Apolonio Molón, también conocido como Molón de Rodas, ciertamente molaba. En las primeras décadas del siglo I a.C. no había orador más famoso en todo el Mediterráneo. Había nacido en Alabanda, una ciudad griega de Caria (hoy la actual Doganyurt en la costa suroeste de Turquía). Estudió con Menecles, al que pronto superó, y se estableció en la isla de Rodas, donde fundó una escuela de retórica que alcanzó tanta fama que a ella acudían estudiantes de todo el mundo antiguo.

Además Apolonio desempeñaba funciones diplomáticas para los rodios, y como embajador de estos visitó Roma en dos ocasiones. Lo sabemos por el testimonio de Cicerón, quien afirma haber recibido enseñanzas suyas en Roma en el año 88 a.C. y de nuevo en 81 a.C., siendo ya Sila dictador.

Su reputación en Roma alcanzó tan alta estima que incluso se le permitió dirigirse al Senado en lengua griega, un honor inusual concedido a un embajador extranjero. Las fuentes antiguas afirman que era también un gran escritor, tratando principalmente temas de retórica y estudios sobre los poemas homéricos. Lamentablemente ninguna de sus obras de ha conservado.

Busto de Julio César/Imagen: Andrea di Pietro di Marco Ferrucci en Wikimedia Commons

En el 77 a.C. Cicerón se detuvo un tiempo en Rodas a su regreso de Atenas, donde había estudiado con Antíoco de Ascalón y Posidonio de Apamea, para continuar su formación con Apolonio, al que pudo ver en acción como abogado en los tribunales, y como profesor en su escuela.

Un año antes, en 78 a.C. Julio César iniciaba su carrera como abogado en el Foro romano, donde pronto destacó por la calidad de su oratoria. Los éxitos y los fracasos se sucedieron y comprendió que necesitaba mejorar, estudiar retórica y filosofía. Así que decidió ponerse manos a la obra, y qué mejor profesor que el famoso Apolonio Molón.

Así, en el año 74 a.C. según Suetonio (aunque la versión de Plutarco sitúa el hecho con anterioridad, al regreso de su estancia en Bitinia con Nicomedes IV) César se dirigía a Rodas con su comitiva cuando su galera fue interceptada por piratas a la altura de la isla de Farmacusa, la actual Farmakonisi a medio camino del Dodecaneso y la costa oeste de Turquía. Según cuenta Plutarco:

Lo primero que en este incidente hubo de notable fue que, pidiéndole los piratas veinte talentos por su rescate, se echó a reír, como que no sabían quién era el cautivo, y voluntariamente se obligó a darles cincuenta. Después, habiendo enviado a todos los demás de su comitiva, unos a una parte y otros a otra, para recoger el dinero, llegó a quedarse entre unos pérfidos piratas de Cilicia con un solo amigo y dos criados, y, sin embargo, les trataba con tal desdén, que cuando se iba a recoger les mandaba a decir que no hicieran ruido (Plutarco, *Vidas paralelas: Julio César, II)

Situación de Farmacusa (actual Farmakonisi) / foto Imia en Wikimedia Commons

Durante 38 días permaneció cautivo junto a dos ayudantes y uno de sus médicos, durante los que se dedicó a componer discursos y leérselos a los piratas, a los cuales solía llamar ignorantes y bárbaros cuando no le aplaudían, confiado en que la perspectiva del beneficio les impedía hacerle ningún daño. Al mismo tiempo les avisaba cortesmente que, una vez liberado, les crucificaría o colgaría, lo que solían tomarse a chanza, desconocedores de con quien estaban tratando.

Al cabo de ese tiempo llegó el dinero del rescate, aportado por las ciudades aliadas de la provincia asiática, y César y los suyos fueron liberados. Entonces se dirigieron a Mileto, donde armaron una escuadra y volvieron a la isla, para comprobar con sorpresa que los inocentes piratas seguían allí:

Luego que de Mileto le trajeron el rescate y por su entrega fue puesto en libertad, equipó al punto algunas embarcaciones en el puerto de los Milesios, se dirigió contra los piratas, los sorprendió anclados todavía en la isla y se apoderó de la mayor parte de ellos (Plutarco, *Vidas paralelas: Julio César, II)

Otro cartel de la película de 1962 / foto FilmAffinity

Llevados a Pérgamo ante Junio, el gobernante de Asia, este optó por dejar a César la decisión sobre el castigo que había de aplicárseles. Como les había avisado, mandó crucificarlos, eso sí, ordenando que antes los degollaran por compasión, y en vista de lo bien que le habían tratado en su cautiverio.

Ni Plutarco ni Suetonio ni otras fuentes nos cuentan lo que ocurrió después, si finalmente César llegó a visitar a Apolonio en Rodas y a estudiar con él o no. Plutarco nos da una pista, y que cada cual la interprete a su gusto:

Dícese que César tenía la mejor disposición para la elocuencia civil y que no le faltaba la aplicación correspondiente; de manera que en este estudio tenía sin disputa el segundo lugar, dejando a otros en él la primacía, por el deseo de tenerla en la autoridad y en las armas; así que, dándose con más ardor a la milicia y a las artes del gobierno, por las que al fin alcanzó el imperio, sólo por esta causa no llegó en la facultad de bien decir a la perfección a que podía aspirar por su ingenio, y él mismo, más adelante, pedía en su respuesta contradictoria al Catón de Cicerón que no se hiciese cotejo en cuanto a la elegancia entre el discurso de un militar y el de un orador excelente, que escribía con la mayor diligencia y esmero (Plutarco, *Vidas paralelas: Julio César, III).


Fuentes

Vidas Paralelas: Julio César (Plutarco) / A Dictionary of Greek and Roman biography and mythology (William Smith, Ed.) / Vida de los doce césares (Suetonio) / Wikipedia.


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