En 1938 el nazismo estaba en el apogeo de su poder, se anexionaba Austria y poco después los Sudetes mientras el primer ministro británico neville Chamberlain intentaba aplacar a la fiera con buenas palabras. En otoño se expulsó del país a los judíos polacos y el 9 de noviembre hubo un paso adelante contra el resto en la llamada Noche de los Cristales Rotos. En ese contexto parecía inimaginable que alguien intentase extorsionar a Hitler pero eso fue precisamente lo que pasó y el responsable resultó ser un escritor de poca monta que alardeaba de haberle conocido años atrás.

Cuatro años antes, apenas fallecido Hindenburg, Hitler había asumido las funciones de presidente fusionándolas con su cargo de canciller y convocando un plebiscito que, por supuesto, ganó por abrumadora mayoría. Con ello daba inicio a lo sería el Tercer Reich, aquel que habría de durar mil años y en el que la lealtad, siguiendo los principios ideológicos del partido, era hacia el Führer.

Durante los años siguientes se procedió a reindustrializar Alemania mediante una política económica que se centraba en reorganizar las extintas fuerzas armadas (de las que Hitler se autonombró comandante supremo) y se coordinaba con una agresiva política exterior, de manera que el país pasó a ser una potencia mundial aunque, de facto, dada la naturaleza fundamentalmente armamentísca de su producción, cabalgaba hacia el abismo.

Discurso de Hitler en el Reichstag/Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

Esos días de gloria contrastaban con los inicios nada fáciles que había pasado. Natural de la localidad austríaca de Linz, Hitler fue el tercer hijo de un oficial de aduanas (casado con su propia prima) que solía levantarle la mano a menudo, lo que desembocó en su fracaso escolar. Ya adulto, mientras buscaba trabajo, intentó dedicarse a su auténtica vocación, la pintura, mientras iba empapándose de pangermanismo y antisemitismo.

En aquella primera década del siglo XX intentó varias veces ingresar en la Academia de Bellas Artes de Viena pero sin éxito y, entretanto, pasaba verdaderas estrecheces económicas que le obligaron a alojarse en un hostal miserable y recurrir a comedores benéficos.

Ejerciendo todo tipo de oficios sin cualificar logró ir tirando. En 1913 mejoró su situación económica gracias a la herencia familiar y al año siguiente ingresaba en el ejército pese a que inicialmente había sido declarado no apto.

Hagamos aquí un alto en la biografía hitleriana para atender la de Josef Greiner, un individuo nacido en Estiria (Austria) tres años antes que Adolf. Si éste se había trasladado a Viena en 1906, Greiner lo hizo en 1908 y, como él, desempeñó diversos trabajos. En la que era la gran metrópoli centroeuropea de la época, se vio obligado a hospedarse en un dormitorio público para hombres llamado Meldemannstraße 27; allí permaneció desde enero hasta abril de 1910.

Meldemannstraße 27, que continuó en activo hasta la década de los noventa en que fue cerrado al inaugurarse un albergue más moderno (aunque se volvió a abrir en 2009 rehabilitado como residencia de ancianos bajo el nombre Seniorenschlössl Brigittenau), tiene cierta fama porque también fue donde recaló Hitler, en su caso más tiempo: de 1910 hasta 1913. Él llegó en febrero, lo que significa que coincidió con Greiner un par de meses al menos. Ambos se conocerían, entablando amistad al ser contratados a la vez para uno de esos empleos, consistente en rellenar latas viejas con pintura para luego ir vendiéndolas a domicilio.

El Meldemannstraße 27 hoy en día/Foto: Edward Hopper en Wikimedia Commons

El caso es que, con el tiempo, ambos siguieron sus respectivos caminos. El de Hitler ya lo sabemos; tras la Primera Guerra Mundial, en la que resultó herido dos veces y sólo llegó a cabo (pese a lo cual fue condecorado con la Cruz de Hierro), reaccionó igual que muchos veteranos humillados por la derrota y el trato posterior: acercándose a ideologías extremistas, de fuerte contenido nacionalista, anticomunista y antisemita que fueron tomando forma en torno al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, a cuyo liderazgo logró encaramarse en 1921.

Por su parte, Greiner desarrolló una oscura carrera literaria de la que lo interesante para este artículo es el curioso libro que en 1938 envió a la Cancillería del Reich. Recién publicado, su título era Schrift Sein Kampf und Sieg. Eine Erinnerung an Adolf Hitler (Su lucha y victoria. Una memoria de Adolf Hitler) y en él contaba cómo había conocido al Führer décadas atrás, cuando los dos compartían dormitorio en el citado Meldemannstraße 27 de viena y buscaban la forma de salir de la pobreza.

Greiner envió ejemplares también a Mussolini, Göring y Goebbels, indicándole a este último que el texto podía utilizarse para reforzar la propaganda exaltando los duros comienzos de Hitler. Lamentablemente, el aludido no lo vio así.

