El 3 de enero de 1941 una circular firmada por Martin Bormann, secretario personal de Adolf Hitler, informaba a toda la estructura del gobierno y el partido nazi de la prohibición de seguir usando la letra frakturschrift (Letra quebrada).
La medida afectaba a cualquier tipo de publicación oficial, fuera del tipo que fuese, debiendo ser sustituída en lo sucesivo por la antiqua, que pasó a denominarse Normalschrift (Letra normal).
Sin duda, la nueva disposición debió de sorprender a muchos, ya que esa grafía se identificaba completamente con Alemania y el espíritu ario, siendo su uso generalizado. El problema estaba en que se había descubierto que su origen podía ser hebreo.
La fraktur era una de las variantes que tenía la escritura gótica libraria (también llamada textualis formata), término usado por los humanistas italianos para referirse al tipo de letra que fue sustituyendo a la antigua o minúscula carolina, de la que derivaba, en la Baja Edad Media.

El término gótica aludía a su carácter bárbaro, al extenderse sobre todo por regiones noreuropeas, frente a las letras de tradición romana más usuales en el sur. Esas variantes góticas eran, básicamente, cuatro: textura, rotunda, schwabacher y la citada fraktur, siendo esta última escrita de una forma muy característica debido al corte que se le daba a la pluma, oblicuo hacia la izquierda, lo que provocaba que al escribir se produjeran grandes contrastes entre trazos gruesos y finos, así como un predominio de los ángulos sobre las curvas típicas de la carolina. Un buen ejemplo de ello sería la O, que pasaría de ser un círculo a un hexágono irregular.
En eso llevaba al extremo las formas de la letra antiqua, menos angulosa y procedente de una síntesis de la capital cuadrada romana y la mencionada minúscula carolina, que se había desarrollado entre 1400 y 1600 impulsada por el grabador y tipógrafo francés Nicolaus Jenson; tuvo tanto éxito que fue adoptada por otros impresores importantes, como Claude Garamond y Aldus Manutius.

La fraktur iba más allá, de ahí su nombre, recargando la rotura siempre hacia el mismo lado, el izquierdo. Su creación se debió al editor germano Johann Schönsperger, que la aplicó por primera vez a una serie de obras encargadas por el emperador Maximiliano I, quien quería formar una gran biblioteca y entre cuyos ejemplares figuraban el célebre poemario Theuerdank (una espléndida pieza decorada con más de un centenar de grabados de Leonhard Beck, Hans Burgkmair y Hans Schäufelein, entre otros artistas) y el libro de rezos, caso del Gebetbuch, pero sobre todo para el Arco Triunfal (un enorme grabado en treinta y seis hojas que al juntarse abarcaban 295 × 357 cm y que llevaba decoración del mismísimo Alberto Durero).
Se cuenta, por cierto, que las mayúsculas fraktur se inspiraban en la escritura personal del propio Maximiliano.
El estallido de la Reforma Protestante le dio a la fraktur el impulso difusor que necesitaba porque la mayoría de los impresores de la nueva fe la adoptaron como emblema de unidad mientras que los católicos prefirieron mantenerse fieles a la antiqua.
La letra se impuso en popularidad a las otras, especialmente a la generalizada schwabacher (un híbrido entre textura y rotunda que fue de uso muy común en Alemania hasta 1530), y, a su vez, desarrolló sus propias variantes, imponiéndose sobre todo en el centro y norte de Europa, desde Escandinavia al Báltico, pero encontrando especial aceptación en territorio alemán.
De hecho, fue en la región teutona donde perduró, adoptándose prácticamente como letra nacional en el siglo XVIII gracias a la popularización del subtipo breitkopf que ideó el tipógrafo Johann Gottlob, mientras que en los demás sitios terminó siendo sustituída por la antiqua a lo largo de los siglos siguientes, ya que era más próxima al gusto clasicista imperante.
Sin embargo, con el auge del romanticismo decimonónico y la unificación alemana la fraktur vivió un nuevo momento de esplendor, asentándose definitivamente en el subconsciente nacionalista. Incluso el parlamento teutón llegó a debatir el tema y se contaba que Bismarck no leía libros que estuvieran impresos en tipografías latinas.

Esto eclosionó especialmente cuando los nazis subieron al poder y la hicieron omnipresente en todo tipo de documentos, carteles propagandísticos y publicaciones (hasta la portada original del Mein Kampf se editó en letra fraktur), si bien a menudo se alternaba o complementaba con variantes como la tannenberg, que era reciente, desarrollada a partir de 1933 por el diseñador gráfico y tipógrafo Erich Meyer (debía su nombre a una batalla de la Primera Guerra Mundial).
No sólo las publicaciones oficiales la usaron, pues a la prensa también se la presionó para que abandonara su tipografía habitual en caracteres romanos (en alusión a la antiqua), considerados “de influencia judía”, y adoptara la fraktur.
En esa línea se siguió hasta la citada orden que firmó Bormann en 1941, que ponía textualmente (y no muy bien redactada): “En realidad la llamada letra gótica consiste en las letras judías Schwabatch. Como, tras la introducción de la imprenta, tomaron el control de los periódicos, los judíos residentes en Alemania controlaron las máquinas de imprimir y por eso las letras judías Schwabatch se introdujeron en Alemania. Hoy el Führer ha decidido que en el futuro la letra Antiqua será la normal”.

Resulta un tanto soprendente que el régimen nazi cambiara tan súbitamente de posición y además de una forma tan radical; después de años promoviendo el uso de la fraktur de pronto esa tipografía pasaba a ser proscrita y lo que antes representaba la esencia de la tradición germánica ahora era sospechoso de tener también antecedentes hebraicos.
Así pues, las judenlettern (que no sólo incluían la fraktur sino también otras similares agrupadas bajo la denominación sütterlinschrift) cedieron el sitio a otros tipos de letra más funcionales. De hecho, algunos historiadores opinan que ésa, la funcionalidad, fue la verdadera causa de aquel cambio, pues, al hallarse ya en plena guerra, leer los comunicados en fraktur les resultaba difícil a los representantes locales de los territorios anexionados o invadidos, y dado que el régimen no podía admitir tal deficiencia, recurrió a su estigmatización por la vía de las raíces judías.
Hitler ya había declarado algo en ese sentido ante el Reichstag en 1934: “En cien años nuestra lengua será la lengua europea. Las naciones del Este, del Norte y del Oeste, para comunicarse con nosotros, aprenderán nuestra lengua. Y el requisito para ello será que la letra gótica sea sustituida por la que hasta ahora hemos conocido como latina”.
Por supuesto, ello no implicó la desaparición de la fraktur y al acabar el conflicto revivió de nuevo pero ya no para textos enteros sino limitada a portadas y decoración (nombres de periódicos -no necesariamente alemanes sino de todo el mundo, como demuestra el español La Voz de Galicia entre otros-, rótulos de locales comerciales, placas con el nombre de calles, portadas de discos, etc), que es donde pervive hoy junto a algunas publicaciones de carácter historicista.
Eso sí, cualquiera puede incorporarla a su ordenador y usarla como si estuviéramos en otra época.
Fuentes
La escritura gótica. siglos XIII-XV (XX) d.C (Juan josé Marcos García)/La historia de la escritura (Ewan Clayton)/Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras (Jesús Laínz Fernández)/ Wikipedia.
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