El 2 de enero de 1876 el periódico The St. Louis Daily Times publicaba una asombrosa entrevista que no sólo levantó bastante expectación entonces sino que permitió pasar a la posteridad a un personaje que, de lo contrario, probablemente hubiera quedado olvidado.
El reportero había oído hablar acerca de una mujer negra que trabajaba en Trinidad (Colorado, EEUU) como costurera, compatibilizando esa labor con la regencia de una pensión. Obviamente no era esto lo que llamó la atención del plumilla sino la fabulosa historia que se contaba de ella: se había hecho pasar por hombre para alistarse en el ejército.
No era la primera vez que ocurría algo así, pues sabemos de casos anteriores hoy muy famosos como los de Hua Mulan o Catalina de Erauso. Pero en un país joven como EEUU aquello resultaba totalmente novedoso y potencialmente atractivo; una heroína de su tiempo y con el factor extra de ser de color y pobre, lo que implicaba ese factor extra de superación que tanto gusta por aquellos lares. Se llamaba Cathay Williams -a veces también aparece como Cathy- pero su efímera fama se la debió a su otra personalidad, la del soldado William Cathay.
Cathay nació un día indeterminado de septiembre de 1844 en la localidad de Independence, Missouri. Era hija de padre libre y madre esclava, lo que jurídicamente la convertía a ella también en esclava. Como tal, trabajó hasta la adolescencia en la plantación de un hacendado apellidado Johnson, situada en Jefferson City, en el mismo estado, pero a los diecisiete años se le presentó una insospechada oportunidad de dar una radical vuelta de tuerca a su penosa vida cuando la localidad fue ocupada por un destacamento de la Unión. Y es que el 12 de abril había estallado la Guerra de Secesión.
El cambio para los esclavos de Jefferson City fue limitado. Dejaron de tener esa condición pero tampoco se les concedió la libertad plena, por lo que se les definía temporalmente con el curioso término de contrabando y seguían teniendo obligaciones laborales: ya no trabajaban en las plantaciones pero sí debían hacerlo -con paga- en tareas auxiliares del ejército: cocineros, enfermeras, lavanderas, asistentes… En concreto, Cathay fue destinada a servir en un regimiento de infantería, el 8º de Voluntarios de Indiana, a las órdenes del coronel William Plummer Benton.
Benton, ex-abogado y viudo prematuro, era un veterano de la intervención estadounidense en México al que se le había concedido ese mando por su eficiencia en el reclutamiento de voluntarios. Aquel año tomó parte en la campaña que dirigió George Brinton McClellan por la región occidental de Virginia para asegurar la permanencia de ésta en la Unión. Fue McClellan precisamente quien ordenó no interferir en la cuestión de los esclavos -en el sentido de liberarlos-, amenazando con medidas de fuerza si se producía una insurrección de éstos, algo que levantó una fuerte controversia en Washington, no tanto por los esclavos en sí como por el hecho de que un general se arrogara la capacidad de tomar decisiones que correspondían al ámbito político.
Sin embargo, sus victorias en Philippi y Rich Mountain le convirtieron en un héroe nacional y la propaganda propia de tiempos de guerra llevó incluso al New York Herald a calificarle, bastante pretenciosamente, como el «Napoleón de la guerra actual». En consecuencia, si bien los esclavos mejoraron su condición en cuanto a trato, siguieron obligados a prestar trabajo forzoso para los militares y Cathay acompañó al 8º de Voluntarios de Indiana en su marcha a través de Arkansas, Luisiana y Georgia. Más aún, tuvo ocasión de participar, en marzo de 1862, en la Batalla de Pea Ridge (célebre por ser una de las pocas en las que la Confederación presentaba superioridad numérica, aunque eso no evitó su derrota) y en la Expedición del Río Rojo de la primavera de 1864 (una campaña dirigida por el general Nathaniel P. Banks que debía servir de diversión para que Ulysses Grant pudiera dar un rodeo y tomar Mobile, en Alabama, pero que se realizó tan torpemente que fracasó).
Durante ese lapso de tiempo, Cathay fue trasladada a Little Rock, donde debió quedarse estupefacta al contemplar por primera vez soldados negros de la Unión. Y es que los avatares de la guerra habían trocado las cosas respecto a los esclavos: las derrotas sufridas por el ejército nordista en el verano de 1862 decidieron a Lincoln a abolir la esclavitud en los estados de la Unión que la permitían y a emitir la Proclamación de emancipación, por la que se manumitía a todos los esclavos del Sur a partir de enero de 1863. Inmediatamente empezó el reclutamiento de soldados negros para formar lo que se llamó USCT (United States Colored Troops), formándose ciento setenta y cinco regimientos con un total de ciento setenta y ocho mil hombres. No obstante, ya se habían creado unidades de voluntarios y, de hecho, el bautismo de fuego de una de ellas, integrada en el 1º de Voluntarios de Kansas, tuvo lugar en octubre de 1862 en la Batalla de la Isla Mound.
