Hace un par de días tratamos aquí la historia de Abubakari II, el mansa de Malí que organizó una expedición transatlántica desde África y que algunos voluntaristas creen que pudo llegar a la costa de Brasil.
Lo cierto es que no hay ninguna prueba de que lo consiguiera porque de su flota no se volvió a saber. Pero, en esa línea, hoy vamos a ver otra teoría precolombina que se basa en una serie de indicios y similitudes culturales entre el budismo japonés y los indios Zuñi de Nuevo México que, sin embargo, no se adscriben a ningún viaje conocido ni proyectado desde el país asiático.
Los zuñi forman parte de los indios anasazi, también conocidos como Pueblo, un grupo que se divide en varias tribus como los hopi, los kere, los jemez y los tañoanos, y que habita un territorio en disputa histórica con los navajos.
Todos ellos tuvieron intenso contacto con los españoles, que se acercaron allí en varias expediciones entre los siglos XVI y XVII, como las de Fray Marcos de Niza y Vázquez de Coronado, porque habían oído de sus ciudades construidas (viven en casas de piedra y barro, no en tiendas) y esperaban encontrar civilizaciones comparables a las mesoamericanas.
Lo que en realidad vieron fue una gente dedicada a la agricultura en media docena de localidades, más bien pobres. El contacto no fue pacífico y tras una serie de enfrentamientos, los recién llegados fundaron allí una misión.
Fue el principio de una nueva etapa de encuentros y desencuentros que, sin embargo, en lo sucesivo ligaría la región a la cultura hispana. Las Siete ciudades de Cíbola no aparecieron por ninguna parte pero el Virreinato de Nueva España amplió enormemente sus fronteras.
Ahora bien, se ha señalado el parecido entre diversos elementos de la cultura zuñi, tanto lingüísticos como religiosos e incluso sociales, y la nipona. Ello ha llevado a proponer la hipótesis de un contacto entre ambas civilizaciones, anterior a la llegada de los españoles, por parte de misioneros budistas desplazados a la costa oeste norteamericana a principios del siglo XIV. Por supuesto, la cosa no pasa del plano meramente teórico y probablemente ahí se quedará, pero puede resultar interesante echar un rápido vistazo al porqué de ese planteamiento.
En la época en que se habrían producido los hechos, los zuñi eran más numerosos. Constituían una docena de asentamientos con, probablemente, varios miles de habitantes en total. Habían llegado a aquel lugar, el valle del río Zuñi, tres o cuatro milenios antes, estableciéndose gracias a su conocimiento del cultivo de maíz y entablando relación con otros pueblos de los alrededores como los mogollon o los anasazi, con los que se cruzaron.
En ese contexto se situaría la llegada de los japoneses. Alguno se preguntará cómo acabaron allí; los defensores de esa hipótesis creen que buscaban el Itiwana, el centro del universo, un punto de origen del budismo, un sitio tranquilo, pacífico y estable que contrastaba con lo que dejaban atrás.
Lo cierto es que, en aquellos momentos, esa religión se encontraba en plena expansión proselitista y los avatares políticos, combinados con una serie de catástrofes naturales, darían un impulso extra a la aventura. Sería en torno al año 1350.
Así, un grupo de monjes se las habría arreglado para atravesar el océano y, gracias a la corriente que luego los españoles bautizarían con el nombre de Tornaviaje, desembarcar en el litoral de la actual San Francisco, emprendiendo desde ahí el camino a pie hacia el interior de ese nuevo mundo y toparse con los zuñi en un área que ocupa lo que ahora es el centro-oeste de Nuevo México y el este-centro de Arizona.
Fruto de ese intercambio cultural serían diversas facetas que hoy caracterizan a estos indígenas. La primera es estrictamente material y comprobable a simple vista: los motivos decorativos de la cerámica son extraordinariamente similares, especialmente el adorno de forma floral que para los zuñi es la roseta sagrada y para los japoneses el sello imperial, el crisantemo; claro que la representación de una flor admite múltiples posibilidades y los críticos creen que en realidad representan especies diferentes. Además, cada uno de los ocho clanes tiene su propio símbolo y decora su producción alfarera con él.
