No deja de resultar macabramente paradójico que un hombre obligado a dejar su patria por antisemitismo, terminase convertido -justa o injustamente- en responsable más visible de un presunto genocidio en su país de adopción. Algo especialmente llamativo tratándose de un personaje de gran cultura cuya imagen, además, fue inmortalizada en sellos y monedas, buena prueba del prestigio que tenía y que no fue discutido hasta mucho después. Hablamos de Julio Popper y el llamado Genocidio Selknam.

En el artículo que dedicamos a la mítica ciudad de Trapalanda explicábamos que Pedro Sarmiento de Gamboa, que navegaba por el entorno de Nueva León (una gobernación al sur del Perú que ocupaba parte de las actuales Chile y Argentina) con la misión de expulsar a unos corsarios ingleses avistados, tuvo que dejar a parte de su hueste en Tierra del Fuego mientras regresaba en busca de provisiones.

Lamentablemente fueron los intrusos los que le apresaron a él, por lo que los que se quedaron acabaron falleciendo; sólo uno, Tomás Hernández, sobrevivió para dar testimonio de su tragedia y del primer contacto que tuvieron con los indígenas locales, cuyas fogatas había avistado ocho años antes la expedición de Magallanes dando nombre al lugar. Eran los nativos a quienes sus vecinos yaganes llamaban onas y los tehueches (o patagones) conocían como selknam.

Pueblos indñigenas de la Patagonia Austral y Tierra del Fuego/Imagen: Janitoalevic en Wikimedia Commons

Se trataba de cazadores y recolectores nómadas, emparentados con los anteriores cultural y morfológicamente (eran altos y fornidos) hasta el punto de que se cree que en realidad no eran sino tehuelches emigrados desde la Patagonia meridional a Tierra del Fuego, donde compartieron territorio con los haush, los alacalufes y los citados yaganes. Dado lo apartado e inhóspito de aquel hábitat, pudieron vivir con cierta tranquilidad durante los siglos de dominio español, hasta que llegó el último cuarto del siglo XIX, con toda Sudamérica ya independizada, que trajo la amenaza de estancieros y buscadores de oro.

Porque entre 1883 y 1890 aquel extremo insular del continente sufrió una conmoción después de que la expedición del chileno Ramón Serrano Montaner de 1879 descubriera yacimientos auríferos. Como cabía esperar, se produjo una emigración masiva de aventureros de múltiples países -con predominio croata, curiosamente-, ansiosos por hacer fortuna a cualquier precio. Ello llevó cierto grado de desarrollo en forma de puertos, tendido de telégrafos y una incipiente industrialización para explotar las vetas más importantes, las de Punta Páramo, Sierra Carmen Sylva y Bahía Slogget. Y esos intereses, como también era inevitable, chocaron con los de los nativos, que al fin y al cabo eran los dueños de las tierras pero nadie les preguntaba.

Tampoco resultaba una novedad, ya que la República Argentina, por ejemplo, acababa de terminar una campaña militar conocida como Conquista del Desierto y consistente en ganar territorio en la Pampa y la Patagonia para las grandes cabañas ganaderas a costa de los mapuches, ranqueles y tehuelches. Diversos contingentes de tropas se enfrentaron sistemáticamente a las tribus indígenas, cuya resistencia en forma de esporádicas malocas (incursiones) no podía parar lo que se les venía encima; entre enfrentamientos directos, división por sexos, agotadores destierros, concentraciones en campos ad hoc y trabajos forzados terminaron pereciendo unos catorce mil y quedando al borde de la extinción.

Indios onas a finales del siglo XIX/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Los siguientes de la lista fueron los onas -o selknam-, que ya habían tenido que ir desplazándose hacia el sur de la isla ante el empuje de los ganaderos. Eran unos tres o cuatro mil que ante aquella invasión sólo podían oponer robos de reses y asaltos a haciendas aisladas, debidos a que la presencia de los blancos y su ganado había supuesto la desaparición del guanaco, su principal fuente de alimentación. La fiebre del oro precipitó los acontecimientos y enredó más la rivalidad entre los clanes aborígenes. En este contexto hizo aparición Julio Popper, que sería protagonista junto a otros como el neozelandés Alexander Cameron, los escoceses Samuel Hyslop y Alexander McLennan, John McRae​ o Montt E. Wales con infames currículums como cazadores de indios.

