Cualquiera que esté inmerso en el esfuerzo de aprender inglés sabe que se trata de un idioma de gramática mucho más sencilla que la española y que su verdadera dificultad está en la pronunciación, tan variable que son la práctica, el oído y la repetición las que realmente hacen que se vaya aprendiendo.
Esa ardua adecuación entre el alfabeto y su lectura fonética es lo que a mediados del siglo XIX llevó a un grupo de variopintos expertos de EEUU a crear un nuevo abecedario que se adaptara mejor: el alfabeto Deseret, nombre alusivo a la universidad que patrocinó la iniciativa.
En realidad no era algo raro, pues por aquellos años se llevaron a cabo otros intentos similares. Fue el caso del Método Pitman, que era una variante de la taquigrafía creada por el inglés sir Isaac Pitman en 1837, en la que los símbolos no representaban letras sino sonidos; o sea, las palabras se escribían tal cual se pronunciaban. El método experimentó diversas variantes y modificaciones desde entonces hasta llegar a la que se bautizó como Pitman 2000 (por su año de presentación), formada por aproximadamente centenar y medio de caracteres, que es la más más utilizada hoy en día en Reino Unido y la segunda en EEUU.
Otro caso más reciente, de 1958, fue el del alfabeto Shaviano, originado por un curioso concurso ad hoc ideado por el inefable escritor George Bernard Shaw para sustituir al clásico abecedario latino y que ganó otro inglés, Ronald Kingsley Read. Como cabía esperar, nadie se lo tomó en serio y aunque se llegó a editar un libro en ese nuevo formato (la obra de teatro Androcles y el león, del propio Bernard Shaw), puede decirse que aquella estrambótica iniciativa terminó en fracaso.
Sin embargo, por sorprendente que parezca, el alfabeto Deseret tuvo cierta aceptación. Muy limitada, por supuesto, pero se sabe que en su momento de apogeo, entre 1859 y 1869, se publicaron libros y periódicos con él e incluso hubo señalizaciones urbanas con sus caracteres. Lo creó un grupo de líderes religiosos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (es decir, la iglesia mormona), bajo la dirección de su segundo presidente Brigham Young, con el objetivo de facilitar el aprendizaje del inglés a los inmigrantes.
La principal aportación correspondió al taquígrafo George D. Watt, aunque contó con la colaboración de un comité de notables mormones. Watt tomó como punto de partida el trabajo del citado Pitman, si bien hubo otra posible fuente de inspiración en el Perfect Alphabet propuesto en 1830 por Michael Hull Barton, un cuáquero convertido primero al mormonismo y después al shakerismo (Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda Aparición de Cristo, una rama cuáquera). Como puede apreciarse, el nacimiento de nuevos alfabetos estaba muy vinculado a aquellas iglesias minoritarias pero presentes en casi todo el país.
En 1847 Bigham Young adquirió noventa y un kilos de plomo con los que fabricó las primeras planchas de impresión y empezar a editar libros en el recién creado alfabeto; tres años más tarde se sumaba al proyecto la Universidad de Deseret, precursora de la actual Universidad de Utah.
Pero hubo disensiones y la forma final no se presentó oficialmente hasta el 19 de enero de 1854. Tenía treinta y ocho letras y aspiraba, con utópico entusiasmo, a ser el principal vehículo didáctico en las escuelas; algunas de Salt Lake City, Farmington y otros pueblos incluso incluyeron clases.
El alfabeto Deseret no tardaría en experimentar leves cambios para perfeccionarlo, si bien la cuestión que más atención requería en esos primeros momentos era la del diseño: al tratarse de un tipo de caracteres inéditos, se escribían sin criterio unificado y algunas voces críticas alertaron sobre la frecuente fealdad formal que tenían los textos. Así, se encargó a una empresa neoyorquina el diseño del abecedario y en 1859 apareció la letra Bodoni-esque. Todo parecía listo para empezar a adentrarse en la impresión.
Los primeros textos en deseret habían sido las actas de reuniones de los dirigentes mormones, así como cartas y diarios personales de miembros de esa fe, pero todo ello era manuscrito. Si hablamos de publicaciones impresas, aparte del diario Deseret News, que incluía algunos artículos, la cosa se reduce al Libro de Mormón, el Nuevo Testamento, un par de manuales del alfabeto y, como anécdota, un diccionario Inglés-Hopi. Hay noticias también de que en Salt Lake City se podían encontrar carteles y rótulos. Todo ello en Utah, desde luego; en otros estados predominaron críticas y burlas.
Como es lógico, ello dificultó la difusión del sistema, al igual que los enormes costes que suponía publicar material escolar a la escala que se pretendía: se calculó que proporcionar libros de texto para toda Utah requiría un presupuesto de cinco millones de dólares. Todo ello desembocó, a la postre, en el fracaso. Prácticamente desde el principio, además, como podría ejemplificar que únicamente se vendiera medio millar de ejemplares impresos en deseret del Libro de Mormón pese a que su precio era de sólo dos dólares; todo un problema, teniendo en cuenta que la idea era financiar la impresión con las ventas.
Poco a poco se fue apagando la cosa, suspendiéndose las publicaciones previstas; más aún cuando llegó el ferrocarril y con él libros y oleadas de nuevos vecinos que no eran mormones y, por tanto, carecían de interés por el alfabeto Deseret. En 1877, el fallecimiento de Brigham Young, auténtico paladín de la causa, puso punto final.
No obstante, el deseret pervive actualmente gracias a una herramienta inimaginable entonces, el ordenador, que elimina los problemáticos costes. Claro que la enseñanza también ha experimentado un avance colosal y aquel alfabeto ya no es necesario, limitándose a usos meramente testimoniales: cine, cómics y algunas iniciativas minoritarias.
Fuentes
The Deseret alphabet experiment (Richard G. Moore)/Interpreter. A journal of mormon scripture (Daniel C. Peterson ed.)/Utah curiosities. Quirky characters, roadside oddities & offbeat fun (Brandon Griggs)/Second language acquisition abroad. The LDS missionary experience (Lynne Hansen ed.)/Wikipedia
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