Henri Honoré Giraud fue una de las personalidades destacadas de la Francia de la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto no sólo de considerársele entre los padres de la Cuarta República sino que poco antes había sido copresidente del CFLN (Comité Français de la Libération Nationale) junto a De Gaulle, quien a la postre logró postergarle y asumir todo el protagonismo.
Pero la faceta que nos interesa aquí de Giraud es su extraordinaria habilidad para evadirse de las prisiones alemanas en las que estuvo recluído.
Este personaje, turbio y ambiguo, había nacido a principios de 1879 en París, hijo de una familia humilde. Aunque su padre se dedicaba a la venta de carbón, hizo un esfuerzo por proporcionarle una buena educación y tras su paso por varias escuelas ingresó en la academia militar de Sait-Cyr en 1898.
Al graduarse fue destinado al norte de África, hasta que el estallido de la Primera Guerra Mundial le llevó de vuelta a Francia.
Estaba al mando de un regimiento de zuavos cuando resultó gravemente herido en combate, cayendo en manos del enemigo el 30 de agosto de 1914. Las heridas le provocaron una infección que derivó en pleuresía, inflamación de la pleura que provoca terribles dolores al respirar, y estuvo dos meses recuperándose en el hospital Origny-Sainte-Benoite.
Transcurrido ese tiempo debió mejorar lo suficiente como para llevar a cabo su primera hazaña: fugarse en compañía de otro oficial. Regresó a territorio francés en una odisea que le llevó a atravesar los Países Bajos para trasladarse desde La Haya a Inglaterra y luego arribar a su país en barco.
Felicitado por todos, Giraud fue incorporado al Estado Mayor del Quinto Ejército, a las órdenes del general Louis Franchet d’Espèrey, retornando al frente. Participó en la batalla de Chemin des Dames y en la captura del Fuerte Malmaison, para luego luchar en los Balcanes. Terminada la guerra, se hallaba aún en Constantinopla cuando le reclamó el general Henri Mordacq para que colaborase en su proyecto de reforma militar.
Después encontró nuevo destino en la misma tierra donde había empezado, el protectorado de Marruecos, donde, habiendo alcanzado ya el grado de teniente coronel, sirvió bajo el mando del famoso general Hubert Lyautey en la Guerra del Rif: fue a Giraud a quien se rindió Abdelkrim, el vencedor de los españoles en Annual, la primavera de 1926. Ello le proporcionó la Legión de Honor y un par de años de tranquilidad al frente de la L’École de Guerre, hasta 1929.
Entonces volvió a África para pacificar la frontera marroquí con Argelia, donde los bereberes se habían alzado en armas. Para entonces había alcanzado el generalato -de brigada- y como tal permaneció en Orán hasta que en 1936 pasó a serlo de división y se le nombró gobernador militar de Metz. Allí se cruzó por primera vez -pero no última- con Charles de Gaulle, de quien era superior y con el que quedó clara de inmediato su mala relación.
No fue el único con el que tuvo desavenencias. Por esas fechas fue sondeado por Eugène Deloncle, un político fundador de La Cagoule (La Campana), una organización terrorista de extrema derecha que aspiraba a llevar a cabo en Francia un alzamiento armado contra la Tercera República similar al que protagonizaba Franco en España (de hecho colaboraba con él enviándole armas), con el objetivo de instaurar una dictadura militar.
Giraud le prometió apoyo pero sólo en caso de que se produjera una revolución comunista. De todas formas, Deloncle fue descubierto y detenido en 1937, y el general salió indemne al no haberse comprometido de forma explícita.
Llegó entonces la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo su ideario conservador, Giraud se mostró contrario a la participación francesa, un compromiso adquirido con la invasión alemana de Polonia. También estuvo en desacuerdo con la táctica planteada por De Gaulle de usar divisiones blindadas ofensivamente.
No obstante, al estar al mando del Séptimo Ejército, en mayo de 1940 tuvo que dirigirse a la frontera con los Países Bajos, siguiendo el Plan Dyle-Bréda del general Gamelin para proteger esa zona de una posible invasión enemiga.
En aquellos momentos, tras la caída de Polonia, las operaciones germanas se detuvieron un tiempo -lo que se conoció como la Guerra de Broma- y sólo hubo un tímido ataque a Francia por el Sarre, pues Bélgica y Holanda eran neutrales. Pero después la Wehrmacht irrumpió violentamente y Giraud tuvo que emplearse a fondo para tratar de contenerlos en Breda.
Las bajas galas obligaron a fusionar los restos del Séptimo y el Noveno y se le dio el mandó a él; lo que no sabía es que el Noveno en realidad ya no existía al haber sido aniquilado. Buscándolo, Giraud cayó prisionero del general Von Kleist.
Dada su graduación no le enviaron a un campo sino a Königstein, una fortaleza habilitada como prisión para mandos, de ahí que fuera popularmente conocida como la Bastilla de Sajonia.
