonido era demasiado débil para percibirlo bien en grandes salas de conciertos y rodeado de los potentes instrumentos de metal que empezaban a integrar las orquestas, debiendo limitarse a funciones menores. Asimismo el dulce tono resultaba tan extraño que sólo podía aplicarse a momentos muy concretos de las obras.
Pero de todas las razones aducidas la más singular es la de la leyenda negra que surgió en torno a él a finales del siglo XVIII, según la cual todos los que lo tocaban acababan enloqueciendo. Ese mito no arraigó igual en todas partes; lo hizo especialmente en el entorno germánico pero es que éste, con Viena a la cabeza, se había convertido en el centro musical europeo. Así, se recomendaba evitar tocar la armónica de cristal a quienes padecieran trastornos nerviosos o algún tipo de melancolía, lo que, obviamente, indica que el mal se relacionaba con el sonido lastimero, etéreo, que producía.
Marianne Davies, tras años tocando, fue una de las afectadas y falleció en 1818. Otra, su tocaya Marianne Antonia Kirchgessner, murió en 1808 a los treinta y nueve años de edad. Pero en realidad Kirchgessner estaba enferma de neumonía y era ciega desde su niñez por la viruela. Además Benjamin Franklin, por contra, tuvo una larga vida, al igual que otros a quienes no parecía afectar aquel sonido.

Hoy en día se ha sugerido que el asunto de la locura podría deberse al elevado contenido de plomo que se empleaba en la fabricación de los platos de vidrio. Si bien tocar los cristales con los dedos no parece una vía de ingestión creíble, sí podría ser más probable la impregnación de la piel de la pintura con que se coloreaban algunos modelos para diferenciar los tonos; la pintura entonces tenía un alto contenido en plomo. En cualquier caso, lo más seguro es que se combinase con la presencia de este elemento en otros ámbitos, como las cuberterías, los conservantes de comida e incluso las recetas de los médicos.
En la actualidad se ha recuperado el uso de la armónica de cristal, debidamente modernizada con diseño más avanzado y materiales actuales, por parte de muchos músicos, especialmente en composiciones para bandas sonoras cinematográficas. Es el caso de Elliot Goldenthal, Philippe Sarde, Dennis James o James Horner, por ejemplo; también han recurrido a él artistas de especialidades distintas como Tom Waits.
Fuentes
Glass Harmonica (Geoff Bouvier)/Angelic music. The story of Ben Franklin’s glass armonica (Corey Mead)/Cursory notices of the origin and history of the glass harmonica (Charles Ferdinand Pohl)/Practical percussion. A guide to the instruments and their sources James Holland)/Wikipedia
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