Entre los cuarenta y cinco presidentes que ha tenido Estados Unidos los hubo republicanos y demócratas, federalistas y whigs, protestantes y católicos, jóvenes y mayores, blancos y negros… Sólo hay una cosa que todos tuvieron en común y es el hecho de ser hombres. Nunca ha habido una mujer y, de hecho, pocas fueron las que presentaron su candidatura, la mayoría en el siglo XX. Pero la pionera de todas ellas fue Victoria Woodhull, que lo intentó en una época tan imposible como el siglo XIX.

Gracie Allen en los años cuarenta, aunque por un partido humorístico llamado Surprise, y Charlene Mitchell -que además era negra- en 1968 por el Partido Comunista, fueron las siguientes en romper los esquemas y detrás vinieron, ya en los setenta, unas cuantas más con la triste característica general de no haber conseguido un solo voto electoral (y muy pocos populares) hasta Hillary Clinton. Todas ellas tenían -tienen- una deuda histórica con Victoria Woodhull porque esta mujer se atrevió a dar el paso cuando éste era sencillamente impensable.

Claro que Victoria era uno de esos personajes hechos de pasta especial que no se conformó con lo que le deparaba el destino y forjó el suyo propio, siendo una adelantada en otros muchos temas que hoy nos son familiares. Así, también fue pionera del feminismo, abogando por la igualdad de derechos entre sexos y militó en numerosas causas sociales como la lucha por los desfavorecidos o la defensa del amor libre, que entonces significaba sustancialmente poder casarse con quien quisiera, tener capacidad jurídica para divorciarse e incluso decidir alumbrar hijos sin necesidad de permiso de varones ni intermediación gubernamental.

Victoria con veintidós años/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Nació en 1838, en un pueblo de Ohío llamado Homer, en una familia pobre de diez hermanos (de los que cinco morirían sin llegar a adultos) algo desestructurada: su padre, Reuben Claflin, era un bruto y un estafador; su madre, Roxanna Hummel, analfabeta, y ambos tenían a sus hijos semiabandonados. Se dedicaban a la sanación mediante terapias alternativas como la venta de aceite de serpiente (uno de esos productos que solían vender los charlatanes ambulantes) o el espiritualismo (poniéndose en contacto con los espíritus de los muertos, algo que estuvo muy de moda a mediados de siglo).

La misma Victoria estuvo escolarizada sólo tres años porque el cabeza de familia prendió fuego a un molino para cobrar el seguro pero le descubrieron y, al ser desterrado, los Claflin se vieron obligados a irse con él ayudados económicamente por algunos vecinos caritativos. Salieron adelante gracias a que el padre explotó a Victoria y su hermana pequeña Tennesee como médiums para curar casi cualquier enfermedad –«del herpes labial al cáncer» decía su publicidad- y alcanzaron cierto renombre. Reuben se hacía llamar el Rey del cáncer pero en 1864, cuando provocaron la muerte de una paciente, la Justicia se movilizó y tuvieron que huir una vez más, aunque al final no hubo juicio.

Una enfermedad crónica llevó a Victoria a conocer al médico Canning Woodhull (que ejercía sin título), con quien se casó en 1853 cuando tenían quince y veintinueve años respectivamente. Fruto del matrimonio tuvieron dos hijos, un niño al que llamó Byron y una niña cuya nombre fue Zula, el primero de los cuales mostraba un retraso mental considerable, no se sabe si de nacimiento (el padre resultó ser alcohólico) o sobrevenido tras caerse por una ventana; ello hizo de su madre una defensora de la eugenesia, típica del momento, en el sentido de esterilizar a este tipo de enfermos (en cambio, se opuso al aborto partiendo de la idea de que ninguna mujer verdaderamente libre tendría un hijo no deseado). En cualquier caso Victoria y Canning se divorciaron al poco aunque ella, según era costumbre en EEUU, conservó el apellido de él.

En 1866 probó de nuevo la vida conyugal junto a James Harvey Blood, un coronel viudo que había combatido por el Norte durante la Guerra de Secesión. Para entonces Victoria, que pese a sus carencias de formación había revelado poseer una inteligencia inusual, ya empezaba a destacar en su campo profesional, la magnetoterapia (disciplina pseudocientífica que usa imanes para favorecer la circulación sanguínea), publicando artículos con la ayuda de su marido y de un anarquista llamado Stephen Pearl Andrews (un abogado y lingüista abolicionista, defensor de la libre empresa, la libre contratación y la pantarquía) en el periódico Woodhull & Claflin’s Weekly, que había fundado junto a Tennesse gracias a su éxito en las finanzas.

Y es que con Tennie, como la llamaba ella, mantenía una relación especialmente estrecha hasta el punto de que en 1870 ambas abrieron una agencia en Wall Street, convirtiéndose en las primeras mujeres estadounidenses que ejercían de corredoras de bolsa. La bautizaron Woodhull, Chaflin & Company y fue posible gracias al apoyo financiero del magnate Cornelius Vanderbilt, que era cliente de los servicios de Victoria como médium. A las hermanas les fue bien y se hicieron millonarias (con el dinero crearon el periódico), por lo que no faltó el machismo habitual que las acusaba de ser amantes, siendo caracterizadas en la prensa casi siempre con alusiones sexuales. Incluso surgieron los rumores de que Victoria había practicado la prostitución (quizá porque definió el matrimonio forzado como una variante de ello y abogaba por legalizar a las mujeres que ejercían ese trabajo) y que había rescatado a su hermana de un burdel.

