Una de las películas míticas de la historia del cine es, sin duda, Casablanca, ganadora del Óscar en 1943. La historia del norteamericano Rick Blaine que durante la Segunda Guerra Mundial regenta un local nocturno en la ciudad marroquí donde se cruzan las vidas y destinos de una antigua amante, su marido, el jefe de policía local y un oficial de la Gestapo, entre otros, estaba basada en una obra de teatro titulada Everybody comes to Rick’s que nunca se llegó a estrenar y transcurría en Viena; en ella, Rick era abogado y había tenido su relación amorosa con Ilsa (Ingrid Bergman en el film) antes de que ella conociese a su marido, Victor Lazslo. Éste, junto con Sam, es uno de los personajes de la trama que se inspiraron en alguien real: Richard von Coudenhove-Kalergi. O eso se dice.
Victor Lazslo, al que interpreta el actor austríaco Paul Henreid (luego nacionalizado estadounidense), es un héroe de la Resistencia checa cuya esposa piensa que le han matado en un campo de concentración y se consuela enamorándose de Rick en París. Luego, al enterarse de que sigue vivo, corre al lado de su esposo abandonando precipitadamente a su nuevo amor y dejándolo marcado para siempre por un carácter cínico que trata de sobrellevar alistándose en las Brigadas Internacionales para luchar en la Guerra Civil Española… hasta que se reencuentran en Casablanca. Allí aparece Ilsa del brazo de Lazslo, quien aprovechando que se trata de una ciudad bajo el régimen de Vichy no tiene reparos en provocar a los alemanes. Lo cierto es que la vida de Lazslo no tiene mucho que ver con la de su presunto modelo real, más allá de cierto parecido físico y algunas situaciones concretas.
Su nombre completo era Richard Nikolaus Eijiro, conde de Coudenhove-Kalergi, nacido en Tokio en 1894 del aristócrata y diplomático austrohúngaro de ascendencia griega Heinrich Coudenhove-Kalergi y de una japonesa de rica familia llamada Mitsuko Aoyama; toda una combinación internacional que, en cierta forma, prefiguraba la que luego sería una de las grandes ideas propuestas por su vástago, el paneuropeísmo. Pero antes recibió, junto a su hermano, una espartana educación que incluía religión, idiomas, prácticas de tiro y finalmente formación universitaria, ya que se doctoró en Filosofía en Viena en 1917. Para entonces ya llevaba dos años casado con la actriz Ida Roland, matrimonio que supuso el repudio de sus progenitores por la profesión de ella, porque era trece años mayor y por carecer de fortuna.
Pese a su rancio abolengo, Richard era de ideología conservadora-liberal, habiéndose opuesto al tradicional antisemitismo típico germánico de entonces que representaba en casa su padre (autor de un libro titulado Das Wesen des Antisemitismus, La esencia del antisemitismo), al opinar que tanto las razas como las clases desaparecerían con el tiempo al ir diluyéndose los prejuicios. En 1921 ingresó en la logia masónica vienesa Humanitas y al año siguiente fundó, junto al archiduque Otón de Habsburgo-Lorena (hijo del último emperador de Austria), la Unión Paneuropea. Planteada como una forma de unir al continente y presentar una defensa común ante el creciente poder de la Rusia revolucionaria, el documento seminal fue traducido a numerosas lenguas y atrajo la atención de Max Warburg, un banquero judío que se ofreció a financiar el movimiento.
Ello permitió a Richard crear la revista Paneuropa en 1924 y, al año siguiente, publicar la que sería su gran obra doctrinal: Kampf um Paneuropa (La lucha por Paneuropa), que ocupaba tres volúmenes. En 1926 la capital austríaca acogió la celebración del primer congreso de la Unión Paneuropea, con asistencia de dos mil delegados y algunas figuras del mundo de la cultura y la ciencia como Albert Einstein, Thomas Mann o Sigmund Freud. Richard fue elegido presidente y los postulados aprobados eran tan revolucionarios como utópicos: unos Estados Unidos de Europa articulados de forma federal en los que capitalismo y socialismo confluirían armónicamente y que convivieran con otros cuatro grandes a nivel mundial, a saber, la Commonwealth, una Unión Panamericana, la URSS y una Unión Panasiática.
