En el año 2006 se estrenó una curiosa película titulada La caja Kovak. Era una coproducción hispano-británica dirigida por Daniel Monzón cuyo argumento tiene, a priori, un tono fantástico:

Un escritor de relatos de ciencia ficción que llega a Mallorca para dar una conferencia se ve envuelto en una enigmática oleada de suicidios, fruto de un experimento de control mental por parte de un personaje que quiere que el literato escriba una novela con esa trama.

Los suicidios son inducidos por un microchip implantado que se activa al escuchar la canción Gloomy Sunday y eso es lo que nos interesa en este artículo, ya que realmente esa obra carga con la leyenda de provocar el deseo irrefrenable de matarse.

Seguramente más de uno se habrá sorprendido al leer esto, puesto que Gloomy Sunday lleva décadas sonando y ha sido versioneada por un sinfín de artistas, entre ellos algunos de la categoría de Sara Vaughan, Ray Charles, Elvis Costello, Serge Gainsbourg, Marc Almond, Marianne Faithfull, Sinead O’Connor, Ricky Nelson, Björk, Sarah Brightman o Portishead, por ejemplo, si bien quien la popularizó realmente fue Billie Holiday en 1941.

De hecho, la canción ha sonado también en otras películas, como La lista de Schindler o El funeral, y tampoco podía faltar una referencia en un episodio de la serie televisiva Por trece razones, acusada de frivolizar con el suicidio. Más aún: en 2013 se estrenó el film La canción del pianista (Gloomy Sunday – Ein Lied von Liebe und Tod), en el que se cuenta la triste historia de su autor, Rezső Seress.

Rezső Seress en 1925/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Seress era natural de Budapest (1899). Músico autodidacta, trabajaba de pianista en un bohemio restaurante de la capital húngara, interpretando a menudo sus propias obras.

Gloomy Sunday fue la más importante; llamada originalmente Vége a világnak (El mundo se acaba), la compuso en París en 1933, cuando Hungría empezaba a estar amenazada por la siniestra mano del racismo y la intolerancia nazi, de manera que es una pieza que destila depresión y pesimismo, tal como indica su propio título. No obstante, ese sentimiento sería subconsciente porque la letra alude a la clásica historia de desamor, quizá metafórica, bien es cierto que en un tono algo lúgubre:

«Domingo sombrío con cien flores blancas / Te estaba esperando mi querida con una oración / Un domingo por la mañana, persiguiendo mis sueños / El carruaje de mi pena regresó a mí sin ti / Es desde entonces que mis domingos han estado siempre tristes / Lágrimas mi única bebida, el dolor de mi pan…


Domingo sombrío / Este último domingo, querida, por favor ven a mí / Habrá un sacerdote, un ataúd, un catafalco y una corona,
habrá flores para tí, flores y un ataúd / Bajo los árboles florecientes será mi último viaje / Mis ojos estarán abiertos para poder verte por última vez / No tengas miedo de mis ojos, te estoy bendiciendo incluso en mi muerte… / El último domingo.»

Aunque el ritmo de jazz de la la canción la hizo triunfar en las radios de Europa y EEUU (pese a que el primero en grabarla fue el cantante húngaro Pál Kalmár en 1935), la letra resultaba demasiado amarga y se decidió cambiarla por otra menos desesperada de la que se encargó un compatriota amigo de Serass, el poeta László Jávor, que además la retituló Szomorú Vasárnap (Domingo sombrío).

Incluso así fue proscrita en Hungría y en algunos sitios de América, pero no fue la prohibición lo que hundió a Sarass sino la muerte de su amada combinada con la dificultad de ser judío en aquellos tiempos. De hecho, al igual que sus correligionarios, tuvo que vivir recluido en el gueto de Budapest al negarse a abandonar Hungría aludiendo a una confusa mezcla de orgullo patriótico, deber artístico y creencia en un inexorable destino fatal.

Pasó por campos de concentración en Ucrania pero pudo sobrevivir al Holocausto, aunque su madre no y eso le afectó aún más.

El líder fascista Ferenc Szálasi sube al poder aupado por la invasión nazi/Foto: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

Tras la guerra se llevó una nueva decepción al encontrarse con que, pese a que simpatizaba con el comunismo, éste desconfiaba de él por su éxito entre el público norteamericano.

Así, la existencia postbélica de Seress fue penosa, tocando de bar en bar e incluso haciendo una gira con un circo a cargo de un organillo, recordando los tiempos de juventud en que había trabajado de trapecista hasta que una lesión en la mano le obligo a dejarlo para centrarse sólo en la música.

Incapaz de aguantar más («Mi corazón y yo hemos decidido poner fin a todo»), en 1968 saltó por una ventana en un fallido intento de suicidio pero a la segunda, en el mismo hospital donde se recuperaba, lo consiguió ahorcándose con un alambre.

Tumba de Rezső Seress en Budapest/Foto: Dr Varga József en Wikimedia Commons

Todos estos ingredientes, debidamente combinados y aderezados por el contexto socioeconómico (la Gran Depresión que siguió al Crack de la Bolsa en 1929), hicieron que se atribuyese a Gloomy Sunday la responsabilidad en al menos diecinueve suicidios -incluso en los obituarios de prensa-, aunque suele hablarse de cientos; obviamente, resultaba más morboso achacar los casos a una canción maldita que a la ruina, la miseria y el hambre que asolaron EEUU en aquellos años.

Algo parecido ocurrió en Hungría pero con una motivación extra como era la llegada del nazismo; fue en ese país donde, en 1936, se registró al parecer el primer óbito asociado a la controvertida letra (la víctima, Joseph Keller, dejó escritas algunas estrofas en una carta de despedida).

Obituario del suicidio de Seress en The New York Times/Imagen: Wikipedia

La leyenda y la superstición se impusieron así al raciocinio: que si un suicida había pedido que la pusieran en un bar antes de pegarse un tiro, que si el cantante de la banda escocesa The Associates la había tocado alguna vez años atrás (!) y por eso se mató…

La leyenda fue creciendo como una bola de nieve hasta el punto de que algunas emisoras se negaron a emitir la pieza o, como la BBC, lo hacían solo en versión instrumental (y así siguió ¡hasta 2002!).

Kispipa Vendéglő, el restaurante donde tocaba Rezső Seress, aún existe y en él se puede oir la canción original interpretada por un nuevo pianista bajo un retrato del autor. No hay noticia alguna de que los parroquianos se suiciden en masa al escuchar las actuaciones.

Fuentes: You are what You Hear. How Music and Territory Make Us who We Are (Harry Witchel)/100 Songs You Must Hear Before You Die (Robert Dimery)/Language Myths, Mysteries and Magic (Karen Stollxnow)/Wikipedia

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