La marginación y/o persecución de minorías étnicas o sociales en España no se circunscribe a judíos y moriscos. Ésas constituyen la punta del iceberg y, por razones muy complejas para detallar aquí, las que han centrado la atención histórica.
Pero ha habido otras que quizá no fueron -algunas son aún-tan numerosas ni sus casos tan trágicos: los chuetas mallorquines, los vaqueiros de alzada asturianos, los maragatos leoneses, los pasiegos cántabros, los soliños pontevedreses… Uno de los casos de más renombre, pero en realidad tan oscuro como la mayoría de los anteriores, es el de los agotes.
Suele pasar que el origen de ese estatus maldito se pierde en la noche de los tiempos sin que nadie tenga la certeza absoluta acerca de su explicación. Surgen así multitud de teorías, algunas alusivas a su procedencia geográfica, otras a los rasgos físicos de sus gentes y no faltan las que entran de lleno en el disparate relacionándolas con maldiciones bíblicas y similares.
Es lo que ocurre con los agotes, de los que se decía que eran los albañiles del Templo de Salomón expulsados por Dios a causa de su deficiente trabajo, pero de los que ni siquiera está clara la etimología; así, la similitud cacofónica con la palabra godo les ha hecho acreedores a ser descendientes de ese pueblo germánico, máxime teniendo en cuenta que en el País Vasco-Francés se refieren a ellos como cagots, cuyo significado en occitano sería perros godos. Sin embargo, hay otros nombres y otras hipótesis lingüísticas sin que ninguna parezca capaz de perfilarse sobre las demás.
La procedencia goda, obviamente, se basa en la posibilidad de desertores que habrían quedado aislados del grueso de su ejército tras la derrota ante los francos, instalándose en algunas localidades vascas y navarras como Bozate sin conseguir nunca superar la desconfianza de los vecinos y, por tanto, no mezclándose con ellos. Algunos autores apuntan a los rasgos físicos que poseían, típicos de las razas de Europa del Norte, para reforzar esa explicación: rubios, de piel blanca y faz sonrosada, cráneo braquicéfalo, ojos claros… En general son argumentos antropométricos decimonónicos ya superados, no sólo por los avances de la biología sino porque esas descripciones resultaban, a menudo contradictorias entre sí; los estudios recientes dicen que el 70,5% son de pelo castaño y el 68,6% tiene ese mismo color de ojos.
Ese característico origen extranjero, siempre vinculado a un prejuicio xenófobo, se ramificó en más variantes: de los godos se pasaba a los bagaudas, a los celtas, a los cátaros e incluso a musulmanes (de los derrotados por Carlos Martel), propuesta esta última que gozó de gran aceptación en Francia durante mucho tiempo y que entronca con la consideración de moriscos que se daba a los vaqueiros asturianos.
Lo cierto es que algunos de esos elementos comentados hasta ahora sí que pudieron tener verosimilitud, inclinándose ciertos autores por pensar que pudieron ser delincuentes fugitivos que, huyendo de la justicia, se escondieron primero en lazaretos y luego, pasando al otro lado de los Pirineos, en los valles de Baztán y Roncal, entre otros sitios del noreste peninsular (Salvatierra, Jaca…); de paso, eso explicaría por qué era creencia común que transmitían la lepra y debían avisar de su presencia con una campanilla o castañuela.
En cualquier caso, se les identificaba siempre con gente de mal vivir, pertenecientes a otra raza, herejes de religión o incluso paganos, de ahí que generación tras generación se los marginara en el culto impidiéndoles el acceso a las iglesias cuando estuvieran los demás o ubicándolos en una parte acotada del templo, a menudo un rincón bajo el coro con puerta propia y una valla de separación respecto al resto de fieles.
Solían tener también una pila bautismal para ellos, se les enterraba en una zona acotada del cementerio, era frecuente que no se les diera la paz en misa, sus limosnas se recogían aparte y, por supuesto, estaba vetado su acceso al sacerdocio.
