El Imperio Romano extendió sus tentáculos por toda Europa occidental y Asia Menor, pero en África se limitó a explotar el litoral mediterráneo y apenas penetró tierra adentro de forma decidida. Explicar el porqué sería complejo y cabría recordar que, de hecho, el continente negro permanecería así prácticamente dos mil años más. Ahora bien, eso no quiere decir que Roma no intentase desentrañar algunos de sus secretos; hubo romanos que se adelantaron a los famosos exploradores dieciochescos y decimonónicos.
El atractivo de África, más allá de Egipto o las otras provincias norteñas, no era nuevo en la Antigüedad. En una fecha indeterminada entre los siglos VII y IV a.C, los cartagineses mandaron una pequeña flota al mando de Hannón a explorar y colonizar puntos de la costa atlántica del continente, según quedó reflejado en la obra El viaje de Hannón, de la que se conservan copias clásicas posteriores. Los púnicos habrían alcanzado la región ecuatorial y dejado noticias de unos misteriosos hombres salvajes que algunos creen que era una referencia a tribus pigmeas y otros a gorilas. Así lo cuenta también Plinio el Viejo en su Historia Natural.
Si interesaba a Cartago es lógico que lo hiciera también a Roma, que trató de abrir varias rutas comerciales hacia el interior y la parte occidental. Aunque solían incluir legionarios, no se trataba de empresas de conquista sino que buscaban la forma de establecer una relación más o menos estable con varias regiones a las que consideraban con potencial de riqueza suficiente como para intentarlo. Como casi siempre, el oro fue la mercancía preferente, aunque también se sumaban especias, pieles, marfil, ébano, fieras, incienso, esclavos y otros productos.
Algunas de esas expediciones eran marítimas y tenían como meta llegar al Océano Índico o, una vez pasadas las Columnas de Hércules (el Estrecho de Gibraltar), descender por la costa oeste, tal cual hiciera Hannón, recalando en los sucesivos archipiélagos. Otras se hicieron por tierra, unas atravesando el Desierto del Sahara en dirección al Níger y el Chad, otras remontando el Nilo hasta más allá de Nubia o las que bajaron por el Mar Rojo hacia el Cuerno de África. Todas desarrolladas en los primeros cuatro siglos después de Cristo.
Plinio el Viejo dejó constancia de cómo Juba II, rey de Numidia y Mauritania, aliado de Roma (donde se había educado) envió comerciantes a la Mauretania Tingitana (Marruecos), estableciendo una intensa relación comercial desde la ciudad de Volubilis, cuyas ruinas constituyen hoy el principal atractivo turístico de la zona.
También fue la gente de Juba la que estableció una factoría de producción de púrpura en Mogador (actual Essaouira), que junto a Sala Colonia (también llamada Salé, actual Chellah), sirvió de base para visitar Canarias, Madeira, Santo Tomé y Príncipe, Cabo Verde y Fernando Poo hacia el año 10 d.C.
No se ha podido determinar si esos marinos desembarcaron en la costa guineana, si bien se han hallado -al igual que en Togo, Ghana, Nigeria y Níger- monedas romanas. La tradición dice que aquellos exploradores fueron los que bautizaron las islas con el nombre de Canarias, en alusión a la cantidad de perros que había, pues no encontraron ningún humano.
Lo cierto es que resulta difícil establecer qué grado de éxito se les puede atribuir a los romanos en sus andanzas africanas y, sobre todo, saber con exactitud hasta dónde llegaron. Aparte de los mencionados de Juba II, Plinio nos ha dejado noticias de cinco grandes viajes. El primero tuvo lugar hacia el año 19 d.C., cuando un general hispano (de Gades) llamado Lucio Cornelio Balbo el Menor, que llegó a ser senador y procónsul, visitó la zona del Níger después de una campaña de conquista por el sur de Libia y Argelia que él decidió continuar con un pequeño contingente militar de la III Legión Augusta.
Buscando lo que llamaba la «tierra de los leones», atravesó las montañas Ahaggar y Tassili siguiendo una antigua ruta caravanera. La arqueología ha sacado a la luz pruebas materiales de aquella aventura en forma de monedas, joyas y cerámica, desenterradas en territorio de lo que actualmente es Malí, así como un mausoleo de estilo clásico que parece indicar que se llegó a romanizar parcialmente el lugar, al menos en el ámbito de las clases superiores.