Popper nació en Bucarest en 1857 en el seno de una familia judía, aunque marchó a París para estudiar Ingeniería e incluso participó en los trabajos del Canal de Suez antes de viajar por medio mundo. No quiso regresar a la recién independizada Rumanía por sus leyes antisemitas, así que se fue a Rusia y luego a EEUU para después pasar a la Cuba española, México y Brasil, siempre acumulando experiencia en su trabajo y adquiriendo soltura con múltiples idiomas.

El manejo del castellano le llevó a Buenos Aires atendiendo a la llamada del oro. Desembarcó en Tierra del Fuego en 1886 y empezó a hacer exitosas prospecciones en El Páramo mientras paralelamente realizaba una amplia labor de registro geográfico, topográfico y cartográfico de la isla. También fundó un asentamiento que bautizó con el nombre de Atlanta y, en suma, alcanzó tal prestigio, que al año siguiente fue acogido calurosamente por el Instituto Geográfico Argentino e ingresó en una logia masónica local, posibilitando la creación de la Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sur.

Al frente de esta empresa, que había recibido la concesión de la explotación de los yacimientos auríferos que encontrase, regresó a Tierra del Fuego. Allí se encontró el obstáculo de los nativos, que decidió resolver de forma contundente, tal cual había hecho el militar y explorador argentino Ramón Lista el año anterior. Lista había llegado al territorio al frente de una expedición para afianzar su incorporación a la República Argentina y, nada más desembarcar en la Playa de San Sebastián, se encontró un poblado ona contra el que ordenó disparar inmediatamente sin mediar provocación.

Julio Popper en 1898/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

El resultado fue la muerte de veintiséis personas, incluyendo mujeres y niños, más un superviviente herido al que remataron con una treintena de balazos. La masacre fue tan gratuita que algunos miembros de la expedición como el sacerdote salesiano José Fagnano y Federico Spurr (el capitán del barco que les había llevado hasta allí) tuvieron un serio altercado con Lista. Las recriminaciones no sirvieron de nada y hubo más matanzas en los días siguientes hasta que llegaron al otro extremo de la isla y reembarcaron.

Aquellas acciones nunca fueron sancionadas, así que sirvieron de ejemplo a seguir. Igual que se había convertido en costumbre disparar contra los indios desde los barcos que navegaban por la costa, a muchos, una vez muertos, se les cortaba la cabeza para enviar el cráneo a Londres, donde se decía que el Museo de Antropología pagaba ocho libras por pieza. Eran los tiempos dorados de la antropometría y el propio Ramón Lista se quejó alguna vez de que tenía que hacer mediciones a sus prisioneros onas recurriendo a la fuerza.

Popper contrató a un grupo de mercenarios y con ellos se enfrentó a los indígenas fueguinos. Hay controversia en torno al comportamiento del rumano (que adoptó la nacionalidad argentina) porque algunos estudiosos de su vida opinan que no se dedicó a perseguir indios sino que sólo tuvo encontronazos armados con ellos que luego exageró para ganarse al presidente Miguel Ángel Juárez Celman, quien al parecer les tenía hostilidad abierta. A él precisamente le regaló un álbum fotográfico que documentaba su paso por Tierra del Fuego, combinando aspectos etnográficos con mapas y escenas de combate.

Ciertamente, Popper no tenía tapujos en adornar sus aventuras, como había demostrado al contar viajes inexistentes a sitios que nunca había pisado -pocos- en un alarde de la misma capacidad oratoria que le hizo triunfar en el Instituto Geográfico Argentino. De hecho, apenas consta que matase un par de nativos, según se deduce de las imágenes que él mismo aportó y de algunas declaraciones que hizo defendiéndolos: «La injusticia no está del lado de los indios… Los que hoy día atacan la propiedad ajena en aquel territorio, no son los onas, son los indios blancos, son los salvajes de las grandes metrópolis».

