Aunque la parte más conocida y popular de la historia de Alejandro Magno fue la expedición que encabezó contra Persia, antes de eso tuvo que imponer su autoridad sobre Grecia y durante ese proceso, paralelamente, se vio obligado a someter la rebelión de los ilirios. No podía dejarla crecer por la amenaza que suponía para su retaguardia, ya que en ese momento estaba de campaña contra los tracios y para acabar de complicar las cosas acababa de recibir la noticia de otra sublevación de Tebas, así que se puso en marcha hacia Iliria para afrontar los problemas de uno en uno.
Este territorio situado al norte del Épiro ocupaba aproximadamente lo que hoy son los países asomados al Adriático: Albania, Serbia, Bosnia, Croacia, Montenegro y la República de Macedonia, estando ocupados fundamentalmente por dos pueblos de origen indoeuropeo.
El primero era el de los taulantios, un grupo de tribus parcialmente helenizadas que vivían una etapa de cierto esplendor bajo el mando del recién coronado Glaucias. El segundo lo constituían los dárdanos, emparentados con los anteriores pero también con los tracios; su dirigente en aquella época era Clito.
Filipo, el padre de Alejandro los había sometido pero sin ocupar la región, ya que al estar tan cerca de su país siempre podía enviar rápidamente una expedición de castigo y así evitaba mantener tropas en guarniciones perennes que podía necesitar en otros sitios. Por supuesto, eso implicaba que los ilirios conservaban su capacidad para alzarse en armas y eso fue lo que ocurrió cuando Glaucias y Clito llegaron a un acuerdo de coalición para librarse del dominio macedonio.
Como decíamos al principio, Alejandro estaba combatiendo a los tracios cuando se enteró e inmediatamente se dio cuenta del peligro: dado que la ciudad iliria de Pelión (o Pelio) constituía un paso estratégico entre esa región y Macedonia, cerrando el acceso a un estrecho desfiladero por el que apenas cabían cuatro hombres a la vez, la pérdida de su control podía dejarle aislado en Tracia e incitar a las polis griegas a volverse contra él; algo muy probable porque precisamente acababa de someterlas por intentarlo cuando aprovecharon para ello la muerte de Filipo, pensando que su heredero tendría dificultades para conservar el trono.
Por suerte, el joven rey macedonio contó con un oportuno aliado: Langaro, un monarca agriano, tribu de la región fronteriza entre la Macedonia septentrional y la Tracia meridional, que se había mantenido leal y cuya aportación al ejército macedonio era muy importante porque sus guerreros constituían una excelente infantería ligera: apenas usaban protecciones (a lo sumo casco y escudo de mimbre) pero eran expertos lanzadores de jabalinas y llevaban un haz de ellas en batalla. Destacaban especialmente en terrenos montañosos en los que la falange no servía pero también luchaban junto a los hipaspistas (una infantería semipesada) y como complemento auxiliar de la caballería.
Langaro se encargó de mantener a raya a los autarios, la tribu iliria más poderosa, dando tiempo a Alejandro a acudir a la región con el grueso del ejército, unos quince mil hombres. Tan útil resultó que el macedonio le colmó de favores y hasta le prometió la mano de su hermanastra Cinane (hija de Filipo y la princesa iliria Audata), aunque el matrimonio nunca pudo celebrarse porque Langaro enfermaría gravemente y fallecería.
El caso es que los dárdanos de Clito, en efecto, ya estaban en Pelión, hacia donde marchaba también Glaucias con refuerzos, por lo que Alejandro decidió que era crítico conquistar cuanto antes esa ciudad.
Parecía complicado, ya que no sólo se asentaba en una meseta sino que los montes de alrededor también estaban en poder del enemigo. Un enemigo que, además, tenía la moral alta porque Clito se había asegurado el favor de los dioses ofreciéndoles en sacrificio tres niños, tres niñas y tres carneros negros.
Alejandro resolvió ante todo despejar el terreno de operaciones para poder llevar a cabo el ataque a Pelión sin amenazas y envió a sus fuerzas a despejar las alturas circundantes, cuyos defensores tuvieron que correr a refugiarse tras las murallas. Entonces pudo intentar el asalto pero fue infructuoso, por lo que optó por iniciar labores de asedio.
