Sabíamos que John Wayne no sólo podía con apaches y comanches, sino que también se enfrentaba al clan Burdett ayudado sólo por tres amigos pintorescos, retaba al temible Liberty Valance por un filete, se batía en duelo al galope contra cuatro adversarios -disparando con ambas manos mientras sujetaba las riendas con la boca- y sorteaba las mil y una trampas diabólicas que le tendía el vietcong; ¡si hasta les metía miedo a los gremlins! Lo que ignorábamos es que también tenía capacidad para hacer temblar los cimientos de la Unión Soviética y por eso Stalin encargó a la KGB el asesinato de tan peligroso enemigo.

Esta sorprendente historia apareció reseñada en uno de los libros de Michael Munn, un escritor británico especializado en la historia del cine, casi siempre adoptando un tono sensacionalista y centrado en los temas más escabrosos del séptimo arte. Así, desde que en 1982 sacó su primera obra, The stories behind the scenes of the great film epics, ha continuado en esa línea con títulos tan expresivos como The Hollywood Murder Casebook, Hollywood Rogues, Hollywood Bad, The Hollywood connection: the true story of organised crime in Hollywood o X-rated: the paranormal experiences of the movie star greats.

Pero donde Munn ha dado realmente el do de pecho es en las biografías de las estrellas hollywoodienses y británicas. La primera fue la de Charlton Heston, en 1986, y desde entonces ha publicado otras catorce: James Stewart, Frank Sinatra, Lawrence Olivier, Burt Lancaster, Steve McQueen… No sólo de la época dorada sino también más recientes, caso de Gene Hackman o Sharon Stone. En general, casi todas esas semblanzas han sido calificadas de absurdas y disparatadas por la presunta mezcla de realidad con fantasía que usa el autor; el tono polemista queda patente en subtítulos del tipo The untold story, The truth behind the legend, The secret life y similares.

Stalin en 1949 / foto Bundesarchiv, Bild 183-R80329 en Wikimedia Commons

Pues bien, Michael Munn escribió en 2003 John Wayne: The man behind the myth, que al parecer se ajusta también a ese estilo y en cuyas páginas aparece la inaudita historia de los planes de Stalin para acabar con el actor. Munn explica que el asunto llegó a sus oídos de boca del director ruso Sergei Gerasimov, al que concedió crédito porque fue un artista respetado en la URSS hasta el punto de que se puso su nombre a una escuela de cine, la VGIK -por cierto, la más antigua del mundo- y se encargó de realizar algunas películas del llamado realismo socialista, además de ser condecorado con una retahíla de distinciones que no podrían poner en duda su afección por el régimen soviético: la Orden de Lenin, la Orden de la Revolución de Octubre, la Orden de la Estrella Roja, tres premios Stalin y muchas más, la mayoría precisamente durante el período stalinista.

Según Munn, en 1949 Gerasimov asistió a la Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial y allí se enteró del abierto anticomunismo de John Wayne, que por entonces ya era una estrella indiscutible del cine al haber protagonizado éxitos como La diligencia, Piratas del Caribe, Fort Apache, Tres padrinos, Arenas de Iwo Jima y La legión invencible, entre otros. Al regresar a su país Gerasimov se lo contó a Stalin, que era un cinéfilo empedernido y tenía salas de proyección en todas sus residencias, además de haber probado como guionista, y productor -hasta de actor-, y al que gustaba invitar a intérpretes a sus pases privados, durante los cuales fantaseaba preguntándoles cómo le encarnarían.

Stalin se había aficionado al cine americano después de la Segunda Guerra Mundial, cuando le entregaron la filmoteca del fallecido Goebbels y descubrió en ella cintas de Chaplin y Tarzán. Así fue cómo desarrolló un gusto especial por el western y, claro, el actor por excelencia de ese género era Wayne; consta que el dirigente georgiano era un auténtico fan suyo, pero no hasta el punto de desvincularlo de la política. El caso es que, según Munn, cuando Gerasimov le habló de la ideología del actor Stalin dijo que era un peligro por su popularidad y había que quitarlo de en medio.

Sergei Bondarchuk charlando con Orson Welles en 1969/Foto: Stevan Kagrijević en Wikimedia Commons

Hay que tener en cuenta que al año siguiente empezó la caza de brujas del senador McCarthy, que durante seis años azotó Hollywood y enfrentó a la gente del cine entre sí; por supuesto, Wayne, convencido republicano, no sólo estuvo entre sus defensores sino que tomó parte activa como vocal del Comité de Actividades Antiamericanas, todo un emblema pues de cara a la opinión pública. Ahora bien, ¿llegó Stalin a emitir una orden concreta sobre su asesinato o todo quedó en un comentario jocoso, de los muchos que solía hacer en ese sentido? ¿Lo interpretó Lavrenti Beria al pie de la letra y tomó la iniciativa por su cuenta, como otras veces? Imposible saberlo, pero Munn encontró otros testimonios.

