La medicina tradicional en Asia y Oriente Medio está trufada de remedios milagrosos basados en productos que, en realidad, carecen de la más mínima propiedad curativa.

Son muy conocidos casos como la falsa facultad afrodisíaca del cuerno de rinoceronte o el uso de huesos de tigre, en ambos casos poniendo en peligro de extinción las respectivas especies, pero a buen seguro el fármaco más inaudito y sorprendente era uno que se obtenía tras disolver un cuerpo humano en miel, en un proceso conocido como melificación.

Puesto que nunca se ha encontrado un medicamento así y ya no se practica, si es que alguna vez esto traspasó el umbral de la leyenda para entrar en el de la realidad, hay que acudir a las fuentes documentales que se conservan al respecto.

La más importante es una obra titulada Bencao gangmu, escrita por un farmacólogo chino del siglo XVI llamado Li Shizen, también conocido como Dongbi. Era un prestigioso herborista, experto también en acupuntura, que se convirtió en un veterano de la medicina ambulante después de fracasar en su intento de entrar como funcionario imperial.

Estatua de Li Shizen en Pekín/Imagen: Snowyowls en Wikimedia Commons

Paradójicamente, esa profesión de circunstancias terminó por abrirle las puertas del ascenso social, gracias a que trató y curó al príncipe Chu. Su labor investigadora le llevó a escribir una docena de libros médicos, pero el que realmente le dio fama fue el citado Bencao gangmu, popularmente traducido como Compendio de materia médica.

En él trata de múltiples facetas, desde la herboristería a la farmacología, pasando por técnicas sanatorias, enfermedades, animales, minerales, conceptos filosóficos e ilustraciones diversas. Li Shizen empleó veintisiete años en terminarlo y, de hecho, no llegó a verlo publicado.

De esa obra se conservan cinco ejemplares originales, lo que nos permite saber que el autor recopilaba paladas de cal junto a otras de arena; así, identificó los cálculos biliares, sabía tomar el pulso, aplicaba hielo para bajar la fiebre y usaba vapor para intentar desinfectar ambientes, pero también creía que el plomo no era tóxico, por ejemplo.

En cualquier caso, lo importante para lo que nos ocupa es que el Bencao gangmu, en un capítulo dedicado a las momias, registra el dato de que en Arabia se empleaba la técnica de la melificación.

Una copia del Bencao Gangmu/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La fuente de información de Li Shizen no era de primera mano, así que él mismo admitía no saber si la historia era cierta o no pero que la reseñaba para que los sabios decidieran. Y es que citaba una referencia de otra obra china, el Chogeng Lu (algo así como Habla mientras el arado descansa), del erudito Yuan Tao Zongyi (también conocido como Tao Jiucheng). Este autor, dos siglos anterior, narraba que algunos ancianos árabes cercanos a la muerte aceptaban someterse a ese tratamiento para ser útiles tras su fallecimiento.

No era para curarse, pues. Lo verdaderamente curioso está en que el sujeto debía empezar el proceso antes de morir, abandonando la comida normal para alimentarse exclusivamente de miel y bañándose también en ella a diario. Con ello se conseguiría que el paciente asimilara el producto tan intensamente que al cabo de un tiempo su sudor e incluso sus heces serían miel, básicamente. Llegaría entonces el óbito, bien por las deficiencias nutricionales, bien por la edad, y se pasaría a una segunda fase.

En ésta, el cadáver se metería en un sarcófago lleno de miel, con la fecha debidamente consignada, donde permanecería aproximadamente un siglo. Los restos humanos consecuentes de la putrefacción se mezclarían con la miel formando una sustancia que al cabo de ese tiempo y previo filtrado, constituiría el ingrediente principal de un poderoso fármaco capaz de curar heridas, fracturas y otras dolencias traumáticas con una dosis muy pequeña. Por lógica, dada la dificultad y complejidad del proceso, no se trataría de un medicamento barato.

El catafalco de Alejandro en un grabado del siglo XIX / foto dominio público en Wikimedia Commons Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

¿Qué credibilidad histórica tiene la melificación? Pues, sorprendentemente, los historiadores especializados afirman que existió: los asirios practicaban la melificación y el cadáver de Alejandro Magno fue recubierto de miel para preservarlo mientras se le trasladaba hasta su lugar de enterramiento; también han aparecido cuerpos así en el Cáucaso y en los monasterios birmanos. No obstante se trataba de un mero proceso de conservación, igual que en otros lugares se usaba la técnica de la momificación.

Quizá esa tradición se combinó con una aportación farmacológica árabe hoy perdida pero en ninguna fuente documental consta el empleo de cadáveres en ese campo, aunque sí el aprovechamiento de ellos o de alguna de sus partes en otros tiempos: por ejemplo, en la Antigua Roma se creía que la sangre de los gladiadores era buena contra la epilepsia y los conquistadores españoles (y los soldados de la época en general) solían usar grasa humana para restañar sus heridas, así como el polvo de momia (o sea, momias pulverizadas) se usó hasta finales de la Edad Moderna como medicamento y fertilizante, creando un auténtico tráfico de este producto hacia Inglaterra un siglo más tarde.

Por lo demás, el uso de miel en medicina estuvo muy extendido en muchos sitios a lo largo de la Historia, bien mediante ingestión (es altamente calórica y, por tanto, energética, además de resultar muy útil en el tratamiento de afecciones de garganta), bien mediante aplicación tópica (posee propiedades antisépticas, antimicrobianas y cicatrizantes, algo que quizá explica lo apuntado por Li Shizen). Es cierto, asimismo, que constituye un buen conservante a muy largo plazo y se han encontrado muestras de miel milenaria en un estado más que aceptable.



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