El idioma común de esa Europa unida sería el inglés -nacionales aparte- y el himno nos resulta familiar porque décadas después se haría realidad: la Oda a la alegría de Beethoven. La inaudita propuesta atrajo a algunos políticos como el francés Aristide Briand (que defendió el paneuropeísmo en un discurso en la Sociedad de Naciones en 1929), el austríaco Ignaz Seipel, el italiano Carlo Sforza o el alemán Hjalmar Schacht.
Otros se mostraron escépticos y algunos desataron la caja de los truenos en contra, llevando la voz cantante de estos últimos Adolf Hitler. El futuro Führer se despachó a gusto contra su compatriota, acusándolo de estar controlado por la masonería (aunque en realidad Richard la había abandonado en 1926) y abominando del cosmopolitismo, del mestizaje y del pacifismo que dejaría a los europeos inermes ante la agresividad de EEUU.
Con los nazis en contra, Richard se vio obligado a huir de Austria cuando en 1938 se produjo el Anchluss, la anexión del país por Alemania. Se refugió en Francia -donde se le concedió la nacionalidad, que conservaría para siempre como la suya-, pero al estallar la Segunda Guerra Mundial tuvo que hacer las maletas otra vez y marchó a EEUU.
Durante un tiempo se rumoreó que había muerto, aunque en 1940 quedó claro que era un bulo cuando empezó a lanzar proclamas a favor de los Aliados, siendo este episodio el punto de mayor similitud con el personaje de Casablanca. Por lo demás, el régimen nazi le había quitado su doctorado por ser judío -no lo era- y no se le devolvería hasta 1955 pero eso no impidió que durante la contienda impartiera clases de Historia en la Universidad de Nueva York.
En 1944 publicó una nueva obra, Crusade for Paneurope (Cruzada por Paneuropa) que insistía en su idea como defensa común y que fue vista con buenos ojos por William Joseph Donovan (creador de la OSS, Oficina de Servicios Estratégicos estadounidense, germen de la CIA) y Allen Dulles (futuro director de la agencia). También por Roosevelt, Churchill y Truman, elogiándole estos últimos cuando por fin llegó la paz y apoyando su esfuerzo en la construcción de su sueño, si no en su totalidad si al menos de manera parcial.
Por eso a caballo entre 1946 y 1947 se realizó una consulta al respecto entre los parlamentarios europeos de la que resultó la formación de la EPU (Unión Parlamentaria Europea), una organización privada que fue la primera en plantear la idea de un mercado común con una moneda única.
En 1950 Richard recibió la primera edición del Premio Carlomagno, que se otorga desde entonces a quienes han contribuido a la paz y el desarrollo europeo; era muy adecuado, ya que el ganador había expresado más de una vez reivindicar una nueva versión de aquel imperio franco que hizo florecer la cultura continental. De hecho, los años cincuenta fueron muy fructíferos en lo personal porque también estrechó lazos con su patria materna, Japón, donde se tradujeron sus obras y algunos políticos, como el ministro de Exteriores Morinosuke Kajima, adoptaron la idea panasiática. Claro que también sufrió la muerte de su esposa, aunque aún se casaría otras dos veces.
En la década siguiente siguió trabajando en fomentar la comunidad europea, abogando por una unión aduanera como paso previo a la monetaria. Richard llegó a ver algunas formas parciales de unión europea como la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero, 1951), la CED (Comunidad Europea de Defensa, 1952) o la CEE (Comunidad Económica Europea, 1957), pese a que manifestó ciertas reservas porque no integraban a la ciudadanía.
A lo que no pudo asistir fue al nacimiento de la Unión Europea con mayúsculas porque falleció en el verano de 1972. El óbito se atribuyó oficialmente a un derrame cerebral, aunque su secretaria dijo que se había suicidado. En su tumba se puede leer el epitafio en francés Pionnier des États-Unis d’Europe (Pionero de los Estados Unidos de Europa).
Fuentes
Pan-Europa (Richard N. Coudenhove-Kalergi)/A visionary proved himself to be a realist: Richard N. Coudenhove-Kalergi, Austria, and the «United States of Europe», 1923–2003 (Michael Gehler)/European Union politics (John McCormick)/Cosmopolitan outsiders. Imperial inclusion, national exclusion, and the Pan-European Idea, 1900–1930 (Katherine Sorrels)/Wikipedia
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