Stephen Pearl Andrews/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

El caso es que Victoria se manifestó defensora de su «derecho inalienable, constitucional y natural a amar a quien yo quiera, por el tiempo que pueda; a cambiar ese amor todos los días si así lo deseo, y ninguna persona ni ley está autorizada a interferir en ese derecho» y, así, la relación con Blood tampoco prosperó porque ella se echó un amante en 1872, con lo que tres años después se divorciaron. Ese otro hombre que irrumpió en su vida era Benjamin Tucker, considerado uno de los padres del anarquismo en EEUU, cuyas doctrinas difundía a través del periódico que editaba, el Liberty, además de traducir a los principales ideólogos como Bakunin o Proudhon; también fue el primero en traducir y publicar las obras de Nietzsche en el país.

Tucker integró todas esas corrientes en una que bautizó como socialismo anarquista, fuertemente marcado por el individualismo y contraria pues a la defensa que los demás anarquistas hacían del Derecho Natural. Anticapitalista, por supuesto, una de sus propuestas más curiosas y visionarias era la superación de lo que Max Weber denominaba monopolio de la violencia por el Estado mediante la creación de agencias privadas de policía. Victoria aprendió de él especialmente los conceptos de libre pensamiento y del amor libre. En esto último también se notaba la marca que le dejó descubrir las infidelidades de su primer esposo y, sobre todo, la tolerancia social hacia esa costumbre.

«¡Aléjate de mí, Mrs Satan!» Caricatura de Victoria hecha por Thomas Nast para Harper’s Weekly. El texto dice: «Prefiero hacer el camino más difícil del matrimonio que seguir tus pasos» (en alusión al cartel que dice «Salvada por el amor libre»/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Tanto que en 1872 publicó un artículo denunciando el adulterio de Henry Ward Beecher, un célebre predicador congregacionista famoso por su oposición al esclavismo (era hermano de Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del tío Tom) y, paradójicamente, defensor del sufragio femenino. Pero Beecher, había criticado ferozmente su idea del amor libre mientras hipócritamente mantenía una relación amorosa con una feligresa, lo que indignó a Victoria. Hubo un largo y escandaloso juicio (el adulterio era delito) en el que, pese a las pruebas aportadas -entre ellas la confesión epistolar de la amante del clérigo, éste fue absuelto y tanto Victoria como su marido y su hermana pasaron seis meses en la cárcel, acusados de publicar obscenidades.

Ese episodio fue una buena muestra de la resolución de aquella mujer, activa sufragista que amparaba el derecho al voto femenino en la decimocuarta y decimoquinta enmiendas a la Constitución ganándose el aplauso de las demás defensoras de la causa como Elizabeth Cady Stanton y Susan Brownell Anthony.

Su prestigio fue tal que el 10 de mayo de 1872, pese a no tener la edad mínima requerida (treinta y cinco años, que cumpliría en 1873), presentó su candidatura a la Presidencia de EEUU por el partido que ella misma creó con ese fin, el National Equal Rights; en su programa, en el que llevaba al escritor abolicionista negro Frederick Douglass como vicepresidente, incluía el promulgar una nueva constitución.

Henry Ward Beecher/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

La aventura presidencial quedó frustrada al estar encarcelada la candidata, con lo que se evitó de paso el presumible lío que se formaría en el colegio cuando intentase votar. No obstante lo intentó dos veces más, la primera en 1884 y la segunda, apoyada por la National Woman Suffragists’ Nominating Convention (Convención Nacional de Mujeres Sufragistas) y con una fémina como candidata a la vicepresidencia (Marietta Stow, que en 1882 se había presentado a las elecciones para ser gobernadora de California), aunque al final disensiones internas la alejaron. En la primera fecha, y luego en 1888, cabe destacar que el National Equal Rights Party presentó a otra mujer, Belva Ann Lockwood, dado que Victoria, deprimida por los acontecimientos que la llevaron a prisión, se había marchado a Inglaterra acompañada de Tennie.

En su nueva tierra recuperó las fuerzas para seguir luchando y en 1883 se casó por tercera vez: el afortunado era el banquero John Biddulph Martin, quien había asistido a una de sus conferencias. Dos años después Tennie hacía otro tanto con el aristócrata Francis Cook. En 1892 creó la revista The Humanitarian junto a su hija Zula pero en 1901, al quedarse viuda, decidió retirarse definitivamente mientras su hermana fundaba el banco Lady Cook & Co. Victoria falleció en el verano de 1927. Siete años antes, el 26 de agosto de 1920, la Decimonovena Enmienda a la Constitución de EEUU había hecho realidad el voto femenino, que hasta entonces sólo disfrutaban las mujeres de Nueva Zelanda, Australia, Finlandia, Noruega y Suecia.


Fuentes

Victoria Woodhull. Fearless feminist (Kate Havelin)/Victoria Woodhull’s sexual revolution. Political theater and the popular press in nineteenth-century America (Amanda Frisken)/Free woman. The life and times of Victoria Woodhull (Marion Meade)/Other powers. The age of suffrage, spiritualism and the scandalous Victoria Woodhull (Barbara Goldsmith)


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