Millones de pequeñas agujas de hilo de cobre fueron puestas en la órbita media de la Tierra, a unos 3.700 kilómetros de altitud a principios de la década de 1960, formando un anillo artificial.
En esa época, la de la Guerra Fría, la mayoría de comunicaciones se realizaban mediante cables submarinos o a través de la radio, cuyas ondas electromagnéticas necesitaban ser rebotadas por la ionosfera terrestre.
Con el fin de reforzar esa capa natural imprescindible, y al mismo tiempo conseguir que las comunicaciones de larga distancia no puedieran sufrir sabotaje por parte de los soviéticos, los norteamericanos pusieron el marcha el proyecto West Ford (en español conocido como Agujas de Westford).
Desarrollado por el Laboratorio Lincoln del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) para las fuerzas armadas entre 1961 y 1963, el objetivo era crear una ionosfera artificial poniendo en órbita un anillo formado por 480 millones de pequeñas antenas dipolo de cobre de 1,78 centímetros de longitud y de un grosor inferior al de un cabello humano.
La idea había sido del ingeniero Walter E. Morrow, quien en 1958 propuso que las pequeñas agujas de cobre serían un magnífico reflector permanente para las ondas de radio, lo que permitiría a los militares estadounidense comunicarse con sus bases más lejanas, al mismo tiempo que las comunicaciones serían inmunes a las perturbaciones solares. Las erupciones solares podían afectar a la ionosfera natural provocando apagones en las señales de radio, algo que, desde el punto de vista militar podía llegar a ser desastroso.
El primer intento se llevó a cabo, sin éxito, el 21 de octubre de 1961. El dispositivo diseñado para dispersar las agujas, lanzado a bordo de un satélite, falló y éstas quedaron formando cuatro o cinco pequeños grupos aislados y compactos, lo cual resultaba inservible para el propósito esperado. Un segundo intento, el 9 de mayo de 1963, sí tuvo éxito pero con una cantidad menor de agujas, entre 120 y 125 millones.
El anillo artificial se formó en la órbita terrestre, con unas 50 agujas por cada 4 kilómetros cúbicos, y en pocos días se comenzaron a hacer pruebas. Las primeras transmisiones alcanzaron una velocidad de 20 kilobits por segundo, con buena calidad de voz. Pero como las agujas continuaron dispersándose cada vez más, en apenas cuatro meses la velocidad había disminuido a 100 bits por segundo.
Numersosos astrónomos de todo el mundo protestaron por la iniciativa norteamericana ya que el cobre podía interferir con las observaciones de los telescopios de todo el mundo. Los soviéticos acusaron a Estados Unidos de ensuciar el espacio, y la polémica llegó incluso a las Naciones Unidas, donde el embajador norteamericano tuvo que dar explicaciones.
Para defender el proyecto argumentó que la presión de la luz solar haría que las agujas solo permanecieran en órbita unos tres años. Algo que se reveló como no cierto. Además, existía el precedente del proyecto Starfish, llevado a cabo solo un año antes, en 1962, cuando los norteamericanos hicieron detonar una bomba nuclear de 1,4 megatones a una altitud de unos 400 kilómetros inyectando radiación al escudo magnético del planeta y creando un cinturón de Van Allen artificial.
Finalmente el proyecto fue abandonado pocos meses después de su puesta en marcha, debido al desarrollo de los modernos satélites de comunicaciones, con el lanzamiento del Telstar ya en 1962.
La mayoría de las agujas de cobre acabaron por caer a la Tierra, donde hoy se las puede hallar sobre el hielo y la nieve de ambos polos. Sin embargo, todavía hoy quedan 46 grupos de agujas en la órbita terrestre, entrando en ocasiones a la atmósfera y precipitándose a la Tierra. Forman parte de la basura espacial en la que se incluyen otros objetos como satélites y restos de lanzamientos espaciales. Su posición se puede consultar en Stuff In Space.
Fuentes
The Harvard Crimson / Damn Interesting / Network World / NASA Orbital Debris / Wikipedia.
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