Esa postergación social -y económica, pues casi todos eran pobres- se acentuaba con la obligación de vestir ropas concretas, con un signo rojo en forma de pie de oca (o de gato) sobre la espalda, además de residir en las afueras del pueblo o en barrios exclusivos y contraer matrimonio sólo entre sí, lo que llevó a los agotes a una endogamia forzada. Más aún, no faltaba quien les consideraba inferiores intelectualmente o les atribuía costumbres sexuales desviadas de todo tipo, pues el tono rosado de su piel era un indicativo de lujuria.
La hechicería era otra de las acusaciones típicas, respaldada por algunos rasgos físicos sospechosos como la frecuente carencia de lóbulo en las orejas (se creía que indicativo de nacimiento nocturno). En suma, su propia denominación terminó usándose como insulto y no faltaban aforismos crueles como «al agote, garrotazo en el cogote» y hasta canciones.
La primera referencia documental sobre su presencia en la zona vasco-navarra son las bulas pontificias de 1514 y 1515, en las que el papa León X suprimía las condiciones marginantes a que eran sometidos los agotes en misa y solicitaba a la Catedral de Pamplona valorar concederles un trato igual al de los demás fieles. Y aunque hubo una sentencia en sentido favorable, lo cierto es que no tuvo apenas repercusión práctica y ni siquiera los decretos en ese sentido que hicieron las Cortes de Navarra en 1534 y 1548, aboliendo la tradición legislativa medieval, resultaron eficaces.
Pesaba demasiado la tradicional cerrazón del mundo rural, aún cuando el avance de los tiempos hacía que lentamente -muy lentamente- se difundiera el cambio de mentalidad, especialmente a instancias de algunos señores locales como los Ursúa, que en 1673 abogaron por el reconocimiento de los agotes como naturales del Baztán.
Pese a ello, en 1715 se intentó incentivar su traslado a una nueva villa fundada por el ilustrado Juan de Goyeneche en las afueras de Madrid, en Cuenca del Henares, bautizada como Nuevo Baztán en honor a su región natal. Diseñada según los modelos urbanísticos de moda y contando con la colaboración del arquitecto José Benito Churriguera, se pretendía que fuera un pueblo organizado en torno a un complejo fabril fabricante de vidrios, sombreros, paños y papel.
Para poblarla se trajeron castellanos y navarros -también portugueses y flamencos-, constituyendo los agotes la mano de obra principal en los trabajos (las fiestas locales que aún se celebran, las Javieradas, son una muestra de ese origen navarro). No obstante, muchos agotes terminaron regresando a sus valles.
La igualdad jurídica plena no llegó hasta el 27 de diciembre de 1817, durante el reinado de Fernando VII, cuando una ley aprobó la igualdad de derechos de todos los vecinos navarros eliminando definitivamente cualquier discriminación. Por supuesto sobre el papel, pues las cosas resultaban diferentes en la práctica y todavía se necesitó mucho tiempo para ir normalizando la situación. De hecho, en el primer cuarto del siglo XX, Pío Baroja reseña en su obra Las horas solitarias la existencia de un barrio de la localidad de Arizcun llamado Bozate, que era el antiguo gueto de los agotes.
En Arizcun, que está a menos de sesenta kilómetros de Pamplona, se ubica precisamente la casa del escultor y poeta local Xabier Santxotena, un descendiente de agotes que cedió el inmueble en 1998 para ubicar allí el Museo Etnográfico de los Agotes.
Y esto nos lleva a la teoría más aceptada para explicar el origen de esa misteriosa etnia.
Una de las acusaciones típicas era que usaban magia negra para provocar desastres naturales y destruir las cosechas, lo que es un indicativo de que no tenían su actividad económica principal en el sector agrario; la mayoría se dedicaban a oficios artesanos, como la carpintería, la música, la cordelería o la cantería (uno de los símbolos usados por lo canteros para marcar la piedra era el pie de oca), por lo que se ha propuesto la idea de que quizá estaban vinculados a gremios caídos en desgracia en el contexto de la construcción del Camino de Santiago.
Fuentes
Seroantropología e historia de los agotes (Pilar Hors)/Agotes en los valles de Roncal y Baztán (Florencio Idoate)/Los gigantes de piedra (Víctor Rodríguez-Gachs Garrido)/Secretum, la España enigmática (Chema Ferrer)/Valle de Baztan/Wikipedia
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