Una mañana de junio del año 1887, Robert Ledru se dirigió a la comisaría de Le Havre para continuar la investigación para la que se había requerido su presencia en aquella localidad de la costa gala y que había empezado el día anterior, la misteriosa desaparición de unos marineros. Ledru era inspector jefe de la Sûreté Nationale, antiguo nombre de la actual Police Nationale francesa, y había sido enviado a aquella localidad para esa misión especial. Pero al llegar a comisaría fue informado de que aquel caso pasaba a segundo plano ante otro nuevo y más grave, ya que se trataba de un asesinato confirmado: había aparecido un cadáver en la playa muerto de un disparo.

La víctima resultó ser André Monet, un hombre de mediana edad, propietario de una boutique parisina, que estaba en Normandía para respirar la brisa marina y mejorar algunos achaques de salud. Las vacaciones habían resultado funestas y ahora yacía sin vida sobre la arena, según cavilaba Ledru mientras echaba un vistazo in situ, en la escena del crimen, en busca de alguna pista. No parecía fácil: a priori no había ningún motivo para la muerte de Monet, pues no le habían robado y en Le Havre no era conocido, por lo que carecía de enemigos; algo que corroboró poco después su esposa.

El inspector observó un conjunto de huellas alrededor del cuerpo que pudieran ser del asesino, ya que unas se acercaban hasta él mientras que las otras se alejaban. Al agacharse para examinarlas se percató que las del pie derecho presentaban menor profundidad, lo que podía indicar la ausencia del pulgar. Entonces, dijeron los policías presentes, su rostro cambió de color. Mandó sacar moldes en yeso para evitar que la pleamar los borrara y se sentó en una roca a esperar el resultado sin querer interrogar a posibles testigos entre pescadores, ladronzuelos y vecinos de los alrededores. Los agentes estaban un tanto confundidos al verle allí, sin hacer caso a los rayos del sol sobre su cabeza ni a la subida de la marea. Cuando por fin fraguó el yeso y le mostraron los moldes, los examinó minuciosamente, escudriñando hasta el último milímetro.

La playa de Le Havre en 1914/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Las olas empezaban a acariciar las suelas de los policías cuando Ledru pareció salir de aquel extraño ensimismamiento y les informó de que podían regresar todos a comisaría porque ya sabía la identidad del asesino. Los operarios de la morgue recogieron el cadáver de Monet y los agentes retornaron dejando la playa vacía, con un Ledru pensativo que poco después también la abandonaba para ir al hotel donde estaba hospedado. Hasta el día siguiente no se presentó ante el comisario de Le Havre, quien le informó de que ya tenían la bala fatídica antes de preguntarle por su raro comportamiento. Por toda respuesta, el inspector cogió el proyectil y lo examinó cuidadosamente; era de fabricación alemana. Luego sacó su revólver, un Zig-Zag germano de seis tiros, abrió el tambor y se lo mostró a su jefe: usaba el mismo calibre y sólo tenía cinco cargas. El comisario, atónito, no acaba de entender lo que quería decirle, así que Ledru se lo aclaró de forma expresa: se quitó el zapato derecho y le mostró el pie, al que faltaba el pulgar. No hacía falta seguir investigando porque él era el asesino; caso cerrado.

Cabe imaginar el estupor del comisario y de todos sus hombres. Ledru, de treinta y cinco años, era un policía de gran prestigio en París, donde tenía un imponente currículum de detenciones a delincuentes de todo tipo: criminales, anarquistas, conspiradores… En 1884 dirigió una actuación especialmente destacada en el desmantelamiento de un golpe de estado, tras una larga investigación a una organización clandestina denominada Hermandad del Orden Social. La Hermandad, originaria de Alemania pero con ramificaciones en Francia y Gran Bretaña, agrupaba a miembros de todos los estamentos sociales, desde banqueros a carteristas, pasando por abogados, médicos y lo que el propio Ledru describió como «la miseria del inframundo». Como veremos luego, esto pudo influir decisivamente en su estado de ánimo.

El caso es que este inaudito policía no sólo admitió su autoría del crimen sino que no se quedó en Le Havre y, con la bala, el arma presuntamente homicida y los moldes de las huellas, se presentó en París ante su superior para repetir y confirmar la confesión. Incluso añadió más detalles: la mañana en que se despertó para ir a la playa a ver el cuerpo de Monet notó que sus zapatos y calcetines estaban mojados y la ropa húmeda, pese a ser verano. La reconstrucción de los hechos era hipotética, claro, porque en realidad no los recordaba y ahí estaba lo verdaderamente interesante del caso.