El primero fue el de Orson Welles, quien durante una cena celebrada en 1983 le contó que el NKVD (el organismo predecesor de la KGB) asumió la misión de acabar con el Duque, como era conocido Wayne en el mundillo del cine. Dijo el escritor que Welles, que no sentía precisamente aprecio por el actor debido a sus opuestos posicionamientos políticos, le ofreció la historia sin que la pidiera y asegurando que la había oído en fuentes creíbles: concretamente, el famoso cineasta ruso Sergei Bondarchuk, ganador del Óscar a la mejor película extranjera en 1968 con una versión de Guerra y paz y autor de la célebre coproducción internacional Waterloo, le refirió que la cuestión del asesinato se la había asegurado otro director ruso, Alexei Kapler, que fue el primer amor de Svetlana (la hija de Stalin) y pasó dos veces por el Gulag (en 1943 y en 1948). Bondarchuk añadió que no se lo tomó en serio hasta que se lo confirmó Gerasimov.

El caso es que, con orden expresa de Stalin o sin ella, parece que el NKVD sí intentó alguna operación y además el propio Wayne insinuó algo al respecto, al comentar que el especialista llamado Yakima Canutt, que le doblaba en la gran pantalla y con quien había entablado estrecha amistad, le había salvado la vida en una ocasión. Años después, indagando al respecto, Munn se puso en contacto con Canutt, le preguntó a que se refería el actor y la respuesta fue sorprendente: en 1951, el FBI informó al legendario cowboy cinematográfico de que se acababa de descubrir a agentes soviéticos infiltrados en Hollywood con el objetivo de atentar contra él. Pero lo más alucinante fue que la potencial víctima, de acuerdo con los federales y como si estuviera en una de sus películas, organizó una trama mano a mano con el guionista Jimmy Grant para ofrecerse como cebo y capturar a los asesinos.

No sólo eso sino que antes de entregarlos los llevó a una playa solitaria donde simuló que su intención era matarlos. Munn admite no saber cómo terminó aquello, aunque corrió el rumor de que se llevó a cabo y los dos sicarios se asustaron lo suficiente como para quedarse en EEUU y colaborar con el FBI. Otra versión más creíble dice que los criminales se hicieron pasar por agentes federales para acceder a los estudios de la Warner y que fue el propio FBI el que los detectó, desmantelando la trama. Por su parte, Wayne, que no quería que su familia se enterase de nada, rechazó la protección oficial que se le ofreció y se trasladó a una mansión con un buen muro perimetral.

Yakima Canutt/Foto: Lone Star Productions en Wikimedia Commons

No obstante, faltaba aclarar por qué le debía la vida a Canutt y la explicación que le dio resultó aún más inaudita. Wayne le puso al frente del grupo de incondicionales, la mayoría amigos y dobles cinematográficos que trabajaban con él, para que se infiltrasen en los círculos comunistas de California y le mantuvieran informado de lo que atañese a su persona. Los especialistas, efectivamente, descubrieron un proyecto de atentado en 1955 y todo se solucionó al más puro estilo del Oeste, en lo que se bautizó como la Batalla de Burbank: los adeptos del Duque irrumpieron en la sede donde se reunían los conspiradores y les propinaron una buena paliza, echándoles luego de la ciudad homónima.

Se dijo que dos años antes una célula prosoviética norteamericana también planeó matar al actor en México, durante el rodaje de la película Hondo, siendo los detectives contratados por su segunda esposa, Esperanza Baur, los que descubrieron la trama y pusieron sobre aviso a la policía mexicana. Ahora bien, ese mismo 1953 murió Stalin y con él se terminó su peculiar régimen, dando paso a una etapa en la que se renegó de él y de buena parte de su obra, procediéndose a desmontar ésta paulatinamente. Según Munn, el nuevo presidente soviético, Nikita Krushchev, canceló la orden de acabar con John Wayne y él mismo se lo comunicó al interesado en una reunión que tuvieron en 1958: «Ésa fue una decisión de Stalin durante sus últimos cinco años de locura». Krushchev, obviamente, también era fan suyo.

Pero que ya no hubiera tal orden no quiere decir que el Duque no siguiera teniendo enemigos acérrimos y mortales. En otro pasaje de su libro, el biógrafo recuerda un incidente más que le contó el propio Wayne en 1974, aunque referido a 1966. Ese año viajó a Vietnam para hacer la típica visita de animación a las tropas de EEUU destacadas en la guerra y, una vez allí, no sólo se enteró de que los los comunistas chinos habían puesto precio a su cabeza sino también de que hubo un intento de disparar sobre él por parte de un francotirador «a las órdenes de Mao». Por lo visto, éste le consideraba «Gran demonio jefe del Gran Satán americano».

¿Hubo algo de cierto en todo esto o fue fruto de cierta propaganda alentada por el círculo del propio actor para agrandar su leyenda? En cualquier caso, como en la gran pantalla, John Wayne salió indemne de todo y su muerte se hizo esperar hasta 1979, por un cáncer de estómago presuntamente provocado por la nube radiactiva de la Operación Upshot-Knothole, una prueba nuclear realizada en 1956 en el desierto de Utah, donde estaba rodando El conquistador de Mongolia. De ser así, constituiría una colosal ironía, ya que habría fallecido a manos del gobierno de EEUU. Cierto es que muchos consideran todo esto una leyenda… Pero, como decían en El hombre que mató a Liberty Valance: “Esto es el Oeste señor; cuando la leyenda se convierte en hecho, se imprime la leyenda”.


Fuentes

John Wayne. The man behind the myth (Michael Munn)/The Duke, the Longhorns and Chairman Mao. John Wayne’s political odyssey (Steven Travers)/La corte del zar rojo (Simon Sebag Montefiore)/John Wayne’s world. Transnational masculinity in the fifties (Russell Meeuf)


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