Eisteddfod es el nombre galés de un festival cultural de poesía y música cuyo origen se remonta a la Cardigan del año 1176. Su nombre significa «estar sentado» porque los asistentes debían permanecer así durante las actuaciones de poetas y bardos, que competían por obtener un puesto en la mesa del conde Rhys ap Gruffyddd, el creador del evento. Ahora bien si concretamos y hablamos del Eisteddfod Y Wladfa nos estaríamos refiriendo a una edición que desde 1865 tiene lugar a miles de kilómetros de distancia de Gales, en varias ciudades de la provincia de Chubut, en la Patagonia argentina.
Rawson, Trevelin, Puerto Madryn, Dovalon, Gaiman, Trelew… son algunos de los nombres de insólito origen galés de dichas localidades. La razón de tan extraña localización está en que esos sitios nacieron como fruto de la Y Wladfa, término traducible por La Colonia, en referencia a su nacimiento. Porque si ya sabemos que Argentina es un curioso puzzle fundado a partir de la fusión de las culturas indígenas con la española, a partir del siglo XIX se sumaron otras procedentes de casi toda Europa, siendo el caso más destacado el italiano; pero también hubo un poco conocido aporte galés cuyo recuerdo, lengua y tradiciones mantienen hoy algo más de setenta mil personas.
Los primeros galeses llegaron a partir de la promoción en ese sentido que empezó a hacer Michael Daniel Jones, un joven pastor protestante al que se considera padre del nacionalismo galés, que aspiraba a fundar una colonia lejos de cualquier zona de influencia de Inglaterra para evitar la frecuente pérdida de identidad de los emigrantes de su país. Tras barajar territorios remotos de Oceanía u Oriente Medio, se decidió por la Patagonia porque el gobierno argentino les ofreció 260 kilómetros cuadrados vírgenes en aquella desolada región (los nativos tehuelches no contaban, evidentemente) a razón de un centenar de acres por familia, con la condición de no proclamarse independientes sino constituirse como provincia una vez alcanzaran los veinte mil habitantes.
No faltó fuerte oposición por el temor a que el carácter británico de los candidatos y la cercanía de las Malvinas fueran el inicio de una invasión encubierta, aparte del hecho de que los galeses no eran católicos. La realidad era distinta: Londres, que había ido desplazando las instituciones galesas desde siglos atrás para asimilarlas a las suyas y abolido su sistema legal en 1830, marginaba de facto la lengua y costumbres galesas, por lo que muchos veían la marcha de las Islas Británicas como una manera de librarse de la opresión.
Algo a lo que no fue ajena la rivalidad entre los inmigrantes ingleses establecidos en el campo galés, de fe anglicana, y los campesinos autóctonos que profesaban otras ramas protestantes, como la congregacionista, la metodista, la presbiteriana o la baptista, que rechazaban la centralización jerárquica de la otra.
Así pues, se puso en marcha la operación. La Comisión de Emigración de Liverpool, fundada en la ciudad homónima porque de allí solían zarpar los barcos que hacían las travesías transatlánticas, se encargó de la organización del viaje, que siguió la ruta inspeccionada y decidida previamente in situ por una comisión.
A finales de mayo de 1865 levaba anclas la bricbarca Mimosa llevando a bordo 153 colonos galeses (56 adultos casados, 33 solteros o viudos, 12 mujeres solteras y 52 niños). El precio del pasaje era de 12 libras por adulto y 6 por niño, y había gente con los más variados oficios para poder fundar un asentamiento.
Fue un viaje difícil por la incomodidad del barco, inadecuado para esa función, y por las tormentas que lo azotaron al dejar atrás la costa brasileña. Hubo conflicto cuando el joven capitán ordenó a las mujeres raparse la cabeza para afrontar una epidemia de piojos, murieron cuatro menores, nacieron otros dos, se casó una pareja y todos celebraron la tradición del paso del ecuador. Finalmente, tras dos meses en el mar, arribaron a Golfo Nuevo, en Chubut, a mediados del verano de 1863. El Mimosa fondeó y desembarcó a los pasajeros, para los que se habían preparado unas cabañas con algo de ganado con el objetivo de facilitarles afrontar los primeros momentos.
En general la sensación inmediata fue de decepción, imponiéndose inicialmente sobre la ilusión de una nueva vida. A los campesinos les habían dicho que la tierra era similar a la de Gales pero resultó que era completamente diferente, semiárida, con un clima desagradable y sin agua disponible, lo que obligó a la gente a trasladarse a un sitio mejor cargando como pudieran con sus pertenencias. La marcha fue dura y como no disponían de médico hubo algunos fallecimientos, aunque, como en la travesía oceánica, también se produjo un enlace matrimonial y nació una niña.