Es posible, dicen otros, que esa palabras pretendieran encubrir su responsabilidad, bien por acción, bien por omisión, ya que los capataces que trabajaban en Tierra del Fuego tasaron en una libra los testículos y senos de los adultos cazados y media libra por cada oreja de niño. Lo que sí hizo seguro con los onas fue robarles bienes personales, pues reunió una buena colección de objetos folklóricos. No obstante, Popper tuvo problemas tanto con otros colonos como con el gobierno por conducirse como una especie de dictador autónomo, con guardia uniformada y acuñando su propia moneda, el popper. Fue llevado a juicio pero salió indemne; eso sí, no volvió a la región y empezó a planificar la explotación de la Antártida.

No tendría tiempo; en 1893, dos años después de su hermano Máximo, murió mientras dormía en un hotel de Buenos Aires. Sólo tenía treinta y cinco años, por lo que hubo suspicacias acerca del ataque cardíaco que se diagnosticó como causante del óbito. Se pidió hacer una nueva autopsia pero al procederse a exhumar el cuerpo éste había desaparecido. La sombra de la sospecha recayó siempre sobre un hacendado de origen asturiano llamado José Menéndez y Menéndez, que a la postre fue quien se quedó con sus tierras; para él trabajaba el citado Alexander McLennan (alias Chancho colorado, por su cabello pelirrojo), un individuo despiadado.

Los últimos onas de Isla Dawson/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Hay que reseñar que, de la misma forma que intentó usar cientos de miles de hectáreas indias para establecer colonos y rebaños de ovejas, Popper también trazó un plan para repoblar Tierra del Fuego con onas, repartiendo entre doscientas cincuenta familias parcelas de cien hectáreas de las ochenta mil que le había concedido el gobierno a él. Fue en 1891 y contradecía así su anterior animosidad contra los indios, a los que ahora elogiaba:

«He podido cerciorarme de que no sólo son susceptibles de llegar al más alto grado de perfección sino que se hallan dotados de elevados y nobles sentimientos humanitarios, que tienen raciocinio sensato, que son magnánimos hasta el punto de saber perdonar a sus enemigos, que -más aún- llevan el desdén de la venganza, hasta compensar el mal con el bien, hasta convertirse en protectores de la raza que los persigue, conduciendo a náufragos varados en las playas hacia los puntos donde puedan encontrar auxilio. Son padres afectuosos, tienen un acentuado cariño hacia sus hijos como los hijos hacia sus padres; llevan largo luto por los difuntos, pintándose al efecto el rostro de negro. Se lavan a menudo el cuerpo y el rostro…»

Fuera culpable o no, el fallecimiento de Popper no puso fin al sufrimiento selknam porque las verdaderas masacres se registraron más tarde, ya en la primera década del siglo XX: el medio millar de indios fallecidos por un ingerir carne de ballena deliberadamente envenenada, los veinticinco que cayeron luchando contra colonos en Punta Alta, los trescientos tiroteados a sangre fría tras emborracharlos en la Playa de Santo Domingo… La viruela y la tuberculosis remataron la faena con el millar y medio que había quedado y que fue recluido por el gobierno chileno en la isla Dawson, a cargo de misioneros salesianos. La última ona conocida de sangre pura se llamaba Ángela Loij y murió en 1979.


Fuentes

Los aborígenes de la Argentina. Ensayo socio-histórico-cultural (Guillermo E. Magrassi)/Expedición a Tierra del Fuego (Martin Gusinde y Mario Orellana Rodríguez)/Patagonia Y Antártica. Personajes históricos (Nelson Toledo)/Viejas estancias de la Patagonia (Yuyú Guzmán)/Wikipedia


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