Samuel Langhorne Clemens, al que todos conocemos por su pseudónimo Mark Twain, nos dejó obras inmortales como Las aventuras de Tom Sawyer, Un yanqui en la corte del rey Arturo, Las aventuras de Huckelberry Finn o Príncipe y mendigo que le avalan como uno de los escritores más importantes de EEUU; es el padre de la literatura norteamericana, según todo un Nóbel como William Faulkner, en compañía, entre otros, de Nathaniel Hawthorne, Fenimore Cooper, Edgar Allan Poe, Herman Melville y Jack London. Con este último compartió un rasgo en común: una vida aventurera que le llevó a ser editor itinerante, piloto en un vapor de ruedas del río Missisipi, periodista-reportero y, durante un breve tiempo, minero.
Este último oficio fue el resultado de un viaje en 1861 en el que acompañaba a su hermano Orion, secretario del gobernador de Nevada, que debía recorrer el territorio durante tres meses para realizar un informe.
En la práctica, Twain estuvo tres años y esa experiencia le serviría para dos cosas: primero, para acumular datos y vivencias que luego plasmaría en la obra Pasando fatigas, publicada en 1872; y segundo, para incorporarse a los últimos ramalazos de la Fiebre del Oro, aquella migración masiva hacia el Oeste que empezó en 1848 por el descubrimiento del precioso metal.
Twain se instaló en Virginia City, Nevada, en cuyas inmediaciones se habían descubierto venas de plata, trabajando en una mina llamada Comstock Lode. Después de seis años no consiguió su sueño de enriquecerse y abandonó. Para bien de la literatura, porque pasó a formar parte de la plantilla del diario local, Territorial Enterprise, olvidando pico y pala en favor de la pluma. Fue allí donde utilizó por primera vez el pseudónimo, en una obra titulada Letter from Carson, aunque su primer éxito literario llegaría un poco más tarde, en 1865: el libro de cuentos La célebre rana saltarina del condado de Calaveras, publicado en el semanario neoyorquino The Saturday Press.
El título hacía referencia a Calaveritas Creek, donde se ubicaba Angel’s Camp, un rincón californiano en el que había probado suerte como minero. Pero no fue el único texto en que reflejó esa etapa; también lo hizo en la citada Pasando fatigas, auténtico relato biográfico de su experiencia durante la Fiebre del Oro (de hecho, en inglés es Roughing it, algo así como «Raspándolo», en referencia al trabajo en el subsuelo). Y es en él donde aparece la referencia a la Lost Cement Mine. Twain visitó una vez un yacimiento cercano, el de Aurora, donde vio algunas muestras de mineral extraídas de una misteriosa mina olvidada. Usando sus propias palabras, eran «pepitas de oro puro, gruesas como pasas en una rebanada de pastel de frutas».
El caso es que aunque las muestras fueran reales, apenas se sabía nada de su procedencia y persiste la duda sobre si Lost Cement Mine existe de verdad o se trata únicamente de una leyenda. Ésta cuenta que fue descubierta en 1857 por dos buscadores (otra versión habla de tres hermanos de origen alemán) que se separaron de un grupo principal mientras cruzaban la parte oriental de Sierra Nevada, California. El enclave de Mono Lake, por donde atravesaban, tenía fama de poseer potencia desde que en 1852 un destacamento militar al mando del teniente Tredwell Moore encontrase cuarzo citrino cerca de Bloody Canyon. El cuarzo citrino se parece mucho al diamante, al igual que la pirita al oro, y aunque no alcanza su valor sí merecía cierto aprecio debido a su escasez, así que enseguida se emprendieron expediciones.
Una de ellas fue la de los dos personajes citados (o tres, si optamos por los germanos). Se hallaban en algún punto cerca de la cabecera del río Owens, en Mammoth Mountain, cuando observaron una veta de roca ígnea, lo que en el argot minero de la época se llamaba cement (de ahí el nombre de Lost Cement Mine) por el tono rojizo que le da la oxidación. El caso es que en ese tipo de roca solían encontrarse vetas auríferas y aquella, en efecto, tenía una especialmente rica.
Los dos afortunados extrajeron cuanto pudieron pero murieron en breve. Uno de ellos de tuberculosis en 1860, dejando su herencia al médico que le atendió, un tal doctor Randall, con un mapa de la ubicación del sitio.
Randall se olvidó de la medicina y partió en busca de la mina con su ayudante Gid Whiteman pero por más vueltas que dieron no fueron capaces de localizarla y, en cambio, atrajeron la atención de otros. En poco tiempo aquello se llenó de aventureros ávidos de oro horadando las montañas con sus picos en torno al cauce fluvial, aunque con idéntico fracaso.
Sin embargo, muestras de lo extraído por los dos descubridores circularon por los vecinos campamentos mineros de Aurora, Bodie y Benton, y ya vimos que Mark Twain las vio en el primero uniéndose también a la febril búsqueda con el mismo frustrante resultado. No obstante, la considerable producción aurífera de Bodie (descubierta por un holandés poco antes, en 1859), las vetas de oro halladas al año siguiente en Paso Tioga y la aparición en 1862 de un importante filón de plata en Benton, que estaba a sólo veinticinco kilómetros, hizo que la leyenda no cayera en el olvido; Benton produciría metal por valor de más de cuatro millones de dólares a lo largo de su explotación y eso mantuvo la ilusión.
En el verano de 1877, mientras buscaba Lost Cement Mine, un equipo liderado por James A. Parker descubrió una rica veta aurífera y argentífera al sur de Mono Lake; no era la de la leyenda pero se hizo famosa también y pasó a ser conocida por varios nombres, como Gold Mountain, Red Mountain o Mammoth Mine. Durante dos años extrajeron una enorme cantidad de material pero se agotó en 1881 y tuvo que cerrar. En cambio, otras minas continuaron activas hasta mediados del siglo XX; la mencionada Bodie, por ejemplo, produjo más de un millón de onzas hasta la década de los treinta.
¿Y qué fue de Lost Cement Mine? ¿Se confirmó científicamente su existencia o pertenece al mundo legendario del Far West? Cientos de buscadores dejaron su esfuerzo, su salud y su sueño intentando localizarla durante años pero nadie logró dar con ella.
Algunos autores sugieren que fue explotada en secreto y luego, por alguna razón que obligaba a interrumpir la actividad mucho tiempo, se cegó deliberadamente para evitar que otros se apropiasen del lugar; en ese sentido, se recuerda cómo dos mineros llamados Kent y Mcdougall anduvieron por San Francisco con una extraordinaria cantidad de oro extraída en esa región pero sin concretar su procedencia, originando aventuradas conjeturas.
Hay quien incluso propone una ubicación: Sierra Crest, cerca de Devil’s Postpile. Así que si alguien quiere probar suerte… Eso sí, conviene advertir de que es una cadena montañosa de ochocientos kilómetros de longitud. Ánimo y al tajo.
Fuentes
Lost gold and silver mines of the Southwest (Eugene L. Conrotto)/The Lost Cement Mines (Walter Chanfant)/Cuentos completos (Mark Twain)/The Geo Zone/Wikipedia
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