Una de las primeras películas que Penélope Cruz hizo en Hollywood fue La mandolina del capitán Corelli, una floja adaptación de la novela homónima del escritor británico Louis de Bernieres.
En ella interpretaba (aunque fue candidata al premio Razzie a la peor actriz) el papel de una joven griega de Cefalonia que se debate entre el amor de un pescador y el de un oficial italiano del destacamento que ocupa la isla.
No nos importa aquí el argumento sino el contexto, porque aquellos soldados italianos que parecían gozar de un destino casi paradisíaco acabaron exterminados a sangre fría a manos de sus propios aliados, los nazis, en uno de los episodios más negros de la Segunda Guerra Mundial: la llamada Masacre de Cefalonia.
Grecia había sido invadida por el Eje en la primavera de 1941, repartiéndose su territorio entre alemanes e italianos pero ocupando estos últimos la mayor parte, a lo que destinaron 170.000 efectivos.
A controlar Cefalonia, una isla del Heptaneso situada en el Mar Jónico (al sur del Adriático), fue enviada la 33ª División Acqui, 11.500 hombres y 525 oficiales encuadrados en los regimientos de infantería 17º y 317º, el 33ª de artillería, la 27ª Legión de Camisas Negras, el 19º Batallón del mismo cuerpo y otras unidades menores de apoyo.
La defensa de la isla contaba además con baterías costeras, un par de aviones y varias lanchas torpederas, todo ello bajo el mando del general Antonio Gandin, un veterano de cincuenta y dos años que había luchado en el frente ruso ganando la Cruz de Hierro.
Los verdaderos problemas llegaron en septiembre de 1943, cuando Italia capituló ante los Aliados firmando lo que se conoce como Armistizio di Cassibile o Armistizio dell’8 Settembre: ante el avance del enemigo por la península, a donde había saltado desde Sicilia, el rey Víctor Manuel III organizó el arresto de Mussolini y su sutitución al frente del gobierno por el general Pietro Badoglio, si bien fue otro mando, Enzo Castellano, el que llevó a cabo las negociaciones de rendición.
Como los alemanes se olían el asunto, habían enviado tropas a Cefalonia ese verano: los batallones de granaderos 810º y 909º, que incluían carros de combate y cañones autopropulsados, sumando un total de dos millares de hombres al mando del teniente coronel Johannes Barge.
Así que el general Gandin tenía que tomar una grave decisión: dejar que los alemanes les desarmaran y se hicieran cargo de la isla -como ya ocurría en otros sitios de Grecia- o negarse y afrontar lo que pasara.
Las órdenes de su superior, Carlo Vecchiarelli (general en jefe del ejército italiano en Grecia) eran poco concretas: evitar el enfrentamiento con sus ex-aliados y no colaborar con los partisanos griegos, pero contestar a cualquier agresión.
Gandin ya no contaba con barcos para evacuar porque había tenido que enviarlos a Italia siguiendo las condiciones del armisticio. En los días siguientes se reunió con Barge para tratar la situación, que no parecía presentar mayor problema dado que el italiano era un reconocido germanófilo y, de hecho, por eso se le había elegido para aquel puesto.
Sin embargo, el 11 recibió la orden de considerar a los teutones como enemigos y no entregarles las armas. Barge consideraba que, siguiendo las directrices del propio Badoglio, las fuerzas italianas quedaban supeditadas a las alemanas pero Gandin obedeció a Vecchiarelli y se negó a desarmar a su gente ignorando el últimátum que le envió el teutón.
Y así, aunque al parecer la mayor parte de la tropa era partidaria de no combatir, el 15 de septiembre empezó una batalla entre los antiguos aliados, con los stukas de la Luftwaffe bombardeando las posiciones italianas y lanzándoles folletos incitando a abandonar las armas.
En un primer momento Gandin impuso su superioridad numérica e hizo cientos de prisioneros, pero dos días más tarde desembarcaron en la isla los dos batallones de la División de Montaña (Division Gebirgs) de Harald von Hirschfeld, un cuerpo de élite que ya tenía cierto renombre por su brutal represión contra la población civil griega de Kommeno en agosto.
Llegaba, además, reforzado por un tercer batallón de la División Jäger. Las peticiones de ayuda de Gandin no fueron escuchadas pese a que bastante cerca, en Lecce, había un campo de aviación; el mando Aliado no podía permitirse el riesgo de que aquellos 300 aviones desertaran y lo mismo pasaba con algunos torpederos que navegaban hacia Cefalonia y a los que se ordenó dar media vuelta.
De esta forma, los alemanes suplieron su inferioridad numérica con el dominio aéreo y su experiencia en combate. Sólo algunos efectivos del ELAS (Ejército Griego de Liberación) se unieron a los italianos pero inútilmente. El 22 de septiembre Gandin se quedó sin municiones y tuvo que rendirse; había tenido 1.351 bajas frente a las 300 germanas. Pero lo peor estaba aún por venir.
