Apenas un mes después de iniciarse la Segunda Guerra Mundial la embajada británica en Oslo recibía una misteriosa carta sin firma en la que se ofrecía información detallada sobre el armamento de última generación que estaba desarrollando Alemania.

Aquello sembró el desconcierto en los servicios secretos porque no procedía de ningún agente conocido y a priori sonaba a trampa. Sin embargo, se siguieron sus instrucciones y una semana más tarde llegó un completo documento que ha pasado a la Historia como el Informe Oslo.

Fue el capitán Hector Boyes, capitán de la Royal Navy que ejercía de agregado naval en la legación, el destinatario de la epístola inicial. El 4 de noviembre de 1939 debió quedarse de piedra al leer el texto, en el que se le proponía, si estaba interesado, incluso una forma encubierta de manifestar el visto bueno: cambiar el saludo que hacía la emisión de la BBC para Alemania, la expresión «Hullo, hier ist London» (Hola, Londres al habla), repitiendo dos veces el saludo.

Dibujo de válvulas termoiónicas/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como a primera vista no había nada que perder, así se hizo y una semana después llegaba a la embajada un paquete conteniendo el citado informe, siete folios escritos a máquina, detallando las investigaciones del régimen nazi en materia de electrónica armamentística y las empresas colaboradoras en diversos programas, con menciones expresas a las longitudes de onda de los radares y las contramedidas antiaéreas en las que trabajaban los alemanes.

Asimismo, incluía estadísticas de producción de bombarderos Junkers y fecha de construcción del que debía ser el primer portaaviones de la Kriegsmarine (aunque el informe lo llamaba Franken, por lo que quizá se confundiera con el buque cisterna homónimo). Más importante era la reseña al diseño de pequeños cohetes guiados por control remoto y la descripción de la base aérea de Rechlin, donde se ubicaban los laboratorios de investigación de la Luftwaffe.

Reginald Victor Jones, a la derecha, en 1987/Imagen: Laurent.seillier62380 en Wikimedia Commons

Otra parte del informe explicaba los dos nuevos tipos de torpedos desarrollados para los submarinos, unos acústicos y otros magnéticos, así como el funcionamiento de los proyectiles de artillería mediante fusibles eléctricos, que sustituían a los medios mecánicos clásicos. Además, adjuntaba una de esas piezas: una válvula termoiónica o de vacío, capaz de actuar sobre señales eléctricas y que se usaría como sensor para las espoletas.

Remitido al MI6 (servicio secreto británico para asuntos del extranjero), sorprendentemente en Londres no se le concedió credibilidad y únicamente un joven físico llamado Reginald Victor Jones, que luego sería subdirector de la nueva sección científica de Inteligencia, alertó de que la información era correcta desde un punto de vista técnico, al menos en su mayor parte (había algunos errores como una producción exagerada de Junkers o la citada confusión del Franken, que luego se supo que se debían a que el autor no siempre disponía de datos de primera mano).

Consecuentemente, sólo podía interpretarse de dos formas: o era un truco propagandístico para mostrar la superioridad tecnológica teutona y sembrar el desánimo en Gran Bretaña o realmente habían dado con un informador contrario al nazismo y, por tanto, de gran valor. El mando británico se inclinó por la primera opción: trucos de la Abwehr, el servicio de inteligencia alemán; hacía poco que habían picado en un anzuelo del SD (Sicherheitsdienst, la contrainteligencia de las SS) y les había costado varios agentes, por lo que no querían arriesgarse otra vez.

Soldados del BEF embarcando para Francia/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Al fin y al cabo los britanicos acababan de desplegar en Francia su BEF (British Expeditionary Force) mostrándole a Hitler que estaban dispuestos a pararle y, en efecto, su presencia parecía haber resultado tan disuasoria que la Wehrmacht no se atrevía a enfrentárseles y se conformaba con la invasión de Polonia. En cuestión de pocos meses quedaría claro el error de ese análisis en las playas de Dunkerque.

