Una de las piezas estrella del Museo Arqueológico de Estambul es el conocido como Sarcófago de Alejandro Magno. Por supuesto, el nombre no se debe a que contenga el cuerpo del conquistador macedonio, como se creyó en un principio, sino a los bellos bajorrelieves que lo decoran (la Batalla de Issos en una cara, una escena del macedonio durante una cacería de leones en la otra). Pero el sarcófago no siempre tuvo esa atribución y hasta no hace mucho se pensaba que su destinatario fue un curioso personaje fenicio llamado Abdalónimo, famoso porque Alejandro lo nombró rey de Sidón pese a tratarse únicamente de un jardinero.
De hecho, resulta significativo que ese ataúd de piedra esté ubicado precisamente en los jardines del Palacio de Topkapi (la sede del museo, fundado en 1891), como si de un homenaje postrero se tratase, aunque hay algo de truco en todo ello porque, en realidad, Abdalónimo se dedicaba a la jardinería, sí, pero llevaba sangre real en sus venas. La vida da muchas vueltas y, a veces, uno descubre que la meta puede ser también la línea de salida.
Sidón es una ciudad de la costa del Líbano, país que en la Antigüedad recibía el nombre de Fenicia. Junto a Tiro y Biblos constituía un trío de pujantes urbes enriquecidas por el comercio, hasta el punto de que fundaron numerosas colonias por todo el Mediterráneo. Obviamente, la prosperidad fenicia atrajo depredadores y primero asirios y luego persas se hicieron con su dominio en los siglos VII y VI a.C. respectivamente, hasta que en la centuria siguiente llegaron los macedonios.
Una vez sometida toda Grecia bajo sus órdenes, Alejandro emprendió su famosa campaña contra el ancestral enemigo común de los griegos, Persia. Tras cruzar el Helesponto, su victoria en el río Gránico en el año 334 a.C. fue la primera de una larga serie de ellas que jalonaron un imparable periplo liberando todas las ciudades de cultura helénica de Asia Menor: Sardes, Éfeso, Priene, Mileto… El rey Darío intentó pararlo de nuevo en Issos y no sólo resultó derrotado sino que estuvo a punto de caer prisionero, huyendo en el último momento pero quedando su familia y tesoro en manos enemigas.
Eso fue en el 333 a.C. Luego, las falanges torcieron hacia el sur, en dirección a Egipto. En su camino se encontraba Fenicia, donde el episodio más destacado fue el asedio de Tiro, ciudad que negó a Alejandro el acceso al santuario de Melkart simbolizando con ello su voluntad de resistir. El macedonio había encargado a Hefestión, su mano derecha, amigo y probable frustrado heredero (y quizá amante), que nombrara un monarca local para sustituir al poco favorable Estrato al frente de Sidón, puerto que se había rendido sin combatir poco antes porque su población detestaba a los persas; en Sidón fondeaban muchos de los trirremes que participaban en el citado sitio de Tiro.
Hefestión ofreció la corona sidonia a dos hermanos en cuya casa se había alojado, pero éstos rechazaron la propuesta aduciendo que las leyes exigían que el gobernante procediese de la realeza. Entonces buscó entre varios candidatos de la aristocracia sin encontrar ninguno plenamente satisfactorio, ya que la condición impuesta por su superior era que el elegido estuviera capacitado para el puesto. La solución llegó por casualidad: durante un paseo, el general descubrió un precioso jardín, tan bien cuidado que no pudo evitar entrar a preguntar por su dueño.
Sólo encontró al jardinero, quien le explicó que su amo se hallaba ausente desde hacía dos años, en que partió a combatir contra el invasor; mientras tanto él cuidaba de su propiedad, pese a que las circunstancias hacían que no recibiese remuneración por ello. Más aún, la había tenido que defender personalmente cuando un grupo de soldados persas trataron de prenderle fuego. Hefestión lo consultó con Alejandro y llegaron a la conclusión de que aquel hombre reunía las cualidades que querían.