Era -y sigue siendo- un castillo macizo, de gruesos muros, ventanas enrejadas y un patio, que estaba ubicado desde el siglo XIII en lo alto de una escarpada montaña cerca de Dresde; es decir, en pleno corazón de Alemania, lo que dificultaba aún más cualquier evasión, aunque eso no desanimó a Giraud e inmediatamente se puso a pensar en un plan de escape.
Curiosamente, desde su encierro envió su apoyo al gobierno del mariscal Pétain, manifestando que, en su opinión, la derrota se debía a factores extramilitares relacionados con la política de la Tercera República: democracia, parlamentarismo, sindicalismo y, en suma, pérdida de autoridad.
Todo ello lo expresó en una carta a sus hijos que fue ampliamente difundida. Quizá por ello se le concedió la Gran Cruz de la Legión de Honor.
Ahora bien, una cosa era ser profundamente conservador, e incluso sentir cierta simpatía por el régimen teutón, y otra permanecer cautivo. A lo largo de dos años, en una inaudita muestra de tenacidad y paciencia, se dedicó a aprender alemán, a memorizar un mapa de la región y a acumular alambres.
Finalmente, el 17 de abril de 1942, contando con la ayuda de otros compañeros, serró los barrotes de su ventana y se descolgó desde ella usando el cable formado por los alambres reunidos, de manera que pudo salvar el precipìcio de cuarenta metros.
Se había afeitado su lustroso bigote y agenciado ropas de civil, lo que le permitía pasar desapercibido. Así, consiguió llegar al pueblo de Bad Schandau, donde le esperaba un contacto del SOE (Special Operations Executive, organización de espionaje y resistencia creada por Churchill, que tenía trece mil agentes repartidos por Europa), quien le ayudó a llegar en tren a Suiza.
Fue un largo y tenso viaje de ochocientos kilómetros que no acabó allí porque desde el país alpino atravesó Alsacia a pie y alcanzó la Francia de Vichy, la no ocupada por los alemanes.
Aquella fuga causó sensación. Primero en Alemania, donde la Gestapo le había buscado desesperadamente con la orden de matarlo mientras Hitler montaba en cólera y reprochaba su torpeza al embajador germano en Francia, Otto Abetz; y segundo en este país, donde su heroicidad fue celebrada entusiásticamente por parte de la Resistencia y De Gaulle solicitó que se le facilitara a Giraud la llegada a Inglaterra.
Y es que el gobierno de Vichy no vio la hazaña de Giraud con tan buenos ojos porque lo comprometía ante los alemanes y, de hecho, la reunión de éste con el primer ministro Pierre Laval fue muy tensa debido a que, según dijo el político, la evasión había frustrado la negociación para liberar a doscientos mil prisioneros franceses.
Giraud se ofreció entonces a regresar a Königstein si el mariscal Pétain se lo pedía por escrito pero, pese a las presiones teutonas, no ocurrió tal cosa.
Giraud se estableció en Lyon, donde se negó a colaborar con la Resistencia, a la que consideraba cercana al comunismo, pero aceptando los contactos con los Aliados, que ya planeaban desembarcar en el norte de África y querían contar con su experiencia en esa zona.
Usando el pseudónimo de King-Pin se reunió en Gibraltar con Eisenhower, quien le pidió que tratase de convencer a las fuerzas del Gobierno de Vichy de Marruecos, Argelia y Túnez para que no se resistieran ante la inminente Operación Torch.
Decepcionado porque esperaba tener el mando absoluto de la operación, que se le concedió a los generales D’Astier y Aboulkier, Giraud rehusó participar. Al final, la Resistencia se hizo con el poder en Argel y el almirante François Darlan aceptó la autoridad de los Aliados. Eso supuso la ocupación de toda Francia por la Wehrmacht y un pique entre Darlan y De Gaulle, quien no se fiaba de él por su simpatía con el régimen de Vichy.
Cuando un monárquico asesinó a Darlan y Giraud fue nombrado para sustituirle la cosa empeoró; recordemos que no congeniaba precisamente con De Gaulle y encima mandó detener a los miembros de la Resistencia. Pese a todo, les resultaba útil a los aliados y le dejaron hacer, consiguiendo que derogara la legislación de Vichy.
Fue a partir de ahí cuando compartió la cabeza del CFLN citada al principio pero sus reticencias continuas a colaborar terminaron por irritar a los aliados, que se decantaron abiertamente por De Gaulle.
Destituído, Giraud optó por jubilarse, sobrevivió a un atentado y, tras la guerra, participó en política sin demasiado éxito porque ésta ya tenía un único protagonista: Charles de Gaulle.
Falleció en 1949 dejando dos libros: Un seul but: la victoire. Alger 1942-1944 (Un único objetivo: la victoria. Argel 1942-1944) y Mes evasions (Mis evasiones).
Fuentes
Combatientes en la sombra. La historia definitiva de la Resistencia francesa (Robert Gildea)/International Encyclopedia of Military History (James C. Bradford)/American Grand Strategy in the Mediterranean during World War II (Andrew Buchanan)/Parades and Politics at Vichy (Robert O. Paxton)/Wikipedia/Chemins de Mémorie (Ministérie de la Defénse)
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