Raro es el que usa un ordenador y nunca le haya pasado eso de borrar por error todo el trabajo que había estado haciendo. Aún recurriendo a guardar automáticamente no fallan eventualmente ese inoportuno corte de electricidad o ese dedo inquieto que pulsa la tecla que no debe. Imaginemos lo que debía ser en tiempos preinformáticos perder el trabajo de una jornada o incluso de años por una ráfaga de viento que se lleva volando los papeles o un incendio que los deja convertidos en ceniza. E imaginemos que es nada menos que Isaac Newton el damnificado.

Lo cierto es que alguien lo imaginó ya, no estando claro si con base histórica o haciéndose eco de una leyenda. Porque en torno a Newton hay un puñado de ellas que fueron muy difundidas en el siglo XIX como ciertas en varias obras.

Es el caso de The Life of Sir Isaac Newton, escrita en 1833 por el prestigioso científico escocés llamado David Brewster, que alcanzó la fama por inventar el caleidoscopio y formular la ley física que lleva su apellido sobre refracción de la luz.

Sir David Brewster/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

También algunas revistas de la época se hicieron eco, como el St. Nicholas Magazine, una publicación estadounidense para niños fundada en 1873, que permaneció activa hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial y en la que colaboraron algunos ilustres autores como Mark Twain, Louise Mary Alcott o Scott Fitzgerald. Por cierto, hablando de literatos famosos, Walter Scott fue otro que reflejó en su novela El anticuario una de las leyendas más célebres, la de Diamond, el perro de Newton.

El inquieto Diamond habría sido el protagonista de lo que se dio en bautizar como la Newton’s mischief, la Travesura de Newton, aunque en sentido estricto tendría que haberse llamado Diamonds’s mischief porque fue el can el que, durante uno de sus juegos, habría tirado una vela encendida sobre un fajo de papeles de su amo, prendiéndoles fuego y consumiéndolos. La cosa no tendría mayor trascendencia de no ser porque los manuscritos contenían las anotaciones de infinidad de experimentos realizados a lo largo de veinte años, que se perdieron para siempre. Se entiende que Newton dejara una célebre frase para la posteridad: «Oh, Diamond, Diamond, no eres consciente de lo que acabas de hacer». Dadas las circunstancias hay que admitir que se lo tomó con cierto estoicismo.

El historiador y ensayista Thomas Carlyle, también escocés como los anteriormente citados, reseña este episodio en su libro The French Revolution. A History en una referencia cuando narra la muerte de Luis XV. Sin embargo, la historia de Diamond es apócrifa; al menos en parte, ya que circulan otras versiones sobre la quema de aquellas notas que dicen que no fue un animal el que derribó la vela sino el viento, cuando el científico se dejó abierta la ventana de su casa mientras estaba en el oficio religioso.

Es más, algunos biógrafos apuntan que Newton no tenía mascotas, lo que no es óbice para que la figura de Diamond hiciera fortuna y originase otras anécdotas. Una de ellas no sería más que el epílogo de la anterior: la depresión nerviosa con ataques de paranoia que Newton sufrió en 1692 tendría su origen precisamente en la pérdida irremisible de aquel trabajo de dos décadas.

No obstante, los estudios que se hicieron de su cabello en 1979 demostraron que tenían una concentración de mercurio quince veces superior a la normal, no se sabe si por sus experimentos o por la costumbre que tenía de automedicarse, ya que no confiaba en la medicina y sí en la alquimia; seguramente fue ése mineral el que desató su enfermedad.

Sir Isaac Newton/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

O sea, que tampoco sería acertada la hipótesis que atribuye la depresión a una fuerte controversia que mantuvo con Robert Hooke, otro sabio que le precedió en los estudios sobre la luz y las leyes del movimiento (de hecho, se le considera precursor de la Ley de la Gravitación), a quien Newton aplicó una auténtica damnatio memoriae cuando se convirtió en presidente de la Royal Society (posteriormente eclosionó en un duro enfrentamiento con Leibniz, con acusaciones de plagio, cartas de amenaza y similares, lo que hasta entonces había sido un debate entre ambos, agrio pero educado).

Pese a su difícil carácter, Newton tuvo al menos un amigo, el matemático inglés John Wallis, que coprotagonizó otro chascarrillo con Diamond de por medio: Newton bromeó diciéndole que el perro sabía matemáticas y le había demostrado dos teoremas esa mañana; Wallis siguió la chanza sugiriendo que el can era un genio a lo que el otro replicó que no porque el primer teorema tenía un error y el segundo sólo era fruto de una excepción patológica (expresión matemática para designar un fenómeno explicado con metodología falsa o engañosa).

John Wallis (Sir Godfrey Kneller)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Con este aura legendaria alrededor no resulta extraño que alguien se inventase también una anécdota para explicar la inspiración de la manzana para su Ley de la Gravitación Universal, posiblemente fomentada por él mismo.

Sin embargo, en su libro Memorias de la vida de Sir Isaac Newton (escrito en 1752), William Stukeley, que era biógrafo y amigo suyo, dejó escrito textualmente:

«Después de cenar, como hacía buen tiempo, salimos al jardín a tomar el té a la sombra de unos manzanos. En la conversación me dijo que estaba en la misma situación que cuando le vino a la mente por primera vez la idea de la gravitación. La originó la caída de una manzana, mientras estaba sentado, reflexionando. Pensó para sí ¿por qué tiene que caer la manzana siempre perpendicularmente al suelo? ¿Por qué no cae hacia arriba o hacia un lado, y no siempre hacia el centro de la Tierra? La razón tiene que ser que la Tierra la atrae. Debe haber una fuerza de atracción en la materia; y la suma de la fuerza de atracción de la materia de la Tierra debe estar en el centro de la Tierra, y no en otro lado. Por esto la manzana cae perpendicularmente, hacia el centro. Por tanto, si la materia atrae a la materia, debe ser en proporción a su cantidad. La manzana atrae a la Tierra tanto como la Tierra atrae a la manzana. Hay una fuerza, la que aquí llamamos gravedad, que se extiende por todo el universo».


Fuentes

Isaac Newton. Eighteenth century perspectives (Alfred Rupert Hall)/The life of Isaac Newton (Richard S. Westfall)/The life of Sir Isaac Newton (David Brewster)/The French Revolution. A History (Thomas Carlyle)/The antiquary (Walter Scott)/Memoirs of Sir Isaac Newton’s life (William Stukeley)/Isaac Newton. The last sorcerer (Michael White)/Wikipedia


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