Se suele decir que la Historia la escriben los vencedores. Pero evidentemente para ello necesitan que alguien haga el trabajo. Uno de los primeros falsificadores conocidos de la Historia vivió en la Atenas del siglo V a.C., y en realidad era mucho más que eso. Se llamaba Onomácrito, y esto es lo que se sabe de él.
Nació hacia el año 530 a.C. y por tanto su vida se desarrolló a caballo entre siglos, muriendo hacia el 480 a.C. No ha sobrevivido ninguna de sus obras, ni siquiera fragmentos, pero las evidencias recopiladas de numerosas fuentes presentan un perfil bastante uniforme. La descripción que de él proporciona Heródoto da la impresión de que era, no solo un destacado falsificador, sino todo un profesional en tal actividad.
Se sabe que se dedicaba, entre otras cosas, a la crestomatía. Esto es, la recopilación de textos destacados de diferentes autores, con el fin de preservarlos para la posteridad y con fines educativos. Atenodoro le menciona como autor de una edición anotada de las obras de Homero.
Una de sus labores principales era la recopilación de oráculos procedentes de los santuarios griegos de Delfos, Dodona, Olimpia, Oropos, y otros. Por ello el tirano de Atenas Pisístrato le contrató para elaborar una crestomatía de los oráculos del poeta Museo. Éste era una figura semilegendaria, supuestamente anterior a Homero, y relacionado con Orfeo y los misterios de Eleusis.
Parece ser que inducido a ello por uno de los hijos de Pisístrato, Hiparco, Onomácrito añadió a la compilación algunos oráculos de su propia invención. Según cuenta Heródoto el engaño fue descubierto por el poeta Laso de Hermíone, a quien se considera el fundador de la ciencia musical helénica, y por ello Onomácrito fue desterrado de Atenas.
Otra teoría apunta a una especie de competición lírica entre ambos, en la que Laso habría convencido a Hiparco de que Onomácrito recitaba versos falsos, en concreto uno que vaticinaba el hundimiento de las islas vecinas de Lemnos. Y también se baraja la hipótesis de que la modificación de los oráculos hubiera sido desfavorable para los pisistrátidas.
Pronto su nombre se convertiría en sinónimo de falsificación. Pausanias, por ejemplo, afirma que de toda la obra de Museo solo un poema debe ser auténtico, mientras que el resto fueron escritos por Onomácrito. También le culpa de añadir informaciones nuevas acerca de los Titanes, lo que convertiría a buena parte de la mitografía acerca de estos en una invención de aquél.
Curiosamente Aristóteles le menciona como uno de los principales legisladores de la Antigüedad en su Política, lo que desconcierta a los investigadores. Algunos opinan que se trata de un personaje diferente, y otros que Aristóteles lo menciona para establecer una conexión forzada con los reputados legisladores sicilianos y cretenses, ya que habría sido en este último lugar donde Onomácrito practicaría esta actividad.
Una vez expulsado de Atenas se exilió Persia, donde posteriormente también lo harían los hijos de Pisístrato. Allí, una vez más según Heródoto, Onomácrito habría interpretado los oráculos para Jerjes, el rey persa, de tal modo que convenció a éste de invadir Grecia.
[…] El otro era que los Pisistrátidas venidos a Susa no sólo confirmaban con mucho empeño las razones de los Alévadas, sino que aún añadían algo más de suyo, por tener consigo al célebre ateniense Onomácrito, que era adivino y al mismo tiempo intérprete de los oráculos de Museo, con quien antes de refugiarse a Susa habían ellos hecho las paces. Había sido antes Onomácrito echado de Atenas por Hiparco, el hijo de Pisístrato, a causa de que Laso Hermionense le había sorprendido en el acto de ingerir entre los oráculos de Museo uno de cuño propio, acerca de que con el tiempo desaparecerían sumidas en el mar las islas circunvecinas a Lemnos; delito por el cual Hiparco desterró a Onomácrito, habiendo sido antes gran privado suyo. Entonces, pues, habiendo subido con los Pisistrátidas a la corte, siempre que se presentaba a la vista del monarca, delante de quien lo elevaban ellos al cielo con sus elogios, recitaba varios oráculos, y si en alguno veía algo que pronosticase al bárbaro algún tropiezo, pasaba éste en silencio, mientras que, por el contrario, al oráculo que profetizaba felicidades lo escogía y entresacaba, diciendo ser preciso que el Helesponto llevase un puente hecho por un varón persa, y de un modo semejante iba declarando la expedición.[…] (Heródoto VII–6.2–5)
Pero hay más todavía. Aristóteles afirma que Orfeo nunca existió, y de hecho ni lo menciona en su Poética. Anteriormente Homero tampoco lo cita, aun cuando se suponía que Orfeo le había precedido. La primera mención de Orfeo que conocemos data del siglo VI a.C., en la obra del poeta Íbico, nacido en Rhegium (la actual Regio Calabria en el sur de Italia). Hay varios sospechosos de haber sido los autores de los poemas órficos de los que habla Platón. Uno de ellos era Pitágoras, pero el principal es, efectivamente, Onomácrito.
Por último, las sospechas también recaen sobre la Ilíada y la Odisea homéricas. Siendo Onomácrito como era un auténtico profesional de la falsificación literaria, hay quien opina que muy bien podría haber compuesto ambos poemas mezclando fuentes de distinta procedencia, y de ahí las incoherencias dialécticas que presentan. Pero la mayoría de expertos cree que eso es bastante improbable, dada su alta calidad.
El rastro de Onomácrito se pierde en Persia y nada más se sabe sobre su vida o su muerte. Aunque no es difícil conjeturar lo que le pudo ocurrir cuando Jerjes se dio cuenta del engaño.
Fuentes
Onomacritus the Forger, Hipparchus’ Scapegoat? (Javier Martínez) / The First Poets: Lives of the Ancient Greek Poets (Michael Schmidt) / Historia (Heródoto) / Wikipedia.
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