La toma de Constantinopla en el año 1453 convirtió al Imperio Otomano en la mayor potencia mundial, gracias en parte a su estratégica situación, controlando las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, así como con el Índico.

El punto álgido de su poderío llegó durante los siglos XVI y XVII bajo el reinado de Solimán el Magnífico, cuando alcanzó su mayor expansión por los Balcanes, el norte de África y el mar Rojo.

Aliados con Francia frente al enemigo común de los Habsburgo, habían ayudado a Francisco I a conquistar Niza en 1543 y Córcega en 1553. Un mes antes de la toma de Niza, la artillería francesa había jugado un importante papel en la conquista otomana de Estrigonia, al norte de Hungría.

Asedio de la ciudad de Niza en 1543 por las flotas francesa y otomana / foto Dominio público en Wikimedia Commons

A la muerte de Solimán el imperio tenía más de dos millones de kilómetros cuadrados y se extendía por tres continentes, con una fuerza naval que controlaba prácticamente todo el Mediterráneo, llegando a se comparado en su momento con el antiguo Imperio Romano.

No solo eso, los sultanes otomanos realmente consideraban su imperio como sucesor y heredero del Bizantino (al que entendían como imperio romano) y por eso hasta mediados del siglo XVII la cancillería de Constantinopla evitaba dirigirse a los gobernantes Habsburgo con su título de Emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Así por ejemplo las cartas al emperador Carlos V iban dirigidas a Carlos, rey de la provincia de España, entendida como provincia del Imperio Otomano.

Máxima extensión del Imperio Otomano / foto I Love Turkey

Pero uno de los hechos históricos determinantes de aquel período, y que a la postre marcaría la decadencia del imperio Otomano, fue su imposibilidad (que no incapacidad) por sumarse a la conquista de América. Aunque no fue porque no lo intentasen.

Poseían la fuerza naval requerida y el tipo de barcos necesarios para los viajes de exploración. Desafiaban a los portugueses en el Océano Índico y a los españoles en el Mediterráneo.

Prepararon un mapa del Nuevo Mundo basado en otro de Colón, en el cual se podía ver claramente América marcada como su propia provincia administrativa, con el nombre Vilayet Antilia (valiato de las Antillas). Estaban decididos a perseguir a sus enemigos a través del Atlántico y obtener su parte en las nuevas tierras. Pero había un problema, para ello primero tenían que alcanzar el océano.

Mapa otomano del mundo de Hajji Ahmed, 1559 / foto Dominio público en Wikipedia

A finales del siglo XV el objetivo del sultán Mehmed II era conquistar Roma igual que había tomado Constantinopla, restableciendo así el imperio de Justiniano. Al fallar esa estrategia sus sucesores tuvieron que buscar una ruta alternativa para alcanzar el Atlántico, y la encontraron en el norte de África. A comienzos del siglo XVI Selim I conquistó Siria y Egipto, y luego su hijo Solimán el Magnífico se apoderó de Libia, Tunicia y Argelia.

Extensión del sultanato saadi de Marruecos / foto Gribeco en Wikimedia Commons

A punto estuvieron de alcanzar su objetivo, si no fuera porque entre ellos y las costas Atlánticas se interpuso un inesperado obstáculo, que los frenó en seco y nunca jamás les cedió el paso: Marruecos. A pesar de que Marruecos, o más bien su predecesor el sultanato saadita que se extendía de norte a sur en el centro del actual país, era en aquel momento un aliado de los otomanos en su lucha contra España, no veían con muy buenos ojos la idea de convertirse en una provincia más del imperio, y prefirieron mantener su independencia.

De ese modo bloquearon el acceso de la flota otomana al Océano Atlántico y los sueños de los sultanes de expandirse por el Nuevo Mundo. De haberlo conseguido su enfrentamiento con españoles y portugueses por los nuevos territorios habría cambiado, probablemente, el curso de la historia.

Para finales del siglo XVI el cerco naval de los otomanos en el Mediterráneo era más que evidente. Un último intento les llevó a sellar una alianza con Inglaterra, igual a la que tenían con Francia, concediéndole privilegios comerciales especiales, y esperando obtener a cambio apoyo naval.

La Batalla de Lepanto (1571) marcó el fin del expansionismo otomano en el Mediterráneo / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Al mismo tiempo comenzaban un gigantesco proyecto de ingeniería que debía unir los ríos Don y Volga a través de un canal que les diera acceso a Asia central y los dejara a las puertas de China y la India.

El proyecto nunca se llegó a completar porque por el Este asomaba ya un nuevo poder, Rusia, que no cejó en sabotear los trabajos hasta que fueron finalmente abandonados. Curiosamente, siglos más tarde serían los propios rusos quienes, esta vez sí, lograron construir el canal.

Los últimos intentos fueron ya de carácter eminentemente militar y agresivo, la salida a través del Estrecho de Gibraltar, que se vio frustrada por su derrota en la Batalla de Lepanto (1571); y la salida por el norte de Alemania, tras intentar conquistar Europa central, fracasando en el sitio de Viena (1683) y perdiendo a continuación el Reino de Hungría a manos de Leopoldo I y los ejércitos de la Santa Liga.


Fuentes

Abbas Hamdani, Ottoman Response to the Discovery of America and the New Route to India | C. R. Pennell, Morocco: From Empire to Independence | Joseph Esherick et al., Empire to Nation: Historical Perspectives on the Making of the Modern World | Wikipedia.


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