Sobre la colina de Calton en la ciudad de Edimburgo se alza lo que parecen ser las ruinas de un antiguo templo de la Grecia clásica. Se trata del Monumento Nacional de Escocia, aunque popularmente se le conoce como la vergüenza de Escocia. El motivo de esto último no es otro que el hecho de que lleva casi 200 años sin terminarse, y no parece que eso vaya a ocurrir a corto o medio plazo.

La historia del monumento comienza en 1816, cuando la Highland Society of Scotland, entre cuyos miembros estaban personajes tan ilustres como el escritor Sir Walter Scott, propuso la creación de un memorial conmemorativo de los caídos escoceses en las Guerras Napoleónicas.

Para 1822 el proyecto ya había tomado forma con un diseño de Charles Robert Cockerell y William Henry Playfair, que consistía básicamente en erigir una réplica del Partenón de Atenas a escala real. Pero con dos diferencias.

Parte frontal del monumento / foto Colin en Wikimedia Commons

En primer lugar, dentro del edificio habría una iglesia y bajo ella se dispondrían catacumbas para alojar los restos de los soldados muertos. Y en segundo lugar, toda la iconografía escultórica y decorativa del monumento, aunque ubicada en los mismos lugares que la de su original griego, haría referencia a héroes de la historia escocesa. La intención final era, en palabras publicadas por la propia Highland Society:

Adoptar el templo de Minerva o Partenón de Atenas como modelo del monumento y restituir al mundo civilizado ese edificio célebre y justamente admirado, sin ninguna desviación, salvo la adaptación de la escultura a los acontecimientos y logros de los héroes escoceses, cuya proeza y gloria está destinada a conmemorar y perpetuar, y parte de la construcción debe ser acondicionada como una iglesia o lugar de culto divino.

Hay que tener en cuenta que, en el momento de la propuesta escocesa, el gobierno de Grecia todavía no había recuperado el control sobre Atenas en su proceso de independencia (y no lo haría hasta 1832). En ese momento el Partenón todavía albergaba una pequeña mezquita en su interior y mostraba los grandes daños causados por el bombardeo veneciano de 1687.

Parte interior del monumento / foto Shutterstock

El coste del proyecto se estimó en 42.000 libras esterlinas, que serían recaudadas mediante la creación de una asociación de contribuyentes al monumento. Solo se pudieron recaudar 16.000, más otras 10.000 presupuestadas como aportación del Parlamento. En cualquier caso la construcción comenzó en 1826, cuatro años después de haber sido colocada la piedra base por el rey Jorge IV.

Pero la falta de fondos provocó la suspensión de las obras en 1829, cuando solo se habían levantado 12 columnas y sin llegar a instalar ningún tipo de decoración escultórica. En las décadas siguientes hubo proyectos para terminarlo, cambiando el proyecto original y su significado, pero ninguno llegó a buen puerto, bien por el alto coste o por la falta de acuerdos. El último intento data de 2004.

Entorno del monumento / foto Saffron Blaze en Wikimedia Commons

Anteriormente, en 1897, la ciudad de Nashville en Estados Unidos retomó la idea para conmemorar el centenario del estado de Tennessee, levantando una réplica completa del Partenón, igualmente a escala real.

Esta vez, la decoración y el resto de detalles eran iguales al original, e incluso se levantó en su interior una colosal estatua de Atenea Pártenos, a semejanza de la que en su momento albergó el original griego (unos 60 años más tarde se levantó, esta vez en Illinois, una réplica exacta de la torre de Pisa).

Hoy en día el Monumento Nacional es uno de los símbolos de Escocia, para bien o para mal, y una de las claves de la consideración de Edimburgo como la Atenas del norte.


Fuentes

The Scotsman / Edinburgh Architecture / Wikipedia.


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