En el año 1981 un tribunal de EEUU archivó la causa iniciada por los nietos de Edward J. Nevin, quienes habían demandado al gobierno federal como responsable del fallecimiento de su abuelo por una negligencia que además tuvo como efecto secundario la ruina de la abuela por pagos médicos. No se trataba de un caso normal, ya que, según los familiares, el óbito se debió a una infección bacteriológica originada directamente por un experimento de la US Navy sobre la población civil.

Los presuntos hechos tuvieron lugar treinta años antes, durante el mes de septiembre de 1950. Las armas bacteriológicas eran una novedad si nos referimos a ellas stricto sensu y obviamos las noticias históricas sobre epidemias provocadas deliberadamente con peste o viruela, que a menudo tienen más de leyenda que de realidad. Fue en la Primera Guerra Mundial cuando se empezó a experimentar científicamente con microbios para su aplicación militar, aunque en esa contienda el interés se centró en el gas mostaza, el cloro o el fosgeno hasta su prohibición definitiva -teóricamente- por el Protocolo de Ginebra de 1925.

La voz cantante inicial en esas investigaciones la llevó Japón a través de la siniestra Unidad 731, inicialmente denominada Unidad de Kamo y creada en 1932 para el control de epidemias, aunque con la llegada de la Segunda Guerra Mundial trocó su interés por justamente lo contrario: la infección de las tropas enemigas y el desarrollo de armamento biológico, experimentando con miles de prisioneros chinos. Parece ser que fue entonces cuando se probó por primera vez el ántrax y además de forma encubierta, contaminando alimentos.

Soldados británicos con máscaras antigás en la I Guerra Mundial/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Los japoneses no fueron los únicos en trabajar ese campo, pues también alemanes y británicos lo hicieron. Asimismo, EEUU incorporó un plan de investigación, contando para ello con algunos de los científicos nipones de la Unidad 731 y otros alemanes. Los primeros pasos se dieron en 1942 en Fort Detrick, Maryland, donde hoy en día se ubica la sede del USAMRIID (United States Army Medical Research Institute of Infectious Diseases), desarrollándolo de forma paralela al otro gran sector armamentístico de la etapa posbélica, el atómico.

Pero fue en la década siguiente cuando la cosa avanzó de verdad, en parte impulsada por el estallido de la Guerra de Corea. Lo llamativo del asunto estaba en que se diseñó un programa de experimentación con población para comprobar los efectos de la manera más ajustada posible, pues el Comité de Guerra Bacteriológica creado en 1948 advertía de la susceptibilidad de EEUU a un ataque de esa naturaleza. Para ello era necesario difundir en ciudades los patógenos, de forma que éstos se dispersaran naturalmente tal cual se haría en una situación real, pudiendo así registrar, cuantificar y analizar los resultados en varios ámbitos y diferentes condiciones atmosféricas. San Francisco resultó la primera urbe elegida para lo que se bautizó como Operation Sea-Spray.

Consistía en rociar cuarenta y tres localidades del área de la bahía, calculándose que podrían afectar a un segmento de habitantes entre cinco y ochocientos mil. Por supuesto, pese a que el objeto final de la investigación sólo consistía en baremar la susceptibilidad de una gran ciudad a un ataque biológico, bien desde un punto de vista defensivo, bien desde el ofensivo, se estimaba que los efectos durante el experimento serían casi imperceptibles, dado que la cantidad de agentes bacteriológicos utilizada era limitada y lo que verdaderamente se buscaba de momento era ver cómo se dispersaban para diseñar un plan optimizado de contramedidas.

La Bahía de San Francisco/Imagen: Google Maps

El problema estaba en dichos agentes: uno era una bacteria llamada Bacillus globigii, una variedad de Bacillus atrophaeus empleada en medicina para biocontención. Pero el otro era Serratia marcescens, un bacilo que se desarrolla preferentemente en condiciones de alta humedad -suele hallarse en alcantarillas y hospitales- que en 1950 se pensaba que era inocuo pero se trataba de un error, ya que provoca múltiples síntomas que unas veces son leves (conjuntivitis, infecciones renales y urinarias) y otras graves (problemas respiratorios e incluso meningitis).