Hitler en la I Guerra Mundial/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

De hecho, Hitler interpretó aquella propuesta como un sutil intento de chantaje, algo que parecía reforzar el hecho de que Greiner solicitara a cambio dirigir el Ministerio de Economía (ya que se presentaba como hombre de negocios, más que como literato), por lo que el libro fue prohibido y todos los ejemplares secuestrados.

No hay forma de saber las verdaderas intenciones del autor, aunque está claro que se trataba de un oportunista, según se deduce de sus actuaciones posteriores. Porque si bien Schrift Sein Kampf und Sieg. Eine Erinnerung an Adolf Hitler contiene loas desmesuradas al Führer, entre ellas la consideración de genio o mesías, al acabar la Segunda Guerra Mundial Greiner publicó una nueva obra completamente opuesta.

La tituló Das Ende des Hitler-Mythos (El fin del mito de Hitler) y en ella el retrato que hace del personaje es muy diferente, narrando agresiones a judíos, la violación de una modelo y el contagio de sífilis tras mantener relaciones con una prostituta del Leopoldstadt (un barrio vienés donde se concentraba la comunidad judía).

La cantidad de inexactitudes detectadas inducen a pensar que o le fallaba la memoria (como el hecho de situar a Hitler en Viena en 1908 cuando en realidad llegó dos años después) o tiraba bastante de imaginación (que se sepa, Hitler nunca pintó modelos en Viena, pues lo que le atraía era la arquitectura sobre todo).

La Ópera de Viena pintada por Hitler/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El hecho de que afirmase que en 1945 el canciller germano no muriera en su búnker de Berlín sino que logró huir en un avión o que se presentase a sí mismo como un opositor al nazismo por no pertenecer al partido (cuando parece ser que intentó afiliarse repetidas veces y fue rechazado), asegurando haber colaborado con la resistencia austríaca, tampoco ayudan en eso de la credibilidad.

Quizá por ello en los ficheros de los archivos gubernamentales figura como mero extorsionador y hoy es opinión general que nunca conoció a Hitler.

Reinhonld Hanisch retratado por Adolf Hitler/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La fuente principal para iniciarse en todo esto es un ensayo que publicó en 1939 la revista neoyorquina The New Republic con testimonios de Reinhold Hanisch. Son de primera mano porque, al contrario que Greiner, sí está comprobado que Hanisch fue compañero del futuro canciller en Viena. Emigrante austríaco de familia noble pero arruinada, convivió con él en el Meldemannstraße 27 y ambos se asociaron laboralmente, compartiendo las exiguas ganancias de las acuarelas que Hitler pintaba y Hanisch vendía.

Pero Hanisch no era trigo limpio y, de hecho, ya había sido encarcelado alguna vez por robo. Hitler le acusó de quedarse íntegramente el importe de una pintura y se separaron. Hitler se buscó otro vendedor que luego denunció a Hanisch para evitar su competencia, ya que se había puesto a pintar también; le condenaron a una semana de cárcel y desde entonces Hanisch se dedicó a vilipendiar a su antiguo compañero, asegurando que era indolente, que nunca había trabajado de obrero (algo de lo que Hitler presumía) y que tenía amigos judíos.

En los años veinte y treinta Hanisch se dedicó al arte y, fiel a su hábito de infringir la ley, vendía acuarelas propias con la firma de Hitler, lo que le hizo pasar varios meses más a la sombra. En 1936 reincidió y fue detenido nuevamente; al registrar su habitación se encontraron, además de falsificaciones, varios manuscritos sobre el Führer.

Hanisch murió en prisión en 1937 mientras Himmler se dedicaba a buscar todas sus obras -pictóricas y escritas- para destruirlas. Algunas sobrevivieron y, como decíamos antes, se publicaron en la revista estadounidense, aunque es difícil saber cuánto tienen de autenticidad.

Volviendo a Josef Greiner, en cualquier caso era inasequible al desaliento y en 1947 también le envió un ejemplar de Das Ende des Hitler-Mythos al mismísimo Stalin, ofreciéndole de paso sus servicios como mediador en las relaciones comerciales entre la Unión Soviética y Alemania (el país aún no se había escindido en dos). De nuevo el hombre de negocios, pues, aunque ya no le quedaba margen de acción porque la muerte le sorprendió ese mismo año en Brasil; curiosamente, en la región amazónica hay una tumba de un Josef Greiner fallecido en 1936 durante la Operación Guyana (una expedición nazi enviada para valorar una posible colonización del lugar).


Fuentes

Hitler in Vienna, 1907-1913. Clues to the Future (J. Sydney Jones)/La Guerra de Hitler y la cuenta horrífica del Holocausto (Scott S. F. Meaker)/Hitler’s Vienna. A Portrait of the Tyrant as a Young Man (Brigitte Hamann)/Hitler y el poder de la estética (Frederic Spotts)/Hitler’s Vienna. A Portrait of the Tyrant as a Young Man (Brigitte Hamann)/Wikipedia


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