Antes de que Gandin cediera, los alemanes ya habían empezado a ejecutar prisioneros de manera sumaria, por traición, siguiendo órdenes de Hitler en ese sentido. Inicialmente los ametrallaban en el mismo lugar y momento de la captura pero, al parecer, varios soldados bávaros protestaron y aunque ellos mismos fueron amenazados se cambió el sistema, encerrando a los presos en el ayuntamiento y fusilándolos en grupos pequeños.
Gandin y 137 de sus oficiales también murieron tras pasar por una rápida corte marcial en apenas dos días; sólo se salvaron 37. Los pelotones siguieron haciendo su siniestro trabajo hasta sumar 5.155 muertos, una de las mayores matanzas de la Wehrmacht (no había unidades SS en Cefalonia).
Los cadáveres, tras ser despojados de su equipo y botas, se incineraban en grandes piras que extendían el olor a carne quemada por toda la isla; en algunos casos, como el de Gandin y sus oficiales, eran embarcados y arrojados en alta mar, por eso sus restos nunca se recuperaron.
En la aldea de Frangata las ametralladoras estuvieron disparando cerca de un par de horas, regando de sangre calles, jardines, tapias e incluso el interior de las casas, pues algunos vecinos habían acogido a los italianos heridos.
Éstos eran atendidos a veces por algunos soldados alemanes pero luego llegaban otros a rematarlos. Se conservan dos importantes testimonios de las matanzas. Uno, del capellán Romualdo Formato, que comparó la masacre con la persecución de los primeros cristianos en tiempos de Roma contando cómo los soldados solían esperar la muerte cantando, rezando y recordando a sus familias; también reseñó que se perdonó a los que podían probar que eran originarios del Tirol, región anexionada por Hitler.
El otro testimonio correspondió a un soldado austríaco llamado Alfred Richter, quien explicó que los compañeros de su nacionalidad sentían tanta repugnancia como impotencia ante aquel salvaje aniquilamiento.
Cefalonia quedó sembrada de cadáveres al prohibirse a los vecinos que los enterraran. Pero no fue un caso aislado porque situaciones parecidas, aunque no de tales proporciones, se repitieron en otras islas como Corfú (donde estaba otra parte de la división y los teutones ejecutaron a 280 oficiales) o Kos (90 oficiales).
Al mes siguiente, después de que Mussolini fuera liberado por un comando de paracaidistas, se detuvieron los fusilamientos, ofreciéndoseles a los italianos quedarse en la isla realizando trabajos forzados o ser trasladados a Alemania a un campo de concentración.
La mayoría, unos 3.000, se decantó por esa segunda opción pero una maldición pareció cebarse de forma cruel sobre la División Acqui, ya que los barcos Sinfra y Ardena, en los que eran trasladados, fueron hundidos en el Adriático y todos fallecieron.
La información de lo ocurrido llegó hasta el Duce en enero y, aún cuando despreciaba a la División Acqui por su traición, montó en cólera; parece ser que luego se mostraba orgulloso del heroico comportamiento de sus soldados.
Harald von Hirschfeld se convirtió en el general más joven de la Wehrmacht y murió combatiendo a los soviéticos en Polonia en 1945. Su superior, Hubert Lanz, responsable de las muertes en Corfú y de la matanza de Kommeno, fue juzgado en Nuremberg y condenado a sólo 12 años de prisión al no quedar claro si la responsabilidad última era suya y por las dudas que algunos compañeros sembraron sobre la veracidad exacta de los hechos; quedó libre en 1951 y falleció en 1982.
En cuanto a Johannes Barge, no tuvo nada que ver con los hechos por hallarse ausente; más tarde luchó en Creta y ganó la Cruz de Hierro, muriendo en el año 2000.
En los años cincuenta se exhumaron miles de cuerpos para llevarlos a Italia, al Cementerio de Guerra de Bari pero el tema permaneció ignorado hasta 1980, en que se levantó en Cefalonia un monumento en memoria de las caídos. Después, la citada novela publicada en 1994 y, sobre todo, su adaptación cinematográfica en 2001 recuperaron la memoria de la División Acqui.
Fuentes
Atrocities, Massacres, and War Crimes. An Encyclopedia (Alexander Mikaberidze ed)/The Ionian Islands and Epirus (Jim Potts)/Lost Sons of the Mediterranean Kefalonia, September 1943 (Pietro Giovanni Liuzzi)/Whistling in the Face of Robbers (Dahn A. Batchelor)/ Arrendersi o combattere. Storia fotografica della Divisione Acqui (Carlo Pallumbo)/Wikipedia.
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