En ello estaba cuando apareció Glaucias con las tropas de refuerzo, dejando al macedonio en una situación comprometida: en inferioridad numérica, cogido entre dos fuegos y sin haber tenido tiempo de iniciar la construcción de zanjas y parapetos. No le quedó más remedio que abandonar las lomas de las que había expulsado a los dárdanos el día anterior y atrincherarse en su campamento, pero con el problema de que no podía permitirse permanecer allí mucho tiempo, no sólo porque carecía de provisiones para ello sino también porque cuando se enterasen en Tebas y Atenas de su apurada circunstancia no dejarían escapar la oportunidad de volverse contra él.
Lo primero era abrir una vía de suministros por si la cosa se alargaba y esa misión le fue encargada a Filotas, jefe de la caballería y héroe de la futura Batalla de Gaugamela, que al igual que su padre, el prestigioso general Parmenión (el cual había sometido a los ilirios un par de décadas antes), sería ejecutado por Alejandro en el año 327 a.C, al negarse a continuar la expedición asiática. Los agrianos de Langaro, los hipaspistas y los arqueros se encargaron de proteger la marcha de Filotas, que Glaucias trató de impedir infructuosamente.
Después el macedonio desalojó a los ilirios que custodiaban la parte alta del desfiladero con una insólita y desconcertante táctica: poniendo a sus falanges a hacer ejercicios y desfilar en orden cerrado (ciento veinte hombres en profundidad) por la llanura acompañados en cada flanco por doscientos jinetes. Adelante y atrás, media vuelta… Todo sin que se oyera ni un tosido, en una espectacular demostración militar que seguramente sus adversarios contemplaban desde los altos circundantes con la misma mezcla de fascinación y temor que los que lo hacían desde Pelión.
Volvieron a la realidad cuando Alejandro juzgó que ya había alcanzado el grado de intimidación que pretendía y dio la orden de cargar de pronto contra ellos, rompiendo el sepulcral silencio con el clásico grito de guerra macedonio «¡Alalalalai!»; los otros salieron en desbandada para buscar refugio en la ciudad, dejando al hijo de Filipo dueño del terreno sin apenas bajas. Se había salvado la situación de momento.
A continuación arrebató a los ilirios el control del vado sobre el río Apsos, haciendo que sus tropas atravesasen el cauce en hileras. El enemigo trató de impedirlo pero fue rechazado por los arqueros, que dispararon sus flechas con el agua a la cintura y fueron apoyados por una carga de caballería.
De esta forma los macedonios lograron alcanzar la otra orilla, asegurándose vía libre para recibir los suministros que enviase Filotas. No obstante, sería innecesario. Los ilirios habían interpretado las maniobras macedonias como el inicio de una retirada y eso les llevó a relajar la vigilancia; un error fatal cuando se tiene enfrente a un genio militar al que, por supuesto, no se le escapó ese detalle.
Aquella misma noche Alejandro encabezó un asalto a la ciudad con sus falanges, agrianos y arqueros, llevando la iniciativa de la acción los pezhetairoi (infantes falangitas) de Coeno (que era hijo del general Polemócrates y ahijado de Parmenión), tropa de élite que en combate siempre ocupaba el flanco derecho, considerado el de más honor en el campo de batalla. El ataque era completamente inesperado por los ilirios, que fueron incapaces de ofrecer una resistencia ordenada y terminaron masacrados o prisioneros, aunque persiguiendo a los que huían Alejandro se cayó del caballo y estuvo a punto de romperse el cuello.
La caída de Pelión en apenas dos días desmororonó la resistencia de Iliria y la obligó a someterse para siempre al brillante vencedor (incluso aportaría un contingente a su ejército en el 334 a.C.), quien ya pudo encarar con garantías el siguiente capítulo de esa continua e inacabable campaña militar que fue su vida: atravesar Tesalia para dirigirse hacia Beocia y Ática y sofocar las rebeliones de Tebas y Atenas, que creyeron que la citada caída le había producido la muerte.
La primera urbe fue arrasada por su tenaz resistencia para dar ejemplo y la segunda se libró al reconocer su autoridad (le nombraron Hegemon, como a su padre) después de que tuviera la osadía de entrar solo en la ciudad. Todo quedaba listo para el gran sueño de conquistar el Imperio Persa pero ésa ya es otra historia.
Fuentes
Vidas paralelas. Alejandro y Julio César (Plutarco)/Breve historia de Alejandro Magno (Charles E. Mercer)/A history of Macedonia. 336-167 B.C. (Nicholas Geoffrey Lemprière Hammond y Frank William Walbank)/Alejandro Magno (A. B. Bosworth)/Wikipedia
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