Hablar de la República de Acre puede inducir a pensar en la ciudad homónima que sufrió un famoso asedio durante la Tercera Cruzada, pero estaríamos equivocados geográfica y cronológicamente. Hay que cambiar de continente para irse a América del Sur y de época para avanzar hasta finales del siglo XIX, casi en el umbral ya del XX. Y en vez de caballeros cruzados y musulmanes tenemos como protagonista a un emigrante español trotamundos e inclasificable que se permitió el lujo de crear su propio país y gobernarlo como presidente.

La desmesura frondosa de la Amazonía parece un imán para otro tipo de desmesura, la humana. No me estoy refiriendo a la deforestación, que también podría ser, sino a las correrías audaces y algo -o mucho- extravagantes que algunos aventureros llevaron a cabo a través de aquella exhuberancia vegetal: unos arrastrando un enorme barco de vapor para conseguir construir un teatro en medio de la selva, caso de Brian Sweeny Fitzgerald Fitzcarraldo; otros en busca de una ciudad perdida de la que no hay más prueba que confusas leyendas, como el recientemente llevado al cine con la historia de Z y Percy Fawcett.

Luis Gálvez Rodríguez de Arias supera a ambos por osadía, dimensiones y ambición. Algo que, en principio, no parece casar con sus orígenes y formación: natural de la gaditana localidad de San Fernando, donde nació en 1864, había estudiado Derecho en la Universidad de Sevilla sin llegar a licenciarse e ingresó en el Cuerpo Diplomático, sirviendo en las embajadas de España en Roma y Buenos Aires.

Única imagen conservada de Luis Gálvez, hacia 1900/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Sudamérica le sedujo, dicen unos que atraído por la leyenda de El Dorado y otros que huyendo de un desfalco que había hecho en el Banco de España, donde también estuvo empleado. El caso es que se quedó por esas latitudes pero, de carácter algo tarambanas, volvió a las andadas y tuvo que huir de Argentina tras matar en duelo a un marido celoso, refugiándose en Brasil. Allí trabajó como periodista y editor, primero en el Correo do Pará, en la ciudad brasileña de Belem, y después, desde 1897, en el Commercio Amazon de Manaos.

Fue durante su labor en este último medio cuando, colaborando con el consulado de Bolivia, tuvo que traducir del inglés un documento acerca de ese país que le iba a cambiar la vida. El texto trataba sobre la situación en Acre, por entonces territorio boliviano: un informe que explicaba cómo el gobierno había creado una aduana y establecido un impuesto especial a los seringueiros, los colonos brasileños que se dedicaban a la explotación del caucho, para encarecer las exportaciones de ese producto hacia Brasil y acentuar así su dominio en la región, lo que provocaba el descontento generalizado entre ellos. Gálvez debió tener una especie de visión: allí estaba El Dorado que tanto le atraía; el verdadero, si uno se atrevía a lanzarse a por él. Y se atrevió.

El estado brasileño de Acre en el extremo Oeste de Brasil /Imagen: Raphael Lorenzeto de Abreu en Wikimedia Commons

El plan que concibió era ingenioso, maquiavélico incluso: aprovechar el malestar de los brasileños, que constituían la mayoría de la población, y encauzarlo para animarlos a llevar a cabo la secesión de Acre, con el apoyo económico, material y humano del vecino Estado de Amazonas, que estaba muy interesado en anexionarse la zona por su riqueza cauchera; el oro verde que decían entonces. En realidad, Acre formaba parte del Virreinato del Perú desde el siglo XVI aunque sólo sobre el papel, dado que estaba en el interior del continente y con un acceso muy difícil que impedía su control efectivo.

Con la emancipación de las naciones americanas y el fracaso de la confederación boliviano-peruana en 1839, Brasil incorporó la región hasta 1867, en que el Tratado de Ayacucho supuso su reparto, aunque ambas continuaron reivindicando sus respectivas soberanías. La explotación del caucho, una de las prometedoras fuentes de riqueza de aquellos tiempos por sus múltiples aplicaciones, agravó la cuestión al atraer a trabajadores procedentes de los países circundantes (desde 1877 brasileños sobre todo, a causa de una pertinaz sequía que azotó la parte nororiental del país), cuyas condiciones de vida eran penosas, prácticamente una semi-esclavitud. Caldo de cultivo perfecto para quien tuviera la habilidad de valerse de ellas para sus fines.

Se dio otra circunstancia favorecedora para Gálvez: en 1898 Bolivia se había sumido en el horror de una guerra civil, derivada de la debacle que supuso la derrota ante Chile y la pérdida de su salida al mar, que dejó al país en una situación inestable. Una concurrencia de factores que allanaba el camino al español, de quien algún autor apunta que tendría una motivación extra: una reacción sentimental contra el desastre de España en la reciente guerra con EEUU y la consiguiente pérdida de lo que quedaba del imperio de ultramar. «Hoy Estados Unidos ya tiene una mano sobre el corazón de Sudamérica, como tiene la otra sobre América Central. Pero esto no se ve y cuando se vea será tarde» son las proféticas palabras que se le atribuyen.

