La Guerra Fría fue el enfrentamiento que mantuvieron los dos grandes bloques mundiales opuestos formados tras la Segunda Guerra Mundial: por un lado el occidental, capitalista y organizado militarmente bajo las siglas de la OTAN con el liderazgo de EEUU, y por otro el del Este, comunista y agrupado en el Pacto de Varsovia con la URSS como cabeza. Por suerte, esa dicotomía casi total que abarcaba casi todos los aspectos de la vida (política, economía, deporte, artes…) nunca se plasmó en el plano militar más que en la tensión que da nombre al período.

Y aunque saltaron chispas más de una vez, resulta curioso que en plena carrera armamentística, con la fabricación de proyectiles balísticos intercontinentales, el único misil que llegó a provocar víctimas mortales lo hizo por accidente y en suelo propio: la llamada Catástrofe de Nedelin.

Nedelin no es un lugar sino el apellido de Mitrofán Ivánovich, comandante de artillería de las Fuerzas Estratégicas Misilísticas de la Unión Soviética, un cuerpo creado en diciembre de 1959 para aglutinar todos los sistemas de ataque nuclear con misiles, tanto continentales como intercontinentales, con sus respectivos medios de disparo (incluyendo aviación y submarinos). Los soviéticos habían comenzado sus estudios con cohetes en 1946, lanzando el primero en el otoño del año siguiente: el R-1, basado en el alemán A-4. A partir de ahí, la familia R fue creciendo y en octubre de 1960 estaba en pruebas el R-16, siendo Nedelin el jefe de desarrollo del programa.

Réplica del Sputnik I/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Este oficial, natural de Borisoglebsk, donde había nacido en 1902, se había incorporado al Ejército Rojo muy joven, con dieciocho años, ingresando en el Partido Comunista en 1924. Luego combatió en la Segunda Guerra Mundial como comandante de artillería, recibiendo en 1943 el mando del Frente Norte del Cáucaso. Pasó después a Ucrania y tuvo un papel destacado en la liberación de Hungría. Al acabar la contienda, considerado un Héroe de la Unión Soviética (distinción honoraria que incluía ser condecorado con la Orden de Lenin y la Estrella Dorada que otorgaba el Soviet Supremo), fue nombrado jefe del Estado Mayor de la Dirección General de Artillería del Ejército Rojo y Comandante en Jefe de Artillería en varias etapas, llegando a ser sucesivamente Viceministro de Guerra y Viceministro de Defensa, hasta que en 1959 se le asignó la dirección de las citadas fuerzas misilísticas. No cabe duda de que con su experimentado currículum, parecía el hombre adecuado para el cargo.

Nedelin colaboró indirectamente en el progreso de la carrera espacial soviética al impulsar la fabricación del ICBM R-7 Semyorka (al que la OTAN bautizó SS-6 Sapwood), un cohete balístico intercontinental con capacidad para llevar grandes ojivas nucleares hasta EEUU gracias a su gran alcance, más de seis mil kilómetros; para ello necesitaba alcanzar mucha altitud, lo que incluía realizar una trayectoria casi orbital. Al final, el R-7 no se consideró eficaz para ese cometido y sólo se hicieron seis unidades pero, en cambio, resultó muy útil en una función paralela, ya que se empleó para lanzar el Sputnik (el primer satélite artificial puesto en órbita) y la nave tripulada Vostok (la que llevó al espacio al primer ser humano, Yuri Gagarin). Es decir, el Semyorka permitió que la URSS adelantase a los norteamericanos en ese campo, por lo que a la postre fue una exitosa serendipia.

Sello en recuerdo de Mijaíl Yengel/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El hueco que el R-7 dejó en el programa fue ocupado pronto. A finales de 1956 el Comité Central del PCUS y el Consejo de Ministros de la URSS querían un misil que mejorase en capacidad militar a su predecesor, por eso sustituyeron a su diseñador, el ingeniero Serguéi Pávlovich Koroliov (al que se llamaba popularmente el Wernher von Braun soviético y que se centró en los citados programas Sputnik y Vostok , pese a que fue padre también de otros modelos R) por su compañero y colaborador Mijaíl Kuzmich Yánguel.

Era un experto en combustibles hipergólicos y, de hecho, se le pidió que el nuevo cohete utilizara propergoles almacenables a temperatura ambiente. Los propergoles son propulsantes que, tras reaccionar en la cámara de combustión, generan gases a tan alta presión que al salir por la tobera proporcionan el empuje necesario para que el misil se eleve.

Yánguel presentó su diseño en noviembre de 1957 y, después de una revisión, recibió la autorización para desarrollarlo en mayo de 1959 junto con el R-14, de manera paralela al trabajo que Koriolov estaba haciendo con el R-9. El 23 de octubre de 1960 todo estaba listo para el vuelo de prueba en el Cosmódromo de Baikonur, la estación de lanzamiento de cohetes más antigua del mundo, creada en 1955 y que no está situada en la ciudad homónima sino en Tyuratam, al sur de Kazajistán (el nombre se le puso para confundir a los espías occidentales). Desde allí había despegado el R-7 que lanzó el Sputnik y de allí partirían más tarde Gagarin y Valentina Tereshkova (la primera mujer cosmonauta). Pero antes habría de ser escenario de una tragedia.