La llegada de dos barcos, el Río Negro y el Mary Helen, cargados con caballos y carros, permitió dividir a los colonos en dos, con los hombres avanzando por tierra y mujeres y niños embarcados. Paradójicamente, lo pasó peor este segundo grupo debido a que el mal tiempo convirtió en quince días de trayecto lo que tenía que ser uno solo y no había víveres suficientes, por lo que se produjeron nuevas enfermedades y muertes.
Finalmente todos llegaron al valle del río Chubut, donde se instalaron en una especie de fortín bautizado con el nombre de Trerawson, Pueblo de Rawson en gaélico, del que derivó el nombre de la ciudad actual (fue en honor de Guillermo Rawson, el ministro argentino que había propiciado su llegada).
Una vez asentados y oficializada la fundación bajo bandera argentina, los nuevos vecinos empezaron a construir casas de adobe y un par de edificios de madera que sirvieran de almacén, iglesia y escuela. También constituyeron un Cyngor y Wladfa, es decir, un Consejo o gobierno municipal que se encargó de repartir las tierras conforme a lo acordado y dirigir la comunidad.
Aún quedaban tiempos duros por delante, ya que, al ser mineras, la mayoría de las familias no sabían cultivar y cuando por fin lograron sacar adelante cosechas (fundamentalmente de maíz y patatas), la pertinaz sequía de la región las arruinaba; eso cuando las crecidas del río no se las llevaron por delante junto con sus casas.
La colonia pudo salir adelante gracias a que el gobierno de Buenos Aires les facilitó una goleta de la Armada, la Chubut, con la que podían transportar mercancías desde la ciudad más cercana, Carmen de Patagones.
También fue decisivo el comercio con los nativos tehuelches, con los que, tras unos primeros momentos de enemistad, terminaron manteniendo buena relación; ellos les enseñaron a sembrar, a montar a caballo y a cazar con boleadoras. No obstante, la vida de los colonos era muy pobre y algunos propusieron dejar el lugar en busca de otro más fértil; al final sólo algunos se marcharon, a la provincia de Santa Fe.
Otros se fueron por razones diferentes, caso de Lewis Jones, al que habían elegido como cabeza del Consejo. Jones, que ya estaba mal visto por haber sido quien les falseó el panorama diciendo que la Patagonia era un auténtico vergel de frutales y pastos, había propuesto comercializar el abundante guano de la zona pero la gente le afeó que ese plan sólo iba a beneficiar a la empresa que quería crear y le destituyeron. Se exilió en Buenos Aires seguido de sus fieles y le sustituyó William Davies.
La sangría de vecinos se pudo subsanar cuando se abrieron canales de riego que garantizasen la supervivencia de las cosechas. El éxito fue tal que en pocos años la colonia prosperó, pasó a producir miles de toneladas de trigo e incluso fundó un segundo asentamiento, el de Gaiman, en 1874. Y Wladfa cogió carrerilla y el siguiente paso, dado que el esforzado trabajo de la Chubut se revelaba ya insuficiente, fue iniciar la construcción de un tendido ferroviario que uniera el valle con Puerto Madryn.
El propio Lewis Jones lo impulsó con el nombre de Ferrocarril Central del Chubut. En los trabajos, que empezaron en 1886, colaboró una nueva oleada de inmigrantes galeses y ese tren, que en las décadas siguientes se extendería a otras localidades, permitiría la fundación de nuevas ciudades como Trelew.
No todo vino rodado, por supuesto. En 1884 se produjo el enfrentamiento de una expedición aurífera con los nativos, terminando con la muerte de tres colonos en un paraje que a partir de entonces se conoció como Valle de los Mártires.
Al año siguiente, la fundación por los galeses de un nuevo asentamiento cerca de los Andes, la Colonia 16 de Octubre (ellos la llamaban Cwun Hyfrwd, cuyo romántico significado en galés es Valle Encantado), a partir de las cuales nacerían las ciudades de Esquel y Trevelin, originó una controversia fronteriza con Chile.
Y la llamada a filas de los que ya eran considerados nuevos ciudadanos argentinos no gustó a la comunidad galesa porque se les obligaba a trabajar en domingo, precepto contrario a su estricta religión.
La expansión en el paso del siglo XIX al XX llegó a suponer la presencia de más de 4.000 galeses en la Patagonia. Sin embargo, tras la Primera Guerra Mundial la emigración cesó y en su lugar llegaron gentes del sur de Europa, sobre todo de España, Italia y Portugal, que dejaron en minoría a los británicos. No obstante, lograron conservar la memoria de sus costumbres, su religión y su lengua; arquitectura, topónimos, fiestas, gastronomía y otras manifestaciones culturales dan fe de ello hoy en día.
Fuentes
Historia de la Patagonia (Susana Bandieri)/Inmigrantes 1860-1914. La historia de los míos y de los tuyos (Daniel Muchnik)/Historias de inmigración (Lucía Gálvez)/Patagonia (Jaime Said)/Patagonia. A cultural history (Chris Moss)/Wikipedia
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