Todas además, porque resultó que Abdalónimo, que así se llamaba el jardinero, tenía un atractivo extra: pese a sus humildes comportamiento y oficio pertenecía a la extinta familia real, sólo que la coyuntura le había llevado a tan anómala situación. Cuando Alejandro le preguntó cómo podía soportar la pobreza y la pérdida de su estatus, Abdalónimo le contestó que sus manos le proporcionaban todo lo que necesitaba y que, puesto que nada poseía, nada le faltaba. Como años antes pasase cuando interpeló a Diógenes, la respuesta agradó al macedonio y le convenció de que aquel jardinero era la persona perfecta para el trono.
Así fue cómo Abdalónimo fue coronado rey de Sidón en el año 332 a.C., de acuerdo con los historiadores romanos Quinto Curcio Rufo, en su Historiae Alexandri Magni Macedonis (escrita en el siglo I d.C. en diez libros de los que los dos primeros se han perdido totalmente y los restantes de forma parcial), y Marco Juniano Justino en su Historiarum Philippicarum libri XLIV (antología hecha a caballo entre los siglos II y III d.C. con fragmentos de la perdida Historiae Phillipicae et totius mundi origines et terrae situs del galo romanizado Cneo Pompeyo Trogo).
También los historiadores griegos recogieron la anécdota. Diodoro Sículo, el más cercano cronológicamente (vivió en el siglo I a.C.) reseña la historia en su Bibliotheca Historica, si bien llama Ballomino al jardinero y dice que fue proclamado soberano de Tiro, no de Sidón; claro que entonces se hablaba de reyes de Tiro y Sidón. Las diferencias son aún mayores en Plutarco, que en sus Vidas paralelas traslada la escena a Pafos (una ciudad de Chipre que antaño se dividía en un centro religioso, Paleapafos, y otro administrativo-comercial, Nea Pafos) y rebautiza a Abdalónimo como Alónimo.
Volviendo al sarcófago, se encontró en una cámara sepulcral de la Necrópolis Real de Sidón en 1887. Está hecho de mármol del Pentélico (un monte cercano a Atenas), presentando similitudes técnicas con el estilo de Lisipo y temáticas con el célebre mosaico de Nápoles sobre la Batalla de Issos, lo que lleva a deducir que ambas piezas se inspiraron iconográficamente en una fuente común, una pintura de Filoxeno de Eretria encargada por Casandro, general macedonio.
Como decíamos al principio, al sarcófago se atribuyó a Alejandro Magno por los relieves policromados de su decoración, especialmente el frontal, que mide más de tres metros de longitud. Después se rectificó, identificando al personaje central con Abdalónimo, al que se ve a caballo y ataviado a la moda persa blandiendo una lanza contra un león que ataca a su montura, flanqueándole otros dos que, se cree, son Alejandro y Hefestión. En los lados cortos de la obra también se representa a Abdalónimo, en uno cazando otra vez y en otro combatiendo (seguramente en la Batalla de Gaza, que tuvo lugar durante la Tercera Guerra de los Diádocos, en el año 312 a.C.).
Sin embargo se demostró que el sarcófago es posterior, así que la última teoría es que tampoco es el jardinero quien aparece en los relieves sino Maceo, un noble persa que a lo largo de su vida fue sátrapa de diversas regiones del Imperio Aqueménida, como Cilicia, Asiria y Babilonia, participando en la Batalla de Gaugamela en el ala derecha persa y terminando como consejero de Alejandro, que le confirmó como gobernador de Babilonia.
Fuentes
Breve historia de Alejandro Magno (Charles E. Mercer)/Alejandro Magno y el arte. Aproximación a la personalidad de Alejandro Magno y a su influencia en el arte (Fernando de Olaguer-Feliú y Alonso)/La tumba de Alejandro. El enigma (Valerio Massimo Manfredi)/Vidas paralelas: Alejandro y Julio César (Plutarco)/Biblioteca Histórica. Libros XV-XVII (Diodoro Sículo)/ De la vida y acciones de Alexandro el Grande (Quinto Curcio Rufo)/ Historiarum Philippicarum libri XLIV (Marco Juniano Justino)/Wikipedia
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