Se llamaba Muley Xeque y, con ese nombre, parece fácil suponer que hablamos de un personaje musulmán y marroquí. Sin embargo, no siendo del todo inexacta la deducción, hay que matizarla porque aunque empezó con tales condiciones, al final de su vida habían cambiado radicalmente: un aspirante al sultanato de Marruecos, hijo del titular derrocado, que abrazó el cristianismo en su exilio español y vivió feliz en él hasta que los difíciles avatares del período, a caballo entre los siglos XVI y XVII, le obligaron a marcharse también de esa tierra de acogida para fallecer en otra lejana y ajena.
Situémonos geográfica y cronológicamente: Marrakech, año 1566. Muhammad al-Mutawkil, sultán de Fez, acaba de tener un hijo al que da el nombre de Muley Xeque (Mawlay al-Shayj). Nunca heredará el trono porque una década después su tío Abd al-Malik al-Mutasim da un golpe de estado y se hace con el poder ayudado por los otomanos.
Al-Mutawkil no se resigna y entabla una alianza con Portugal para recuperar su reino. El monarca luso, Sebastián I, era un fervoroso cristiano deseoso de protagonizar una cruzada, en parte para acallar los comentarios sobre su enfermizo físico; la situación en Marruecos le venía como anillo al dedo.
Como entonces el norte de África era un territorio de especial importancia geoestratégica para el control del Mediterráneo, de ahí las continuas disputas entre otomanos, españoles y portugueses, Sebastián no sólo decidió intervenir a favor del derrocado sultán sino hacerlo personalmente. Felipe II le cedió ayuda económica y material, aunque los generales enviados aconsejaron cancelar una aventura tan incierta; el rey luso, entusiasmado, desoyó la recomendación y siguió adelante.
El 4 de agosto de 1578 se enfrentó a las tropas de Al-Malik en Alcázarquivir, en lo que se conoce como la Batalla de los Tres Reyes, que terminó en el desastre que predijeron los españoles. La derrota de los aliados fue total y encima doblemente trágica, pues tanto Sebastián como Al-Mutawkil fallecieron en combate. De hecho, también murió Al-Malik y así, los dos principales países implicados se quedaron sin rey.
Mientras en Portugal brotaba la leyenda del sebastianismo (el rey habría sobrevivido y volvería), Felipe II se encontró con una oportunidad de oro para unir ese reino a España bajo su corona, lo que hizo en septiembre de 1580. Pero en Marruecos el óbito del usurpador no supuso la devolución de sus derechos al joven Muley Xeque, que vio cómo otro tío suyo ocupaba el hueco: Mulay Ahmed alias al-Mansur (el Victorioso) o Ad Dahb (el Áureo). Para ponerle a salvo de una previsible represalia, Portugal acogió a Muley, instalándolo en Lisboa con una pensión de dos mil maravedíes diarios.
Tenía entonces doce años y residiría en otras localidades más antes de convertirse en un hombre, a decir de las crónicas bastante fuerte y de tez oscura, lo que le valió el apelativo de Príncipe Negro.
En 1587 pasó a España para intentar convencer a Felipe II de que le cediera un pequeño ejército con el que recuperar su reino, pues estaba seguro de que el pueblo se rebelaría a su favor; algo difícil teniendo en cuenta que al-Mansur había logrado establecer un período de paz y prosperidad. Y como el todopoderoso soberano no estaba dispuesto a repetir el error de Sebastián, Muley se tuvo que quedar y establecerse en el alcázar real de Carmona.
Su llegada a la villa sevillana, elegida por residir allí una importante comunidad morisca (más de un millar de vecinos, la mitad de la población total), causó un serio problema económico porque mantener aquella corte de medio centenar de personas no era precisamente barato y el lugar había sufrido de manera considerable tras la epidemia de peste de 1583 y una serie de malas cosechas; encima, el dinero de las arcas reales destinado a ello no terminaba de llegar (de hecho, no lo haría hasta años después).
Muley Xeque vivió en Carmona hasta 1593, afrontando la incomodidad de su residencia (una antigua fortaleza almohade reformada por Pedro I el Cruel pero que había quedado en mal estado tras sufrir un terremoto en 1504), y tratando de integrarse lo más posible en el ambiente.
Se sabe que participaba en las fiestas y eventos locales, como juegos de cañas, toros y cacerías; sin duda, la corta edad con la que había llegado a la península le ayudaba. Es más, en 1590 conoció a un recaudador de impuestos llamado Miguel de Cervantes, al que impresionó lo suficiente como para que luego le hiciera aparecer en su obra Viaje al Parnaso.
Otra cosa era su gente, mucho mayor, que tuvo roces cada vez más frecuentes con la población y los alguaciles, y a la que se acusó de acudir al mercado de esclavos para comprar reos berberiscos y liberarlos. Como además Muley estaba incómodo, siempre vigilado por hombres del duque de Medina-Sidonia siguiendo instrucciones de la Corona, decidió trasladarse a Sevilla, seguramente con la intención de fletar algún barco que le llevara a su tierra.
