Si les hablo de una historia de tono fantástico en la que todo gira en torno a un anillo que encuentra el protagonista, un objeto que tiene ciertos poderes como el de la invisibilidad y puede usarse para apoderarse de un reino, inevitablemente a todos los lectores les vendrá a la cabeza el mundo literario creado por J.R.R Tolkien, desde El hobbit a El señor de los anillos. Sin embargo no es de la obra del escritor británico de lo que vamos a hablar hoy sino de un antecedente muy antiguo; tanto que hay que irse hasta la Grecia clásica y echar un vistazo a La república de Platón para encontrar la referencia: la leyenda del Anillo de Giges.
Concretamente se puede leer al comienzo del Libro II, cuando Glaucón explica su tesis de que todas las personas son injustas por naturaleza y únicamente el miedo al castigo que impone la ley o la posibilidad de obtener un beneficio hacen que se comporten adecuadamente: «Demos a todos, justos e injustos, licencia para hacer lo que se les antoje y después sigámosles para ver adónde llevan a cada cual sus apetitos. Entonces sorprenderemos en flagrante al justo recorriendo los mismos caminos que el injusto, impulsado -por el interés propio, finalidad que todo ser está dispuesto por naturaleza a perseguir como un bien, aunque la ley desvíe por fuerza esta tendencia y la encamine al respeto de la igualdad».
Y para ejemplificarlo recurre, a manera de parábola didáctica, a la citada leyenda. Giges era un pastor al servicio del rey de Lidia que, en medio del pandemónium formado por un temporal y un terremoto, vio cómo se abría una gran grieta en el suelo por la que descendió. Bajo tierra halló un caballo de bronce hueco con un cadáver en su interior; éste tenía un anillo de oro en un dedo. Giges se lo quitó y corrió a reunirse con los demás pastores sin imaginar los prodigios que vendrían.
Porque, ya junto a ellos, al voltear la mano Giges desapareció de su vista. Ellos se pusieron a hablar creyéndole ausente pero lo cierto es que, como pudo comprobar varias veces, era el anillo el que al mover la mano de determinada forma le volvía invisible. Entonces concibió un taimado plan: se incorporó a la comitiva que iba a palacio a informar al rey y una vez dentro adoptó la invisibilidad para seducir a la reina, matar al monarca y usurparle la corona.
La conclusión de Glaucón es que no hay hombres justos ni injustos, pues todos pueden corromperse si se les presentara la misma ocasión que a Giges, ya que «nadie es justo de grado, sino por fuerza». Es más, Glaucón da muestras de una asombrosa contemporaneidad política al añadir que «si hubiese quien, estando dotado de semejante talismán, se negara a cometer jamás injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían, observando su conducta, por el ser más miserable y estúpido del mundo».
Llegados a este punto es interesante señalar que existió realmente un Giges que fue rey y fundador de Lidia tras la descomposición del imperio frigio. Creador de la dinastía Mermnada según Heródoto, al parecer tenía un considerable poder gracias a la abundancia de oro en el río Pactolo (que discurre por la actual costa turca del Egeo, aunque hoy en día apenas tiene caudal), que le permitía la acuñación de moneda de ese metal precioso. La versión de Heródoto sobre su ascenso al trono es fabulosa en todos los sentidos y ha dado origen al término candaulismo, el placer erótico que se obtiene al exponer públicamente a la pareja en imagen o en persona; veamos por qué.
Candaulismo deriva de Candaules, el que era verdadero soberano lidio, también conocido como Sadiates o Mirsilo. El caso es que, muy enamorado de su esposa, ensalzaba su belleza tan entusiásticamente ante su ministro Giges que incluso le ofreció contemplarla desnuda mientras dormía para demostrarlo.
Así lo hicieron pero resultó que la reina no estaba tan profundamente dormida como creían y se percató de todo. Al día siguiente la ofendida soberana llamó a Giges a su presencia para plantearle una radical disyuntiva: o moría por lo que había hecho o mataba a Candaules y ocupaba su sitio en el trono y en la cama. Está claro qué opción eligió él.
Platón recogió este relato y realizó algunos cambios poniéndolo en boca del citado Glaucón, que no sólo era también un personaje auténtico sino que se trataba de su propio hermano mayor. Efectivamente, nacido en torno al año 445 a.C, era hijo de Aristón y Perictione y, por tanto, hermano del célebre filósofo (había otro en la familia, Adimanto, y una hermana llamada Potone). Glaucón combatió en la Batalla de Megara y se cree que pudo ser músico pero también practicó la filosofía (Diógenes le atribuye la autoría de treinta y dos diálogos) y por eso Platón le puso como interlocutor de su maestro Sócrates en La república y el Parménides, al igual que luego hizo Jenofonte en su obra Memorabilia. Pocos datos más hay sobre él.
La teoría que ilustró con la leyenda de Giges sería contestada por Sócrates, quien opinaba que el personaje se había autoesclavizado con sus apetitos mientras que quien optase por no usar el objeto seguiría teniendo control sobre sí mismo y, por tanto, sería verdaderamente feliz. En cualquier caso, el mito del anillo hizo fortuna y se perpetuó en el tiempo, difundiéndose lo suficiente como para que en el año 44 d.C. Cicerón lo recuperara en su obra De officiis, muy influída por la filosofía griega sobre la dependencia de la moral respecto a una decisión individual o a sus consecuencias.
Sabemos que el pensamiento clásico se difundió lo suficiente como para llegar incluso a regiones bárbaras, donde se fusionó con las tradiciones locales para dar lugar, en un probable mestizaje mitológico, a algunas leyendas escandinavas y germánicas.
Las mismas que más tarde Wagner recopiló para su ópera El anillo del nibelungo, donde el eco de la historia de Giges aún puede percibirse, aunque sea de forma muy diluída.
En cuanto a su pervivencia literaria, también resulta patente en El hombre invisible de H.G. Wells, no sólo por el asunto de la invisibilidad -que en esa novela no depende de la voluntad del protagonista, ya que deviene de un accidente y es permanente- sino del comportamiento que experimenta el personaje, aprovechando su condición para dar rienda suelta a su lado oscuro.
Y luego está el caso del mencionado Tolkien, quien nunca citó la obra de Platón como influencia para su saga pero que incluye en el argumento elementos muy similares: un anillo con poder de invisibilidad, su hallazgo en una gruta, una fuerza que absorbe al protagonista y le impele a caer hacia su vertiente más negativa…
Fuentes
La república (Platón)/El anillo de Giges. Una introducción a la tradición central de la Ética (Joaquín García-Huidobro)/Introducción a la historia de la filosofía (Ramón Xirau)/Los nueve libros de la Historia (Heródoto)
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