La Unión Europea es un anhelo interesante sobre el papel pero que en la práctica resulta mucho más complejo de realizar de lo que cabía imaginar al principio, debido a las profundas diferencias políticas, económicas y sociales de los estados miembros, tanto de los que se van incorporando como de los que deciden irse.

Y si eso es así en esta parte del continente, cabe imaginarse cómo sería en ese inextricable puzzle que componen los países de Europa Central y Oriental, muchos más y con enemistades ancestrales. Sin embargo no faltaron conatos de unión en el pasado y se siguen intentando: este mes de agosto se cumplirán dos años desde que el presidente polaco, Andrzej Duda, anunciase la creación de una alianza regional denominada Międzymorze.

El término Międzymorze significa entre mares y por eso se suele conocer también como Intermarium, ya que hace referencia a territorios ubicados entre el Mar Negro y el Báltico. Lo propuso al final de la Primera Guerra Mundial el mariscal Józef Pilsudski, artífice de la independencia de Polonia, primer ministro y posteriormente dictador. El concepto era el de una federación de estados que integrase a Checoslovaquia, Rumanía, Hungría, Yugoslavia, Bielorrusia, Ucrania, Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia, aparte de la propia Polonia.

La Międzymorze no salía de la nada; estaba basada en una institución histórica que se desarrolló entre los siglos XVI y XVIII uniendo al Reino de Polonia con el Gran Ducado de Lituania: la República de las Dos Naciones, fundada en 1569 por la llamada Unión de Lublin y que, en realidad, hundía sus raíces cronológicas mucho más atrás, en la Baja Edad Media, como unión entre ambas ante la amenaza que constituía el expansionismo de la Orden Teutónica.

Lo cierto es que polacos y lituanos mantenían estrechos vínculos desde el año 1386, con la boda de la reina polaca Eduviges (Jadwiga) con el gran duque Vladislao (Jogaila), quien pasó a ser llamado Vladislao II Jagellon. Aquella Mancomunidad, como también se la llamaba, era fundamentalmente militar, ideada para hacer frente a enemigos comunes como Suecia o el Imperio Otomano, por ejemplo, pero evolucionaría hacia la política e incluso se habló de una ampliación con Moscovia y Rutenia, aunque nunca se concretó.

Funcionaba con un sistema denominado Libertad Dorada o Democracia de los Nobles, en el que la autoridad real quedaba limitada por el contrapoder que ejercían la Sejim (una cámara legislativa) y la szlachta (la aristocracia latifundista), en un insólito precedente de lo que luego fueron las monarquías parlamentarias bicamerales. Así, convertida en el mayor estado de Europa, la República de las Dos Naciones pudo sobrevivir a teutones, mongoles, suecos y rusos hasta que empezó a disgregarse en el siglo XVII.

La República de las Dos Naciones / foto Halibutt en Wikimedia Commons

El príncipe Adam Jerzy Czartoryski, uno de los protagonistas de las guerras contra Rusia de 1792 y 1794, así como de la Revolución de los Cadetes (el levantamiento de noviembre de 1830 contra el dominio ruso), propuso recuperarla. Pese a su currículum, Czartoryski había entablado amistad con Alejandro I y si ejercía de facto el papel de ministro de exteriores polaco, aunque fuera de una Polonia inexistente y desde el exilio en París, era porque así lo permitía el zar.

En su libro Essai sur la diplomatie, Czartoryski explicaba que a Rusia le vendría mejor tener un estado amigo que sometido («esclavo», textualmente) y levantisco. Solicitó el apoyo de las potencias occidentales a una gran federación de los territorios de Europa central que incluyera a lituanos, prusianos, rumanos, húngaros, yugoslavos, checos y eslovacos, pero ni Francia ni Gran Bretaña se mostraron receptivas y, además, la Revolución del 48 resultó especialmente negativa en ese sentido, acentuando las diferencias entre ellos y originando el nacionalismo germano.

Adam Jerzy Czartoryski (por Leon Kaplinsky) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Así se llegó al siglo XX y al plan de Pilsudski, que pretendía resucitar aquella mancomunidad, no sólo por Polonia en sí sino también por debilitar al gran enemigo, el Imperio Ruso, al que pretendía arrebatarle territorios integrados en él como Lituania o Ucrania. La jugada se aplicó luego a la Unión Soviética mediante el Proyecto Prometeísta, basado en exacerbar las diferencias étnicas de cada región. En realidad no había un proyecto como tal, es decir, diseñado específicamente, sino deducible de los postulados del líder polaco.

De hecho, la cosa se reveló como irrealizable por la práctica oposición de todos. Por supuesto de los soviéticos, que hicieron cuanto pudieron para detenerla. También de occidente, que sólo veía en el bolchevismo una amenaza temporal y temía que su debilitamiento territorial supusiera una decadencia posterior, cuando las aguas volvieran a su cauce, privándole de un aliado tradicional. En ese sentido, tampoco ayudó que Pilsudski se negara a ayudar a los rusos blancos.

Además, las pretensiones polacas también significaban un debilitamiento patente de Alemania, lo que ponía en peligro el pago de las indemnizaciones de guerra y además alteraba el equilibrio de poder habitual en el continente. Pero es que los lituanos, que habían obtenido la independencia en 1918, tampoco querían arriesgarse a perderla, mientras que en Bielorrusia no había conciencia nacional, así que Pilsudski se quedó solo y perfilado ante todos como una especie de iluso que vivía en su propia burbuja.