Felipe II se lo prohibió y, temiendo que terminara subvertiendo a los moriscos, le instaló en Andújar, a donde se enviaron trece mil doscientos reales para prevenir nuevos problemas. Fue en esta ciudad donde renunció a su fe y se convirtió al cristianismo. Lope de Vega, que fue amigo suyo y le compuso un soneto, además de hacerle co-protagonista de una de sus piezas teatrales (Tragedia del rey don Sebastián y bautismo del Príncipe de Marruecos), lo atribuyó a una iluminación al contemplar la romería de la Virgen de la Cabeza, aunque parece más probable que fuera asumiendo la imposibilidad de ser sultán y buscase llevar una vida normal en su país de adopción.
Como cabía esperar, la decisión entusiasmó tanto a unos como ofendió a sus compañeros musulmanes. Su tío Abd al-Karim, por ejemplo, intentó envenenarle, aunque su otro tío, Muley Nazar, no lo vio con tan malos ojos porque él era el siguiente en la línea sucesoria (Felipe II se lo quitó de encima autorizándole a regresar a Marruecos, donde en 1595 terminó derrotado y asesinado). El caso es que, tras la correspondiente catequesis, Muley Xeque fue bautizado en El Escorial el 3 de noviembre de 1593.
Se le puso el nombre de Felipe en honor de Felipe II, quien le apadrinó (Felipe de África se le solía decir), nombrándosele Grande de España y comendador de la Orden de Santiago, esto último con la curiosa acreditación previa de no poseer sangre judía. También le concedieron la encomienda de Bédmar y Albáñez, que le proporcionaría unas rentas más bien escasas y por eso siempre tuvo problemas económicos, pese a que en Madrid, a donde se trasladó cuando la ciudad fe nombrada capital del reino, habitaba un palacete con servidumbre.
Nada cambió con la subida al trono de Felipe III; Muley llevaba una vida similar a la de cualquier noble español, asistiendo a misa periódica en la basílica de Atocha, mostrando una especial afición a los toros (al igual que muchos moriscos) y con espacio reservado en un corral de comedias. Pero no se conformaba con esa relajada vida y solicitó ingresar como capitán en los Tercios para ir a combatir a Flandes; lamentablemente, aunque el rey se mostró dispuesto e incluso le subvencionó los gastos, el duque de Lerma no lo juzgó apropiado.
La negativa debió dejarle frustrado, al igual que descubrir que la integración que intentaba no podía pasar de cierto punto: sus hijos no fueron admitidos en colegios ni se les permitió el acceso a cargos públicos. Probablemente comprendió entonces que apenas había sido más que un peón de Felipe II para mantener a raya al sultán marroquí e impedir que se aliara con los ingleses o con los seguidores de Antonio, prior de Crato, candidato al trono portugués.
En ese sentido, la puntilla a su situación fue el proyecto del valido de expulsar a los moriscos, aún cuando él se había integrado perfectamente, al igual que otros muchos de clase alta. Y así Muley Xeque -o Felipe de África- decidió irse de España en 1609 para recalar en Italia, a donde había marchado gran cantidad de moriscos, algunos tan ilustres como Carlos de Austria (hijo del rey de Túnez) o Gaspar de Benimerín.
Una vez en tierra trasalpina pudo conocer al papa Pío V y se instaló en Milán, poniéndose a las órdenes del gobernador Pedro Enríquez de Acevedo como capitán; su amistad llegaría a ser tan estrecha que Enríquez le legó parte de sus bienes en herencia.
Con el sucesor de éste ya no se llevó tan bien y se trasladó al vecino pueblo de Vigevano, donde sí se hizo buen amigo del obispo alojándose en su palacio.
La muerte le sorprendió el 4 de noviembre de 1621, a los cincuenta y cinco años de edad, dejando como albacea de sus limitados recursos a una hija natural llamada Josefa de África, que era monja en Zamora.
No se sabe con exactitud dónde está enterrado -hay quien apunta a la catedral de Vigevano-, pero la localidad de Valdemorillo, donde residió durante su catequesis, le ha dedicado una calle con el nombre de Felipe de África.
Fuentes
Muley Xeque. Conversión, integración y decepción del príncipe de los moriscos (ponencia de Esteban Mira Caballos en II Congreso Internacional Descendientes de Andalusíes Moriscos en el Mediterráneo Occidental, Ojós, 2015)/Cuatro ensayos sobre Gabriel Lobo Laso de la Vega (1555-1615) (Jack Welner)/ Mulay Ech-Cheij, el llamdo Don Felipe de África (hispanista marroquí del siglo XVI-XVII) (Ahmed Mgara en Eco de Tetuán)/Wikipedia / Vida de Don Felipe de África, príncipe de Fez y Marruecos (1556-1621) (Jaime Oliver Asín).
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