También está la lingüística. El idioma zuñi es distinto a los de otros pueblos del entorno y de América entera, con la particularidad extra de que probablemente se conserva así desde hace siete mil años. Dicen los filólogos especialistas que algunas estructuras se asemejan al japonés, como las sílabas formadas por la vocal A y las consonantes K e Y o ciertos términos muy parecidos conceptual y cacofónicamente (Bitsu=dios indígena/Butsu=Buda, kwe=clan/kwai=sociedad) o muchas palabras con idéntico significado y acepción casi igual (montaña, por ejemplo, se dice yala y yama respectivamente).
Aparte de esto, hay dos vocabularios diferenciados por sexos, siendo las aportaciones orientales las conservadas por las mujeres mientras que los hombres se nutrieron de aportaciones de otros pueblos del entorno. De hecho, el contacto con otras tribus como los hopi, los keresan o los pima hizo que tengan algunas palabras en común, especialmente en lo referente al tema religioso.
Pero incluso su fe presenta características propias. Frente a cierto monoteísmo generalizado -matizado con múltiples deidades naturales-, los zuñi creen en una especie de trinidad compuesta por la Madre Tierra, el Padre Sol y la Madre Luna, más otras figuras sagradas menores.
Se trata de una mitología basada en el kachina, común a otros pueblos vecinos, según el cual todo lo existente en la Naturaleza -incluidos los conceptos abstractos- es susceptible de poseer aura divino; ellos identifican cuatro centenares de kachinas.
Y cabe señalar el carácter reverencial concedido a la libélula en ambas culturas, tal como explica Luis Pancorbo en Los dioses increíbles: diosa benefactora asociada al maíz para los zuñi, símbolo de la victoria para los japoneses (que llamaban a su país Akitsu Shimu, Islas de la Libélula).
A priori, no se ve rastro de budismo en ello y ésa sería quizá la principal cojera de la teoría, pues, si el objetivo de los monjes budistas era propagar su culto, en apenas doscientos años éste se había perdido o diluido, tal como pudieron comprobar los españoles, que pasaron a hacer lo mismo con el cristianismo obteniendo mejores resultados.
Sin embargo, el ritual zuñi del Uwanaga, que se celebra en enero y se basa en meter miedo a los niños para que se porten bien con la amenaza de un monstruo enmascarado que se comerá a los traviesos, tiene una insólita correlación con el Namehage nipón, de desarrollo análogo. Claro que, vuelven a decir los escépticos, también el cristianismo y otras religiones poseen tradiciones por el estilo para acabar el año y empezar el nuevo.
Por último están las relaciones sociales y la cuestión antropométrica. Las relaciones de parentesco entre los nativos americanos son básicamente matrilineales pero en los zuñi se combinan con las patrilineales, estas últimas típicas de Japón.
Se hicieron mediciones de cráneos, análisis de una dolencia renal frecuente en ambos sitios y un estudio de las coronas dentales de varias tribus del sudoeste, revelando éste diferencias entre los zuñi analizados y los demás, y hallándose concomitancia solamente con los indios de la península californiana.
En este caso, la comparación con individuos japoneses no resultaba coincidente más que en un rasgo, la presencia de la llamada cúspide de Carabelli, estando los otros bastante más alejados.
Asimismo, el predominio del grupo sanguíneo B, mayoritario en los pueblos aborígenes americanos, resultaba ser prácticamente testimonial en los zuñi, ascendiendo a algo más del diez por ciento en Japón.
Para que no todo sea tan adverso, los defensores de la hipótesis del contacto nipón subrayan que en el registro arqueológico aparecen huesos de melocotón, un fruto que fue introducido en Europa desde China y que los españoles llevarían al Nuevo Mundo, por lo que la explicación a esos vestigios volvería a mirar directamente a Oriente; la palabra zuñi para referirse al melocotón es mo’chiga, parecida a la japonesa momo.
En fin, no hay evidencias claras de nada y la teoría, propuesta originalmente -y en solitario- por la antropóloga Nancy Yaw Davis, lleva ya treinta y tres años (desde su publicación en 1994) en el candelero sin que se haya podido confirmar de ninguna manera y con toda la comunidad científica en contra.
Seguramente el ADN sería su sentencia definitiva si alguien se molestase siquiera en probarlo. Eso sí, la hipótesis es curiosa donde las haya.
Fuentes
Pueblos Originarios/Los dioses increíbles (Luis Pancorbo)/The zuni enigma (Nancy Yaw Davis)/Ashiwi. Pueblo of Zuni / Wikipedia.