Primer plan de Pilsudki de unión polaco-lituano y segundo plan, el Międzymorze / Imagen: Wikimedia Commons

El castillo de naipes de aquel plan se desmoronó cuando empezaron a brotar guerras locales como setas, incluyendo a la misma Polonia, que se enfrentó sucesivamente a Lituania, después a Ucrania y luego a Checoslovaquia para finalmente acabar chocando con la Unión Soviética entre 1919 y 1921. Y es que ni siquiera en su país tuvo éxito lo de la Międzymorze; el opositor Roman Dmowski, fundador del conservador Partido Nacional Democrático, intelectual destacado, antisemita y exdiputado de la Duma rusa, abogaba más bien por una Polonia tradicional, monolítica en lo religioso-cultural (con un proceso de polonización de las minorías) y, por tanto, contraria a lo que pretendía Pilsudski.

Con ese panorama es difícil saber cómo hubiera resultado la Międzymorze de haberla conseguido sacar adelante. Muchos historiadores son más bien escépticos, teniendo en cuenta que Pilsudski era un dictador (por tanto, nada que ver con la tradición democratizante de aquella República de las Dos Naciones) y en la práctica el federalismo habría quedado sometido a los intereses polacos, algo que se percibía así especialmente en Ucrania. Es más, algunas zonas limítrofes de ésta con mayoría de población polaca (las que estaban al este del río Bug, con ciudades como Lwów) fueron anexionadas por la fuerza, al igual que Galitzia y Volhynia, cuando los ucranianos exigieron la autodeterminación.

Y aunque la guerra polaco-soviética puso fin a la posibilidad de una Międzymorze, su defensor aún insistió proponiendo una alianza báltico-balcánica con los países reseñados al principio de este artículo más los de Escandinavia e incluso algunos mediterráneos como Grecia e Italia. La realidad, las tensiones entre ellos, hicieron que únicamente Rumanía se acercara a Polonia en 1921.

Hitler y Jozef Beck en 1937 / Foto: Wikimedia Commons

Cuando murió Piłsudski en 1935 y pesar de que la situación internacional había cambiado considerablemente respecto al final de la Primera Guerra Mundial, recogió el testigo Józef Beck, que era ministro de exteriores desde tres años antes y mantendría el puesto hasta septiembre de 1939. Mano derecha del difunto desde que se conocieron en el frente en 1914, era un hombre frío y soberbio que causaba antipatía entre las demás cancillerías, lo que no resultaba precisamente conveniente para el proyecto que bautizó como Tercera Europa.

En esencia era otro nombre para la última alianza ideada por Pilsudski con el objetivo de afrontar las amenazas que tomaban forma por Este (Unión Soviética) y oeste (Alemania). El Pacto Ribbentrop-Molotov de 1939 fue otro signo claro de lo que le esperaba a Polonia y de que los territorios arrancados a Checoslovaquia al amparo del acuerdo firmado en 1934 con los nazis sólo constituían unas migajas, habiéndose llevado Hungría la mayor parte del pastel mediante el Arbitraje de Viena.

Władysław Sikorski en 1942/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El estallido de la Segunda Guerra Mundial pareció darle la razón a Pilsudski: todos los países que había considerado candidatos a integrarse en la Międzymorze habían sido absorbidos por Alemania y la Unión Soviética, excepto Finlandia que, de todos modos, se hallaba inmersa en la llamada Guerra de Invierno contra el Ejército Rojo para mantener su independencia. Un rescoldo de la idea se mantenía por obra y gracia del gobierno polaco en el exilio que encarnaba el general Wladyslaw Sikorski.

Este militar y político inició un acercamiento a los soviéticos tras la invasión alemana, firmando un tratado bilateral en 1941. Al mismo tiempo intentó llevar a cabo una federación de Polonia con Checoslovaquia que debería ponerse en práctica al finalizar el conflicto, cediendo la zona oriental polaca a los soviéticos a cambio de compensaciones en Alemania. Pero la vacilación checa y la oposición radical aliada dieron al traste con ello. A Sikorski sólo le quedaba la Unión Soviética pero perdió también su apoyo en 1943, cuando solicitó a la Cruz Roja que investigase la masacre de Katyn.

Desde entonces acá, la idea de una unión de estados del centro y este continental quedó guardada pero latente y resurgió tras el final del Pacto de Varsovia, aunque bajo una forma insólita: la incorporación de muchos de esos países a la OTAN y la Unión Europea, sin perjuicio de asociaciones más pequeñas como el Grupo Visegrad (Polonia, República Checa, Hungría y Eslovaquia). La reciente guerra entre Rusia y Ucrania también ha resucitado el rescoldo en esta última.


Fuentes

Intermarium. The land between the Black and Baltic seas (Marek Jan Chodakiewicz)/The «Russian» Civil Wars, 1916-1926. Ten Years that Shook the World (Jonathan Smele)/The Intermarium. Wilson, Madison, & East Central European Federalism (Jonathan Levy)/Poland between the wars, 1918–1939 (Peter D. Stachura)/Wikipedia


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