Lo cierto es que sin saber quién era el autor del informe resultaba difícil tomar una decisión con seguridad. ¿Quién podía tener tales conocimientos sobre la investigación alemana? Más aún ¿por qué quería informar de ello al enemigo? Estas preguntas carecían de respuesta hasta que en la primavera de 1940 el ejército alemán se puso otra vez en marcha, entrando en Dinamarca. Resulta que éste era el país que, debido a su neutralidad, usaba el informador para enviar sus mensajes.

El Hotel Bristol en 1930/Foto: Ukjent en Wikimedia Commons

Se llamaba Hans Ferdinand Mayer. Alemán, nacido en Pforzheim en 1895, había estudiado Matemáticas, Física y Astronomía en las universidades de Karlsruhe y Heidelberg, obteniendo el doctorado por un trabajo sobre electricidad dirigido por todo un premio Nóbel, el doctor Philip Lenard. En 1922 Mayer entró en Siemens para trabajar sobre circuitos eléctronicos para comunicaciones y en 1936 se convirtió en director del laboratorio de investigación de la compañía en Berlín.

Gracias a ese cargo tenía acceso a amplia información acerca de los trabajos que se desarrollaban en el país en cuanto a aplicaciones armamentísticas de la electrónica, contando asimismo con libertad para viajar. Y se daba la circunstancia de que Mayer no sólo no era nazi sino todo lo contrario; la invasión de Polonia le persuadió de hacer lo posible por acabar con ese régimen.

Entonces se desplazó a Oslo a finales de octubre y redactó el informe en la habitación del Hotel Bristol, sacando varias copias mediante papel carbón. También escribió una carta a Henry Cobden Turner, un amigo británico al que había conocido trabajando en la General Electric Company en el período de entreguerras y que le había ayudado a sacar del país a una niña judía repudiada por su padre nazi. Ahora le pedía mantener contacto a través de otro que era danés, Niels Holmblad. Así fue cómo llegaron los documentos a la embajada. Una de las copias se exhibe actualmente en el Imperial War Museum de Londres.

Sin embargo, la invasión de Dinamarca en abril de 1940 frustró la posibilidad de seguir con el plan y encima Mayer fue detenido por la Gestapo en 1943, acusado de escuchar la BBC y criticar al gobierno. Le recluyeron en Dachau pero la intervención de su antiguo profesor, el mencionado Lenard, que era un nazi devoto, le salvó de una pena mayor y fue trasladado, pasando por varios campos de concentración; su nivel intelectual ayudó a que su cautiverio fuera más llevadero, destinado a radiocomunicaciones. Obviamente, la Gestapo no llegó a enterarse de que había hecho el Informe Oslo.

Al acabar la guerra marchó a EEUU como parte de la Operación Paperclip, originalmente denominada Overcast, la que facilitó el traslado a ese país de científicos germanos que habían trabajado en cuestiones armamentísticas. Allí investigó en la Base Aérea de Wright-Patterson para la USAF. Luego fue profesor de Ingeniería eléctrica en la Universidad de Cornell y en 1950 retornó a Alemania, reincorporándose a Siemens.

Los científicos de la Opearción Paperclip/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Reginald V. Jones reveló la existencia del Informe Oslo en 1947 pero seguía sin conocer su autoría y no la supo hasta 1953, aunque en una conversación con Mayer acordaron mantener el secreto para evitar posibles represalias de pronazis.

De hecho, ni su familia lo supo hasta 1977, en que él mismo se lo dijo; lo dejó reseñado en su testamento con la condición de hacerlo público sólo a su muerte y la de su esposa. Mayer falleció en Múnich en 1980 y Jones esperó hasta el fallecimiento de ella, en 1989, para desvelar públicamente el enigma.


Fuentes

The Oslo Report 1939—Nazi Secret Weapons Forfeited (Frithjof A.S. Sterrenburg en V2ROCKET)/Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial (Jesús Hernández Martínez)/La guerra secreta. Espías, códigos y guerrillas, 1939-1945 (Max Hastings)/Operation Crossbow. The Untold Story of the Search for Hitler’s Secret Weapons (Alan Williams)/Inteligence in War (John Keegan)/Wikipedia


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