El cónsul Cayo Suetonio Paulino, cuyo nombre sonará a más de uno porque fue quien derrotó a la reina icena Boudica, también encabezó una incursión a través del Atlas en el año 41 d.C. (es decir, en un destino anterior a la rebelión britana, cuando era pretor y legado en Mauritania). Dejando atrás las nieves que coronan esas cimas, descendió hasta el desierto y siguió hasta el río Daras, en lo que hoy es Senegal. También en este caso hay evidencias arqueológicas, como monedas y fíbulas encontradas en su dominio mauritano.
Un tercer viaje se hizo en torno al año 50 d.C. y lo lideró un tal Septimio Flaco, del que no hay mucha información. Al parecer, el objetivo de esa misión, planeada originalmente por Augusto, era encontrar el «lago de los hipopótamos» que había mencionado Ptolomeo y que hoy se identifica con el Chad, para tomar represalias contra unos nómadas que habían atacado Leptis Magna.
Flaco partió de Tripolitania (Libia), pasó las montañas Tibesti -las más altas del Sahara-, cruzó el territorio de los garamantes (un pueblo que en la Edad Media fundaría un próspero reino bereber) y entró en una región que Ptolomeo llamó Agisymba, cuya extensión y localización son inciertas y sólo sabemos que había elefantes y rinocerontes, tal como el autor dejó escrito basándose en el testimonio previo de Marinus de Tiro, un cartógrafo fenicio.
Etiopía precisamente era el objetivo de la siguiente expedición, pues Nerón había decidido su invasión y necesitaba reunir información previa. Fue en el año 61 d.C. y envió para ello a una tropa de pretorianos que, saliendo de Egipto y atravesando Meroe, llegaron a Sudán siguiendo el Nilo Blanco. Como acreditarían los exploradores decimonónicos, era una región difícil, pantanosa, húmeda y plagada de mosquitos, siendo igual de difícil recorrerla a pie que en bote.
Por los informes que dejaron los supervivientes sobre un caudal de agua que brotaba violentamente entre dos rocas, hay quien deduce que descubrieron las Cataratas Murchinson, anticipándose milenio y medio a Samuel Baker y su esposa; como también hablaron de una gran masa lacustre, la hazaña les habría llevado hasta el lago Victoria, lo que significa que estaban ya ¡en Uganda! Nerón no pudo invadir Etiopía porque falleció prematuramente, pero en su haber hay que apuntar el haber llegado al Índico.
Saltamos al año 70 d.C., en el que el protagonista fue un militar llamado Valerio Festo. Al igual que Lucio Cornelio Balbo, era legado de la Legio III Augusta y, de hecho, se propuso seguir los pasos de su predecesor hacia el Níger. Pasó las montañas Ahaggar, en el sur de Argelia, y las de Air, un macizo enclavado en el desierto sahariano del Teneré, para salir a la llanura de Gadoufaua (en la que hay miles de fósiles de dinosaurios; debió de ser curioso escuchar sus especulaciones al respecto), hasta que llegó a Tombuctú y Gao.
Al menos eso dice Plinio el Viejo, aunque algunos autores modernos opinan que se referiría más bien a Ghat, región meridional libia, sin descartar que sí mandase exploradores más al sur. Por allí entrarían en contacto con la civilización Bura, de cuya cultura de la Edad del Hierro hay unos cuantos yacimientos arqueológicos repartidos entre las actuales repúblicas de Níger y Burkina Faso. Las piezas de metal desenterradas -de cobre, sobre todo- parecen indicar una procedencia norteña, acaso romana.
Por último, en el 90 d.C. aproximadamente, se reseña un nuevo viaje mercantil del imperio, en esta ocasión realizado por Julio Materno desde el Golfo de Sirte hasta la mencionada región de Agisymba. Materno contó con la ayuda del rey de los garamantes y se la devolvió colaborando en una incursión contra unos rebeldes. Luego siguió un poco más y se cree que pudo alcanzar lo que hoy es la República Centroafricana. A su regreso, llevó consigo un trofeo que dejó estupefactos a los romanos cuando lo exhibió en el Coliseo: un rinoceronte vivo.
Fuentes
Historia Natural. Libro V (Plinio el Viejo)/Rome in Africa (Susan Raven)/The Cambridge history of Africa (J. D. Fage, ed)/African glory. The story of vanished negro civilizations (John Coleman De Graft-Johnson)/A companion to the Neronian Age (Emma Buckley y Martin Dinte)/Through the pillars of Herakles. Greco-Roman exploration of the Atlantic (Duane W. Roller)/Wikipedia
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