Si alguien ha visitado Irán en sus vacaciones probablemente se haya quedado algo desconcertado en más de una ocasión si no estaba advertido de los usos y costumbres locales. El desconocimiento del idioma no es la causa porque, de hecho, en ciertos casos hablar persa no haría sino incrementar la extrañeza y la confusión: ¿por qué aquel taxista se empeñaba en no cobrar la carrera? ¿Por qué el recepcionista del hotel decía que era tu esclavo? ¿Por qué el dependiente de la tienda pedía por favor que no le pagases el souvenir? La respuesta a estas preguntas es muy simple: taarof.
Taarof (o t’aarof o ta’arof) es la palabra con que los iraníes denominan a sus reglas de protocolo, entendiendo por tal no la diplomacia de altas esferas sino la buena educación, la etiqueta del comportamiento cotidiano. Algo equiparable al limao chino o a las ceremoniales normas de cortesía japonesas pero con una vuelta de tuerca.
A priori sorprende y trastoca los esquemas de quien lo experimenta sin saber; sin embargo, seguramente después esté encantado con esa amabilidad extrema, tan retórica e impostada como sincera y agradable que lleva a los iraníes a aparecer casi siempre con una sonrisa en el rostro.
Se cree que el taarof es un testimonio de tiempos medievales, en los que se usaba como herramienta de la diplomacia en una época en la que lo práctico debía ir revestido adecuadamente de toda una parafernalia gestual y oral que evitara malos entendidos -paradójicamente- y estableciera las diferencias jerárquicas separando a las élites del pueblo llano.
No obstante éste habría imitado esos formalismos, presuntamente para que el lenguaje florido y poco claro le mantuviera a salvo de abusos de los poderosos, si bien también hay quien ve en ello factores del contexto histórico, como la ancestral persecución del chiísmo o el ascetismo sufita. En cualquier caso, esa retórica se fue transmitiendo de generación en generación a través de los siglos y arraigó entre la gente como uso social.
No sólo se conservó sino que fue evolucionando hasta convertirse en todo un arte y un signo de identidad del país, como pueden acreditar todos los viajeros que han estado allí y regresan asombrados de la extraordinaria amabilidad iraní. El intercambio de cumplidos, a veces hasta extremos inauditos para un occidental -el practicante del taarof intenta colocarse en situación de subordinación al oponente-, alcanza prácticamente todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde la familiar a la laboral, pasando por cualquier otra relación de carácter social, de manera que se originan diversos tipos de taarof, según la situación.
Así, el más frecuente y genuino es aquel que se desarrolla en la cotidianidad; por ejemplo, satisfacer a un huésped hasta el punto de facilitarle una comodidad superior a la suya propia. Ese concepto casi sagrado de la hospitalidad se plasma en algunas expresiones muy gráficas y emotivas, como Ghorbanet beram (literalmente “Me sacrificaré por tí”; al cambio muchas gracias) contestado por Khaesh mikonam (“de nada”).
El equilibrio es muy sutil porque si bien el anfitrión está obligado a esa demostración enfática de asilo, el beneficiado ha de hacer otro tanto rechazándolo. Además, hay que discernir si uno de los dos (o ambos) están practicando el taarof o dicen lo que dicen en serio; por eso se repite el ritual tres veces, para que cada uno pueda hacer la correspondiente valoración. A partir de ese número se acaba el taarof.
También abunda un taarof que se suele catalogar de falso, en el buen sentido; es el que se practica en las tiendas, donde el vendedor rechazará inicialmente el dinero del cliente y aparentará no querer cobrarle (es típica la expresión ghabel nadare, que significa “no merece la pena”, en alusión a pedir un precio), aunque al final, por supuesto, sí lo hará.
En esto el taarof guarda cierto paralelismo con el hábito del regateo comercial típico de los países musulmanes, donde ambas partes aceptan esa especie de juego a sabiendas en el que una y otra parten de ofertas desmesuradas, conscientes de que irán rebajando sus pretensiones poco a poco.
Decía antes que el taarof llega incluso al mundo laboral y suele manifestarse en las negociaciones salariales, en las que los trabajadores empiezan elogiando al empresario e intercambian con él muestras de respeto antes de pasar al tira y afloja económico.
Y puestos a señalar más casos, tenemos uno muy frecuente en algo tan aparentemente simple como pasar por una puerta cuando hay varias personas en ello; no es raro ver en Irán a unos cuantos individuos detenidos junto a puertas esperando que sea el otro el que pase sin que nadie se decida a tomar la iniciativa (suele solucionarse con el paso del que aguante menos o del de mayor edad).
Despedirse diciendo “Moriría por tí” o aceptar un trato con un “soy tu esclavo” son otras expresiones habituales de una lista más amplia y sorprendente: Cheshmet roshan (!que se te iluminen los ojos”, o sea, “te lo mereces”), Ghadamet ru chesham (“que tus pasos caigan sobre mis ojos”, traducible por “bienvenido”), Dastetoon dard nakoneh (“Espero que no se te hayan dañado las manos”, que equivale a un simple “gracias”), Elahí pishmarget besham (“Ojalá muriera yo en tu lugar”), etc.
Fuentes
Cultural conceptualisations and language. Theoretical framework and applications (Farzad Sharifian) / Applied cultural linguistics (Farzad Sharifian y Gary B. Palme) / Language, status and power in Iran (William O. Beeman) / Wikipedia
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