El 9 de abril de 1899 los colonos e inmigrantes de Acre, ayudados por un grupo de mercenarios enviados desde Amazonas, se levantaron en armas bajo la dirección de un líder local llamado José de Carvalho. Gálvez era quien mandaba aquel cuerpo de refuerzo, integrado por una veintena de españoles veteranos de la Guerra de Cuba y otros mercenarios brasileños, tras convencer al gobernador Ramalho Júnior de que participase en la campaña porque EEUU y Bolivia habían firmado un improbable acuerdo para invadir Brasil. Fue Gálvez también quien rebautizó el pueblo de Puerto Alonso, donde desembarcó a principios de junio con su tropa, como Porto Acre. El día 14 de ese mismo mes, aniversario de la Toma de la Bastilla, proclamó la República de Acre, pasando a ser su primer presidente provisional.

Recogedores de caucho en Acre/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

«No pudiendo ser brasileños, los seringueiros acreanos no aceptan volverse bolivianos” y «Si la patria no nos quiere creemos otra» fueron algunas de las frases que dejó para la posteridad en aquellos históricos momentos, antes de meterse de lleno en todo lo que requiere la creación de un nuevo país: diseño de una bandera (la actual, verde y amarilla), establecimiento de las estructuras de los tres poderes (gobierno, administración, sistema judicial) más ejército, escuelas, hospitales, servicio postal…

Un estado moderno en plena selva que gestionó durante seis meses hasta que la moderna legislación laboral que promulgó para proteger a los trabajadores del caucho le granjeó la oposición de los mismos empresarios del sector que antes le sostuvieron. Como además el conflicto interno de Bolivia había finalizado, el gobierno de La Paz envió tropas.

No hicieron falta porque un golpe de estado -todo un récord, a los seis meses- depuso al español y le sustituyó por un seringueiro brasileño, Antonio de Sousa Braga, al que refrendaron sus compatriotas pero también los bolivianos. Eso sí, apenas se mantuvo cuatro semanas en el poder antes de dimitir y devolvérselo a Gálvez ante las dificultades que se presentaban. Y éstas eran de calado, ya que, para evitar una guerra con su vecino y debido a que el ejecutivo de Acre se negaba a retirar el impuesto sobre el caucho, Brasil envió una expedición militar mixta de infantería y marina conocida popularmente como Expedición Floriano Peixoto o Expedición de los Poetas (por algunos de sus integrantes). Era la primavera de 1900 y Gálvez fue expulsado de la región, que los brasileños devolvieron a Bolivia ante la imposibilidad de defenderla.

José Plácido de Castro/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

A partir de ahí La Paz explotó el caucho de Acre mediante el Bolivian Syndicate, un trust de nombre inglés debido a que se creó en alianza con empresas norteamericanas. Sin embargo, en 1902 los seringueiros volvieron a la carga de la mano de José Plácido de Castro al enterarse de que dicho acuerdo incluía la posibilidad de ceder la zona a EEUU (incluyendo una intervención militar) si Brasil la ocupaba. Resultó que Gálvez, que estaba exiliado en Recife, había sido uno de los mediadores e impulsores del pacto entre el gobierno de José Manuel Pando y el de McKinley (cuyo hijo estaba al frente del Bolivian Syndicate), por eso fue arrestado y deportado a Europa.

Castro se enfrentó al ejército boliviano y, pese a su inferioridad numérica, lo derrotó en sucesivas batallas en lo que se llamó la Guerra de Acre (o también la Guerra del Caucho), declarando un estado independiente y solicitando a Brasil la anexión el 27 de enero de 1903. Así quedaron las cosas hasta que el 17 de noviembre de ese año ambos bandos firmaron el Tratado de Petrópolis, por el que Acre quedaba incorporado a Brasil definitivamente a cambio de dos millones de libras y la construcción del ferrocarril Madeira-Mamoré, que permitiría a los andinos llevar sus mercancías a la costa atlántica vía Manaos (y que nunca llegaron a usar).

Empecinado, Gálvez todavía regresó tiempo después, pero fue detenido y encarcelado en el el Fuerte de São Joaquim de Río Branco, en Roraima. Consiguió evadirse y terminó sus días en su España natal, falleciendo en Madrid en 1935 y siendo enterrado en algún lugar ignoto el cementerio de La Almudena. Hoy nadie se acuerda aquí del que un día fue llamado Emperador de Acre y sólo en la que fue su república se le rinde homenaje con una estatua a la entrada de la Asamblea Legislativa que él mismo fundó y dándole su nombre a un río amazónico.


Fuentes

El río de la desolación: Un viaje por el Amazonas (Javier Reverte)/Viajeros lejanos (Antonio Picazo)/Wars of Latin America, 1899–1941 (René De La Pedraja)/Latin America’s wars. The age of the professional soldier, 1900-2001/Encyclopedia of the stateless nations (James Minahan)/La reconstrucción literaria de las aventuras amazónicas de Luis Gálvez en «Gálvez, imperador do Acre» (1976), de Mario Souza, y «La estrella solitaria» (2003), de Alfonso Domingo (Antonio R. Esteves)/Wikipedia


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