Supuesta foto de Robert Ledru | foto HistoryCollection

Ledru dedujo que esa noche se despertó, se vistió y fue hasta la playa, donde encontró a André Monet dando un paseo nocturno. Entablaron conversación pero por alguna razón debieron empezar a discutir, se pelearon, el policía sacó su revólver y le disparó en el pecho. A continuación regresó al hotel y se acostó. Ledru adujo que seguramente no había intencionalidad; de hecho, ni siquiera consciencia, dado que no se acordaba de nada y era probable que hubiera cometido el crimen en una especie de trance. Ahora bien, él mismo admitía que eso constituía un peligro para la seguridad de los ciudadanos a los que debía proteger, por lo que pedía su detención.

A la Sûreté le costó convencerse pero no se encontró una explicación mejor y se concluyó que Ledru había matado a Monet mientras se hallaba en un estado de sonambulismo, acaso motivado por el estrés de su profesión y el celo que ponía en ésta. Para comprobarlo, le encerraron en una celda pero bajo observación y dejándole a mano una pistola con balas de fogueo, a ver qué pasaba. Y, en efecto, una noche Ledru se incorporó sonámbulo, cogió el arma y disparó contra uno de los guardias que vigilaban sus reacciones nocturnas antes de tumbarse otra vez y seguir durmiendo.

No es éste el único caso registrado de lo que se ha dado en llamar sonambulismo homicida: entre 1878, en que se reseñó el primero, y 2005 hay otros sesenta y ocho, aunque no todos fueron reconocidos como tales por los tribunales y algunos terminaron con condena para sus protagonistas, en algunos casos capital. Uno de ellos fue en España: Antonio Nieto, de cincuenta y ocho años y residente en Málaga, uso un hacha y un martillo para asesinar a su esposa y a su suegra en enero de 2001; su hija se salvó al fingirse muerta y su hijo consiguió desarmarle a costa de resultar herido. Nieto, que alegó que lo hizo durmiendo y soñando con que se defendía de un ataque de avestruces (!), fue condenado a diez años de internamiento en un psiquiátrico bajo tratamiento y perdió la custodia de los vástagos, quienes le acusaron de ser consciente de lo que hacía.

Fases del sueño/Imagen: End Your Sleep Deprivation

El sonambulismo o parasomnia, es un trastorno en el que el cerebro trata de salir de la fase de sueño de onda lenta, la llamada No-REM. Al dormir se pasa por varias etapas: una primera de adormecimiento seguida de otra de sueño ligero, luego una de transición a la conocida como Sueño Delta y finalmente la REM (siglas de Rapid Eye Movement, o sea Movimiento Rápido del Ojo), durante la cual se duerme profundamente, el cerebro está muy activo y da lugar a los sueños. Las fases No-REM y REM se suelen alternar pero, a veces, hay algo que lo impide, alterando la secuencia normal.

Es fundamental la intervención de factores externos como el estar sometido a estrés o sufrir depresión, algo que lleva a dificultades para conciliar el sueño y, consecuentemente, a no poder alcanzar la fase REM. Entonces el cerebro entra en cortocircuito y trata de despertar pero sin llegar a conseguirlo del todo, sobreponiéndose dos estados distintos a un tiempo. Los análisis hechos a pacientes, con sensores que miden sus ondas cerebrales, así lo demuestran. Lo que se desconoce todavía es el porqué del impulso de matar en algunos de esos casos.

Retomando el de Ledru, este inspector había sido enviado a Le Havre precisamente para darle un respiro de su trabajo en París, que le había llevado al agotamiento físico y mental agravado por la sífilis que padecía desde hacía diez años. Parece que Ledru sufría también una fuerte depresión motivada por su esfuerzo contra aquella Hermandad del Orden Social, en la que al descubrir la conspiración y arrestar a gente aparentemente intachable, es decir, la misma sociedad que él creía defender, se vino abajo. Las autoridades quedaron convencidas de que su hipótesis sobre el asesinato de Monet era cierta y le recluyeron en una granja de las afueras de París, donde pasó el resto de su vida bajo control médico hasta su fallecimiento en 1937.


Fuentes

Chief Inspector Ledru, the policeman who caught… himself (Look and Learn, History Picture Library)/En la mente de los sonámbulos asesinos (Daniel Bennet en BBC)/Sleepwalking murder (C.L. Evans)/The slumbering masses. Sleep, medicine, and modern american life (Matthew J. Wolf-Meyer)/Wikipedia


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