R-7 y R-16 comparados/Imagen: Heriberto Arribas Abato en Wikimedia Commons

El prototipo del R-16 fue instalado en la plataforma de lanzamiento 41, pendiente aún de algunas pruebas antes de poder volar. Treinta impresionantes metros de longitud (algo menos que el R-7) por tres de anchura y ciento cuarenta y un toneladas de peso eran las medidas de un misil de líneas bastante simples que contrastaban con las de su predecesor, caracterizado por los cuatro grandes boosters que casi lo recorrían entero desde su base hasta la cabeza. Los técnicos llenaron los tanques del R-16 con dimetilhidrazina asimétrica hipergólica y una solución saturada de tetróxido de dinitrógeno en ácido nítrico como oxidante, los propergoles citados antes; combustibles considerados más seguros que otros pese a la enorme temperatura que requerían para entrar en ebullición.

El 23 de octubre, cuando estaba todo preparado, se detectó un fallo en el sistema eléctrico que obligó a detener la operación para hacer la correspondiente revisión. Todo un problema y por partida doble, ya que los propergoles utilizados no pueden permanecer en los depósitos mucho tiempo sin usarse porque son corrosivos -un par de días a lo sumo- y porque ya se echaba encima el 7 de noviembre, la fecha elegida para la presentación al país del misil por ser el aniversario de la Revolución Bolchevique (correspondía al 25 de octubre del abolido calendario juliano). Así que Nedelin, que no podía anunciar un fracaso, ordenó solucionar el fallo cuanto antes y ello llevó a saltarse algunos protocolos de seguridad.

A las 18:45 de la jornada siguiente Nedelin en persona estaba supervisando los trabajos junto al proyectil cuando una señal de radio, un cortocircuito en el secuenciador, ordenó por error comenzar la ignición de la segunda etapa. El R-16 era un misil de dos etapas, una primera de despegue tras la que se separaba la parte superior; los motores de ésta iban colocados justo encima de los tanques de combustible, por lo que al encenderse provocaron una descomunal explosión. Nedelin resultó carbonizado casi instantáneamente junto con otros técnicos que le acompañaban. Otros que estaban algo más alejados quedaron envueltos en llamas y también murieron, aunque algunos lo hicieron más rápidamente al respirar los vapores tóxicos; una valla impidió escapar a parte de ellos y el espeluznante espectáculo fue grabado por una cámara (el vídeo es fácil de encontrar en Internet).

El número de víctimas mortales ascendió a setenta y cuatro personas entre operarios e ingenieros, buena parte de los cuales eran lo más granado del país en ese sector, incluyendo al prestigioso Gueorgui Frólovich Fírsov (creador de los sistemas de propulsión de los sistemas balísticos intercontinentales ICBM). Yánguel, el diseñador, se libró de milagro porque era fumador empedernido y para poder echar un cigarrillo se había ido tras un búnker a cientos de metros de distancia, aunque sufrió un infarto poco después (se recuperó y vivió hasta 1971). Aparte de los muertos, se registraron cuarenta y ocho heridos por quemaduras y contacto con los propelentes que fueron falleciendo con posterioridad.

Restos del misil y la plataforma/Imagen: Wikimedia Commons

Obviamente, el 7 de noviembre no se celebró de la forma esperada; no hubo noticia alguna del misil ni se comunicó al país la tragedia, más allá de reseñar un accidente aéreo en el que había fallecido el comandante Nedelin, que fue la misma explicación dada a las familias de los demás. Los hechos no se admitieron públicamente hasta 1989.

Una comisión encargada por Krushev a Leónidas Breznev (el mismo que en cuatro años se convertiría en máximo dirigente de la URSS) determinó los fallos de seguridad pero no se sancionó a nadie porque, al fin y al cabo, los responsables habían muerto; de hecho, Nedelin está enterrado en la Necrópolis del Kremlin de la Plaza Roja moscovita.

El R-16 surcó los cielos por fin en noviembre de 1961 pero para entonces Krushev había optado por potenciar el programa de los IRBM: misiles balísticos que tenían menor alcance, detalle que no importaba porque su ingeniosa idea era instalarlos en Cuba. Se cerraba un escabroso episodio de la Historia y se abría otro.


Fuentes

Rockets and people. Creating a rocket industry (Boris Chertok)/Disasters and accidents in manned spaceflight (Shayler David)/Safety design for space systems (Gary E. Musgrave, Ph.D,Axel y Tommasso Sgoba, ed)/The Kremlin’s nuclear sword. The rise and fall of Russia’s strategic nuclear forces 1945-2000 (Steven J. Zaloga)/Wikipedia


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