El caso es que la visión de gente de su raza vistiendo el uniforme azul (Búffalo soldiers, como se los conocía desde que los indios los llamasen así, seguramente por el pelo ensortijado y el tono de su piel o quizá porque cuando los vieron por primera vez vestían gruesos abrigos de piel de bisonte al ser invierno) debió dejar honda impresión en la mente de Cathay y quién sabe si sería entonces cuando empezó a rondarle la idea de imitarles. Si fue así tuvo que esperar porque recibió una nueva orden de traslado, esta vez a Washington D.C. Su nuevo superior iba a ser nada menos que el general Philip Sheridan y con él permaneció un tiempo hasta que obtuvo un nuevo destino en Jefferson Barracks, en Lemay, Missouri, una guarnición que hoy usa como base la Air National Guard. Allí estaba cuando el 9 de mayo de 1865 terminó oficialmente la guerra.
Fue entonces cuando Cathay se lanzó a la aventura, quizá porque su futuro en las nuevas circunstancias no estaba claro (en la entrevista al periódico explicó que no quería depender de nadie) y, al fin y al cabo, se había acostumbrado a la vida militar. El caso es que se alistó en el ejército haciéndose pasar por hombre para salvar la ley que prohibía a las mujeres acceder a filas. Adoptó el nombre de William Cathay y el 15 de noviembre de 1866 firmó un contrato por tres años en St. Louis, Missouri, la localidad donde décadas después saltaría su historia a la luz. Al parecer tuvo la suerte de que le hicieran un análisis médico bastante superficial y así fue asignada al 38º Regimiento de Infantería.
Es curioso lo de los médicos porque, a pesar de que la nueva recluta enfermó con frecuencia e incluso tuvo que ser ingresada en un hospital al contraer la viruela, no descubrieron su sexo, lo que da una idea significativa de la pobre atención que recibían los pacientes.
Y eso que aunque Cathay fue dada de alta y se reincorporó a su regimiento, éste había sido destinado a Nuevo México, lugar donde el calor y los esfuerzos la pasaron factura, quedando de baja a menudo. Tanto que tarde o temprano tenía que ser descubierta por algún doctor más avispado y, en efecto, así ocurrió.
El galeno informó a sus superiores, que la expulsaron fulminantemente el 14 de octubre de 1868. Había logrado estar en el ejército más de dos años sin que nadie se diera cuenta de su condición femenina, salvo un primo y un amigo que se habían alistado a la vez que ella y estaban en el mismo regimiento, siendo conocedores del engaño pero guardando el secreto.
Durante un tiempo siguió ligada a la vida militar indirectamente, trabajando como cocinera en Fort Union, pero más tarde se marchó a Pueblo, Colorado, donde se casó con un individuo que a la primera oportunidad la dejó tirada, llevándose sus ahorros y varios caballos. Ella no se resignó, puso la correspondiente denuncia y consiguió que fuera detenido. De ahí se trasladó a la citada Trinidad y fue cuando la localizó el reportero del St. Louis Daily Times.
Después de aquel minuto de fama, los achaques físicos siguieron atormentándola y a principios de 1890 la tuvieron que hospitalizar una vez más sin que exista constancia de cuál era la enfermedad, aunque ella se quejaba de reumatismo en las rodillas. Parece ser que se trataba de diabetes y además bastante importante porque al año siguiente solicitó una pensión de invalidez en atención a su servicio militar; aunque a priori pudiera parecer quimérico, lo cierto es que había precedentes porque se les habían concedido pensiones a varias mujeres que se habían disfrazado para tomar parte en la Guerra de la Independencia, un siglo antes.
Pero la petición de Cathay fue desestimada por el U.S. Pension Bureau después de que se la sometiera a un examen médico, a pesar de que el informe final indicaba que se le habían amputado los dedos de los pies -lo que la obligaba a caminar con muletas- y padecía neuralgia.
La explicación fue que las dolencias no se originaron durante su estancia en el ejército ¿Hubo racismo en la decisión? ¿Precipitó esa resolución negativa su muerte?
No hay respuesta segura pero Cathay Williams fallecía al poco, sin que se sepa exactamente si ese mismo año de 1892 o al siguiente. Uno más de los agujeros de su biografía, ya que tampoco se conserva ninguna imagen suya. Asimismo, se desconoce el lugar dónde reposan los restos de la que fue la primera mujer negra en servir en las fuerzas armadas de EEUU.
Fuentes
Cathy Williams. From slave to Buffalo Soldier (Phillip Thomas Tucker)/African americans in the military (Catherine Reef)/Buffalo Soldiers in the West. A black soldiers anthology (Bruce A. Glasru y Michael N. Searles, ed)/
Voices of the Buffalo Soldier. Records, reports and recollections of military life and service in the West (Frank N. Schubert)/Wikipedia.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.