El 24 de abril de 1874 el diario New York World publicó un impactante artículo, firmado por un tal Edmund Spencer, en el que se narraba una historia asombrosa. Tanto llamó la atención que un par de días después el periódico lo volvió a sacar en su edición semanal y más tarde se hicieron eco también otros medios mundiales, algunos de las Antípodas como el South Australian Register. Narraba el espeluznante sacrificio ritual que una tribu de Madagascar, la Mkodo, realizaba a un árbol carnívoro, una planta dotada de una especie de tentáculos móviles con los que envolvía a sus presas inmovilizándolas por cuello y brazos, apretando «con la cruel rapidez y tenacidad salvaje de las anacondas», para a continuación devorarlas.

El relato pretendía ser la transcripción de una carta enviada por un explorador alemán llamado Karl Liche y su compañero Hendrick, que habrían tenido ocasión de asistir personalmente a una de esas ceremonias atávicas, en la que se ofreció en holocausto a una mujer. La historia nos suena hoy bastante disparatada, casi grotesca y más propia de una película fantástica de serie B, pero en la segunda mitad del siglo XIX el África negra todavía era un continente semidesconocido capaz de exaltar la imaginación de cualquiera; por ejemplo, el lago Victoria como fuente principal del Nilo no se confirmó hasta tres años antes del artículo, durante la expedición de Henry Morton Stanley en busca del desaparecido David Livingstone.

Lo cierto es que no había ningún explorador germano ni ninguna tribu con esas salvajes costumbres. Por supuesto, tampoco existía ni existe un árbol antropófago como el descrito, pese a que muchos se tragaron aquel scoop periodístico y que posteriormente hubiera otros listos en sumarse al circo, como Chase Salmon Osborn, un explorador, periodista, editor y político que en 1824, después de ser gobernador de Michigan, escribió un libro titulado Madagascar, land of the Man-eating Tree en el que daba carta de veracidad al asunto y lo sustentaba en supuestos relatos de misioneros.

Dionaea muscipula, la planta carnívora más conocida/Foto: H. Zell en Wikimedia Commons

Sí existen plantas carnívoras en la Naturaleza pero no con semejantes características. Hay unas seiscientas treinta especies de ellas más otras trescientas consideradas protocarnívoras, pero todas se contentan con atrapar y deglutir insectos o artrópodos. Para ello emplean diversos sistemas, desde un tallo pegajoso a unos cilios detectores que hacen que se cierre como una boca, pasando por una especie de bolsa en cuyo fondo se ahoga la presa y algunas variantes más. Ninguno a base de palpos móviles ni, dado su tamaño (la más grande, Nepenthes rajah, no llega a medio metro) con la más remota posibilidad de hacer de un humano su comida, aunque algunas, excepcionalmente, puedan capturar algún roedor diminuto o ranas.

Pero, claro, ya sabemos que la imaginación del Hombre es portentosa y las leyendas sobre plantas caníbales se remontan muy atrás en el tiempo. La más antigua conocida es del siglo II d.C. y se debe a Luciano de Samósata, un sofista sirio helenizado cuyo corrosivo humor en sus escritos le granjeó numerosas enemistades, inspirando a muchos autores parecidos como Erasmo, Rabelais, Cervantes o Quevedo; a pesar -o gracias- de ello, gozó de gran prestigio hasta el punto de que se ha bautizado con su nombre un cráter de la Luna. Pues bien, en su obra Historia verdadera cuenta la alucinante historia de unas mujeres vegetales que seducían a los marineros para devorarlos.

Cartel de la película El día de los trífidos

Es literatura y como tal debe interpretarse, de la misma forma que pasa con otros relatos parecidos pero más modernos, como El día de los trífidos, de John Wyndham (que fue llevado al cine en 1962), o Under the Punkah, de Phil Robinson, que en 1881 situaba en Nubia una gigantesca planta que comía hombres. De hecho, hay varios cuentos y novelas que tratan lo mismo, al igual que no faltan películas basadas en ellas: véase la reciente Ruinas, las amenazadoras algas de la Vida de Pi, la variopinta vegetación de alto riesgo del King Kong de Peter Jackson o la guasona planta carnívora de las dos versiones de La tienda de los horrores.

No obstante, abunda el folklore criptozoológico al respecto en muchas partes del mundo. Una de las más célebres es la del Ya-te-veo, un árbol del que se hablaba en América Central y del Sur, cuyo aspecto no diferiría mucho del descrito por el New York World (con ramas móviles que parecían «enormes serpientes en una furiosa discusión que de vez en cuando se lanzan de un lado a otro como golpeando a un enemigo imaginario») y que en 1887 mencionaba J.W. Buel en su libro «científico» Sea and land. An illustrated history of the wonderful and curious things of nature existing before and since the deluge.

Cinco años después, en 1892, el doctor Andrew Wilson reseñaba en el periódico Illustrated London News el presunto descubrimiento de una nueva especie vegetal en un pantano de Nicaragua que confirmaba una noticia similar en la Sierra Madre mexicana: un árbol cuyas raíces habían atrapado al perro del naturalista, un tal Dunstan, a quien costó mucho liberar a su mascota y cuando lo hizo descubrió que la planta había drenado buena parte de la sangre del animal.

Ilustración completa del Ya-te-veo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Los nativos la llamaban la Trampa del Diablo, añadía otro artículo, éste del Review of Reviews y firmado por su editor William Thomas Stead, que remitía a un original de Lucifer (la revista creada por la famosa médium Helena Blavatsky). Evidentemente, el supuesto científico no pudo hacerse con un ejemplar de la planta, pese a que ello le hubiera hecho pasar a la posteridad, y tampoco existía la fuente original en la citada revista. Y es que Stead está considerado pionero del periodismo de investigación pero también de los tabloides amarillistas (además de ser candidato… al Nóbel de la Paz).

Hay más leyendas americanas de plantas carnívoras por el estilo, caso del Árbol Diablo brasileño, el Jujuy del que se hablaba en Bolivia y Paraguay, la Trampa de Mono amazónica… De allí se puede saltar a otros continentes para ver la Flor de la Muerte, sobre la que corrían rumores en el Pacífico Sur, o un árbol filipino que se alimenta de animales -humanos incluidos si se ponen a tiro- a los que atrapa y aplasta con unos zarcillos espinosos. Es conocido con el nombre de Duñak y el mundo científico cree que lo más probable, dadas las similitudes en la técnica de caza, es que el mito naciera de ver a las serpientes pitón en acción.

En cualquier caso, para terminar, conviene decir que en 1955 el alemán Willy Otto Oskar Ley refutó como fraude la historia de Karl Liche, su árbol antropófago y el sacrificio Mkode en su obra Salamanders and other wonders. Ley era un paleontólogo que huyendo del nazismo se instaló en EEUU, donde curiosamente trabajó en el desarrollo de cohetes junto a Wernher von Braun y escribiendo sobre múltiples temas científicos, a la manera divulgadora de Isaac Asimov; como curiosidad cabe decir que, al igual que Luciano de Samósata, también tiene su cráter lunar.


Fuentes

Modern folklore (Robert B. Durham)/Sea and land. An illustrated history of the wonderful and curious things of nature existing before and since de deluge (J. W. Buel)/Man-eating Tree of Madagascar (Edmund Spencer en South Australian Register)/Madagascar, land of the Man-eating Tree (Chase Salmon Osborn)/Botanica Delira. More Stories of Strange, Undiscovered, and Murderous Vegetation (Chad Arment)/Wikipedia.


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