Delft es una ciudad holandesa que no resulta tan conocida como otras (Ámsterdam, La Haya, Róterdam, Utrecht, Maastricht, Breda…) a pesar de reunir un buen puñado de razones para que nos suene un poco más; especialmente a los españoles, ya que desde allí dirigió Guillermo de Orange la guerra contra los Austrias. Pero también por ser el lugar de producción de la cerámica azul Mayólica y por ser la cuna del pintor Johannes Vermeer, que plasmó calles y casas en sus cuadros.

Los muy cinéfilos puede que sepan que también el cineasta Werner Herzog usó su casco antiguo para los exteriores de Nosferatu. Pero si hay un episodio en la historia de Delft que se puede considerar realmente identificativo sería la brutal explosión que la sacudió en 1654.

Ubicada en la provincia de Holanda Meridional, al suroeste del país, se halla asomada al Mar del Norte, razón por la cual su centro histórico está atravesado por una red de canales. De hecho, el nombre viene de uno denominado Delf, palabra que tiene su origen en el término delven, que significa excavación. Hablamos del siglo XI, que es cuando el pueblo original empezó a crecer para convertirse en una urbe doscientos años después; su carta de fundación como tal está datada en el año 1246.

Vista de Delft (Johannes Vermeer)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, el esplendor se haría esperar hasta el último cuarto del siglo XVI y eso previo paso por aquella turbulenta etapa que fue la Guerra de los Ochenta Años, la rebelión de las diecisiete provincias que formaban los Países Bajos contra la autoridad española iniciada en 1568 y que no terminaría hasta 1648. Delft tuvo un papel importante en el conflicto, aún cuando no viviera momentos tan dramáticos -en toda la extensión de la palabra- como los de Leiden, Breda, Jemmingen, Haarlem, Empel, Ostende, Flesinga y demás.

Sí fue sometida a asedio por los Tercios en octubre de 1573, dado que por entonces era uno de los principales núcleos urbanos de Flandes y además había sido elegida por Guillermo el Taciturno como lugar de residencia, cuando regresó de su exilio alemán para liderar la lucha contra el Duque de Alba con un ejército reforzado por hugonotes franceses y soldados escoceses e ingleses; seis mil hombres en total. Dado que no eran bastantes para hacer frente al enemigo en campo abierto, se atrincheraron tras los recios muros de Delft. No tardaron en llegar los españoles dirigidos por el maestre Julián Romero, que puso sitio a la ciudad.

Guillermo de Orange (Adriaen Thomasz)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Los Orange rechazaron contundentemente un intento de ataque fluvial nocturno, llevado a cabo por Francisco de Valdés con un millar de soldados embarcados a los que guiaba un espía galo. Entonces se hicieron los correspondientes preparativos para un asalto frontal… que nunca llegó a producirse, ya que Valdés consideró que las defensas enemigas eran demasiado fuertes para los medios de que disponía -apenas cuatro mil hombres de los que perdió setecientos en el fallido golpe- y levantó el sitio.

Delft se salvó y quedó en manos orangistas para siempre. Su líder afianzó un liderazgo que en realidad ya era indiscutible desde hacía tiempo, especialmente a partir de 1574, en que España intentó dar un giro político a la situación y sustituyó al Duque de Alba por el conciliador Luis de Requesens. Pero como no consiguió alcanzar un acuerdo tuvo que dejar el mando a Don Juan de Austria. Éste firmó con los Estados Generales el Edicto Perpetuo en 1577, que significó la marcha de los Tercios y la eliminación de la Inquisición a cambio del reconocimiento de la soberanía española, aunque los rebeldes calvinistas se negaron a aceptarlo y la guerra siguió.

Con la situación polarizada en dos bandos completamente opuestos, la Unión de Arras frente a la Unión de Utrecht, en la primavera de 1581 Felipe II ofreció una recompensa de veinticinco mil coronas por la cabeza de Guillermo de Orange a la que éste respondió proclamando la independencia en los Estados Generales de La Haya ese verano; como él vivía en Delft, ésta pasó a ser la capital de facto. En el plano militar no obstante, a las tropas del rey español, dirigidas por Alejandro Farnesio, no había quien les hiciera sombra, razón por la que la contienda se alargaba inacabablemente.