Ambos fueron esparcidos desde un cazaminas de la armada acompañadas de partículas de sulfuro de cadmio-zinc para facilitar la monitorización. A lo largo de una semana entre el 20 y el 27 de septiembre de aquel año, las mangueras del barco lanzaron al aire emisiones que duraban media hora, sumando un total de cuatro de Bacillus globigii y dos de Serratia marcescens que formaron una contagiosa nube invisible de más de tres kilómetros de longitud. El experimento se consideró un amenazador éxito: era factible provocar una infección en un núcleo urbano con bastante facilidad y de forma imperceptible.

Cultivo de Serratia marcerescens/Foto: Benutzer:Brudersohn en Wikimedia Commons

Entonces llegaron los daños imprevistos. Muy poco después, el 11 de octubre, once personas ingresaron de urgencia en el Hospital de Stanford con neumonía y unas infecciones urinarias tan poco comunes en diagnóstico y coincidencia que uno de los doctores publicaría un estudio sobre el asunto en una prestigiosa revista médica. Diez de aquellos pacientes se recuperaron y fueron dados de alta poco después pero el undécimo -en realidad el primero, un anciano de setenta y cinco años que se sometió a una cirugía de próstata, no tuvo suerte y murió en sólo tres semanas a causa de una endocarditis, que es otro de los daños que puede causar Serratia marcescens tras viajar hasta el corazón desde el conducto urinario a través de la sangre. El infortunado era Edward J. Nevin.

Aquel extraño pico de ingresos y la presencia de Serratia marcerens, hasta entonces inédita en el hospital, sembraron cierta confusión pero como no se repitió la cosa cayó en el olvido hasta que en 1977, en una comparecencia ante el Subcomité de Salud e Investigación Científica del Senado y ya cancelado ese tipo de pruebas por Nixon en 1969, la US Navy admitió públicamente la realización de la Operación Sea-Spray y no había advertido a las autoridades sanitarias del experimento. No sólo eso sino que entre 1949 y 1969 además había llevado a cabo otras doscientas treinta y nueve pruebas parecidas al aire libre usando bacterias u agentes químicos que las imitaban.

Eso sí, subrayando que todos eran inocuos y que los casos referidos no tenían nada que ver, siendo sólo una anómala casualidad, como demostraba que en esa década se hubieran repetido aspersiones de ese tipo en Ciudad de Panamá y Cayo Hueso (Florida) sin problemas, al igual que en años posteriores en otros sitios como Nueva York, Washington o Pensilvania. En alguno de ellos incluso usando de nuevo Bacillus globigii, como se hizo en el Aeropuerto Nacional de Washington en 1965; en otros, como en Nueva York al año siguiente, con una variedad llamada Bacillus subtilis Niger, que se lanzó en el metro de Manhattan y no causó ningún daño.

Asimismo, señalaron que ningún otro hospital de San Francisco había registrado nada similar, por lo que los once pacientes enfermaron durante los procesos médicos normales; es decir, la fuente de infección estaría en el propio complejo hospitalario. Pero el estamento médico se planteó si otros casos de la época que tuvieron un repunte considerable -infecciones coronarias y neumonías, así como una subida de infecciones intravenosas entre drogadictos en las décadas de los sesenta y setenta- no estarían también relacionados. De hecho, el sulfuro de cadmio-zinc hoy es considerado cancerígeno.

Todo ello provocó la duda en los descendientes de Nevin, uno de cuyos nietos, Edward J. Nevin III, era abogado y presentó una demanda en el Tribunal de distrito de San Francisco en 1981. Tras una serie de retrasos e incluso el intento de agresión de un general, vio cómo el juez decidía desestimarla al no encontrar correlación concluyente, argumentando que en los otros sitios no se habían registrado víctimas y que ni siquiera el sulfuro de cadmio-zinc había aumentado significativamente el cáncer en Minnesota, uno de los estados donde se roció específicamente. Nevin apeló al Tribunal Supremo, pero éste confirmó la sentencia dando la razón a la abogacía del Estado, que sostenía que hubo dos cepas distintas que coincidieron en tiempo y lugar.


Fuentes

In 1950, the U.S. Released a Bioweapon in San Francisco (Helen Thompson en Smithsonian)/Bacteria and bayonets. The impact of disease in american military history (David Petriello)/Operation Sea-Spray (Lisa Lumar)/U.S. Army Activity in the U.S. Biological Warfare Program, 1942-1977/Wikipedia


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