Como es sabido, en EEUU no se utiliza el Sistema Métrico ni otras formas de pesos y medidas habituales en el resto del mundo sino una variante del sistema británico llamado Imperial, que en distancia se basa en pulgadas, pies, yardas, millas y leguas, mientras que en masa recurre a onzas y libras, en volumen a pintas y galones, y en temperatura a la escala Farenheit. Lo que mucha gente desconoce es que ello se debió, si lo vemos con buen humor, al gafe de un ciudadano francés al que no salía nada bien en la vida: Joseph Dombey.
Dombey, nacido en 1742 en un pueblo de la Borgoña llamado Mâcon, estudió Medicina en la Universidad de Montpellier pero en París entró a trabajar como ayudante de un célebre botánico, Bernard de Jussieu, y su orientación profesional giró en esa dirección. Se convirtió en un experto de tal nivel que en 1776 se le encargaron los cuidados del famoso Jardin des Plantes y eso le abrió las puertas a participar en un viaje conjunto hispano-francés a Sudamérica bautizado con el nombre de Expedición Botánica al Virreinato del Perú, que dirigía el español Hipólito Ruiz López y cuyo objetivo era registrar las especies vegetales del cono sur americano. En esa época se hicieron frecuentes esos periplos científicos, como ya vimos aquí en el artículo sobre la Expedición Filantrópica de la Vacuna.
Así fue cómo Dómbey llegó a El Callao en 1778 y reunió una buena colección de ejemplares y láminas realizadas por los artistas científicos José Brunete e Isidro Gálvez. Dado su tamaño, la envió en dos partes y la primera llegó sin problemas dos años más tarde pero la segunda cayó en manos de corsarios británicos inaugurando lo que iba a ser una constante adversidad marítima. Es inevitable reseñar la curiosidad de que aquellos especímenes arrebatados fueron entregados al British Museum (fundado en 1753) y hoy todavía se pueden contemplar allí.
Para compensar esa pérdida, Dombey recopiló trescientos dibujos más de especies raras pero cuando se disponía a embarcarlos las autoridades virreinales, advertidas de que desviaba más muestras a su país de las que declaraba, se los confiscaron aduciendo que las obras de artistas nativos no podían exportarse a otras naciones. De manera que quedaron en manos de Ruiz López y otro botánico español que formaba parte de la misión, José Antonio Pavón Jiménez, los cuales los incorporaron a la obra que publicarían con el material acumulado, Flora Peruviana et Chilensis.
En realidad aquel viaje fue un cúmulo de adversidades de todo tipo, desde la pérdida de más material en un naufragio y en un incendio a un motín de los ilustradores -que obligó a contratar otros- y a las desavenencias entre los miembros, especialmente entre Ruiz y Dombey, que llevaron a éste a abandonar la expedición en 1784. Se siguieron enviando cosas a Europa hasta 1811 pero ya sin el concurso del francés, que se había marchado a la Capitanía de Chile para recolectar plantas.
Arrastrando el gafe consigo, su llegada a la ciudad de Concepción, en la región del Biobío, coincidió con una epidemia de cólera en cuyo tratamiento colaboró activamente y después visitó las minas de mercurio antes de emprender el regreso a Francia. Desembarcó en Cádiz en 1785 para encontrarse que el gobierno español no sólo le incautaba las setenta y tres cajas que traía sino que lo encarcelaba y únicamente accedía a dejarlo libre con el compromiso de no publicar antes de que Ruiz y Pavón retornaran.
Finalmente pudo pasar a su país con parte del material; parte se la dio en custodia al Conde de Buffon y parte se la entregó al botánico L’Héritier, que escapó con ella a Inglaterra para evitar su reclamación, aunque al final retornó a suelo galo y actualmente se puede ver en el Jardin des Plantes y el Museo Nacional de Historia Natural de París (más las citadas muestras del British Museum y las que conserva el Real Jardín Botánico de Madrid).
Pero el episodio más importante para el tema que nos ocupa, el de los pesos y medidas, se produjo en 1794 y tuvo desgraciadas consecuencias, como en las veces anteriores. Dada su experiencia transatlántica, Dombey fue designado por el gobierno revolucionario francés para estrechar lazos con los recién creados Estados Unidos de América, cuya independencia había apoyado política, económica y militarmente años atrás, debiendo atravesar de nuevo el océano en dirección a Filadelfia.
Su misión era entrevistarse con el futuro presidente Thomas Jefferson, que había sido embajador en Francia y entonces ocupaba el cargo de Secretario de Estado, para negociar la importación de grano americano y entregarle dos estándares de medición franceses: el primero, de longitud, se llamó metro y el segundo, de masa, se bautizaría dos años después con el nombre de kilogramo. Jefferson había recomendado al Congreso su adopción para sustituir al complicado y obsoleto Sistema Imperial, heredado de la dominación británica.
Dombey parecía la persona perfecta para ello, dada su formación científica. El problema estaba en que fallaba por el lado de la suerte. Sus dos aventuras anteriores no acabaron muy bien, como vimos, y esta tercera sería un desastre aún peor. No por culpa suya, eso sí, salvo que nos tomemos en serio que realmente fuera un cenizo. El caso es que, semanas después de zarpar de Le Havre, una tempestad alejó al barco de su ruta y lo empujó hacia aguas caribeñas, donde le salieron al paso dos naves corsarias que enarbolaban la Union Jack.
Temiendo por su vida, pues Reino Unido estaba en guerra con Francia, Dombey tuvo la ocurrencia de despojarse de su ropa y vestirse de marinero, ya que buena parte de la tripulación era española y en esos momentos España formaba parte de la Primera Coalición contra los franceses, a la que también se incorporó el gobierno del rey Jorge III. Contaba a su favor con saber algo del idioma gracias a su experiencia en los territorios peruano y chileno, pero por lo visto no fue suficiente y los británicos descubrieron su verdadera identidad, enviándole a una prisión de la isla de Montserrat, en las Antillas Menores, colonia británica desde 1632.
Allí se terminó su historia porque falleció ese mismo año, antes de que pudiera pagarse su rescate. Con él murió también su misión; los muestrarios de pesas y medidas que llevaba consigo no llegaron a su destino y el cambio de sistema cayó en el olvido. La introducción oficial del Sistema Métrico en EEUU tuvo que esperar a la última década del siglo XIX, por la llamada Orden de Mendenhall, aunque no sustituyó a las otras medidas sino que simplemente lo reglamentó.
En realidad, tras aquel primer fracaso de Dombey y Jefferson, el gobierno estadounidense compraría una copia del metro francés en 1805 y otra del kilogramo en 1820, autorizándose su uso en 1866. Si alguien se pregunta qué fue de las muestras estándar que llevaba el infortunado Dombey -eran seis conjuntos de reglas y pesas- fueron subastadas; las originales terminaron en manos de Edmund Randolph, sucesor de Jefferson en la Secretaría de Estado, al que no le importaron lo más mínimo. De las demás copias no se sabe excepto de una pesa que adquirió Andrew Ellicott, un agrimensor de la época, cuyos descendientes la donaron al museo del NIST (National Institute of Standards and Technology).
Fuentes
Pirates of the Caribbean (Metric Edition) (Keith Martin en NIST)/Dombey y la Expedición al Perú y Chile (Enrique Álvarez López)/Relación del viaje hecho a los reinos del Perú y Chile (Hipólito Ruiz)/Wikipedia
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