La explosión de 1654 (Egbert van der Poel)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En 1584 un católico llamado Balthasar Gérard, natural del Franco Condado, asesinó a tiros al Taciturno en su residencia del Prinsenhof (un monasterio bajomedieval reconvertido en palacio); no era el primer atentado que sufría pero sí fue el último y definitivo. Dado que Breda, donde estaba enterrada su familia, se hallaba en poder español, el cuerpo fue inhumado en la Niewe Kerk de Delft, que desde entonces pasó a ser el panteón de la Familia Real holandesa. Le sucedió su hijo, Mauricio de Nassau-Orange, quien reorganizó el ejército convirtiéndolo por fin en un adversario a la altura de los Tercios y haciendo que la guerra se equilibrara hasta que la Tregua de los Doce Años dio un respiro a todos en 1607.

Después se reanudaron las hostilidades, que se prolongaron hasta 1648, en que el Tratado de Münster, que en realidad era una parte de la Paz de Westfalia, puso fin a lo que se da en llamar el Vietnam español y principio a la República de las Provincias Unidas. Irónicamente, fue en este nuevo período de paz cuando se produjo la gran tragedia de Delft: la ciudad que había logrado rechazar a los todopoderosos Tercios voló por los aires a causa de un accidente que fue bautizado con el expresivo nombre de El Trueno.

Autoretrato de Carel Fabritius/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ocurrió el 12 de octubre de 1654, cuando explotó un polvorín alojado en las dependencias del viejo convento de las clarisas, en el distrito Doelenkwartier. Se ignoran las causas exactas, aunque parece que el responsable debió ser el vigilante, un tal Cornelis Soetens, al cometer alguna imprudencia. El caso es que allí se guardaban casi treinta toneladas de pólvora y la deflagración resultó tan colosal que no sólo destruyó una cuarta parte de la ciudad sino que pudo oírse a un centenar de kilómetros. Murieron cientos de personas -no se sabe la cifra exacta- y miles más resultaron heridas. Y todavía se podría decir que hubo suerte, ya que buena parte de los habitantes estaban ausentes, visitando la feria de Schiedam.

Para conseguir que los vecinos pudieran recuperarse de aquel desastre fue necesario que el gobierno les repartiera cien mil florines, eximiéndoles además del pago de impuestos durante veinticinco años. Claro que eso no consolaría mucho a los fallecidos y sus familiares.

Entre ellos estaba Carel Fabritius, el alumno más diestro de Rembrandt y maestro de Vermeer, que había desarrollado un estilo propio, muy luminoso en comparación con el de Rembrandt. La gran tragedia fue que no sólo perdió la vida sino también casi todas su obras, excepto una docena hechas en su juventud: quedó aplastado por las ruinas desmoronadas de su casa, junto a Mattias Spoors (un discípulo suyo) y Simon Decker (el diácono de la iglesia, que quizá estaba encargando algún cuadro). Le pudieron sacar vivo pero para expirar al poco.

Vista de Delft después de la explosión (Egbert van der Poel)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como se ve, era una ciudad de artistas, hasta el punto de que, aparte de Fabritius, se habla de una Escuela de Delft integrada por nombres como el citado Vermeer, Pieter de Hoogh, Nicolaes Maes, Gerard Houckgeest o Hendrick Cornelisz, y caracterizada por temas costumbristas, domésticos, que se ambientaban en sus interiores y calles.

Uno de ellos, Egbert van der Poel se obsesionó con aquel incidente -hay quien dice que enloqueció- y se dedicó a pintar de forma obsesiva imágenes de la devastación el resto de su vida.


Fuentes

The Delft thunderclap of 1654 (Peter Douglas en New Netherland Institute)/The Great Explosion. Gunpowder, the Great War, and a Disaster on the Kentish marshes (Brian Dillon)/Un pica en Flandes. La epopeya del Camino Español (Fernando Martínez Laínez)/Felipe II y su tiempo (Manuel Fernándes Álvarez)/El jilguero y Fabritius. La verdadera historia de un cuadro y un pintor/Wikipedia


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