Más de 49.000 personas trasladadas desde 4 países diferentes en 380 vuelos realizados a lo largo de un año. La proverbial capacidad israelí para la estrategia logística permitió esa asombrosa operación que recibió el expresivo nombre de Kanfei Nesharim (Alas de Águilas).
Fue más popularmente conocida como Magic Carpet (Alfombra Voladora), aunque los rescatados seguramente preferirían el otro con que también se la llamó: Llegada del Mesías.
El mérito de ese esfuerzo fue mayor si se tiene en cuenta que tuvo lugar entre junio de 1949 y septiembre del año siguiente, cuando el estado de Israel apenas era un recién nacido.
¿Por qué fue necesario llevar a cabo esa operación? El 29 de noviembre de 1947 la ONU aprobaba la Resolución 181, por la cual recomendaba dividir el territorio bajo mandato británico de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, más una zona que quedaría bajo control internacional por las previsibles disputas que surgirían entre los anteriores por quedársela (la que comprendía los Santos Lugares históricos).
El bienintencionado plan preveía que ambos estados tuvieran unidad económica, aduanera y monetaria, aunque desde el principio la resolución fue criticada por unos y otros. Sin embargo, mientras los judíos aceptaban a regañadientes y proclamaban la independencia de Israel el 14 de mayo de 1948, los árabes se negaron a aceptarlo y le declararon la guerra.
En ese contexto, la situación de los judíos que vivían en naciones árabes pasó a ser muy delicada y la cosa resultó especialmente dura en aquellos sitios donde las comunidades hebreas eran lo suficientemente grandes, caso de Yibuti, Eritrea, Arabia Saudí y, sobre todo, Yemen (donde había decenas de miles, concentrándose buena parte en lo que entonces era el protectorado británico de Adén).
Ya en 1947, a raíz de la citada resolución, se produjeron graves disturbios antisemitas en Adén que duraron tres días, suponiendo la muerte de decenas de judíos y la destrucción de sus casas y negocios -aunque también murieron algunos musulmanes-, ante la inoperancia de las autoridades británicas. En realidad, esos brotes violentos no eran nuevos.
En 1932 se había producido otro al acusarse a los hebreos de arrojar excrementos al patio de las mezquitas, terminando con decenas de heridos. El sentimiento contra esa gente estaba extendido y asentado, pero los incidentes nunca habían dado lugar a muertes hasta ese momento.
Sin embargo, esta vez la cosa se desbordó: como si de la Europa medieval se tratase, a principios de 1948 se difundió el bulo de que los judíos asesinaron a dos niñas musulmanas y corrió la sangre.
El saqueo y la destrucción dejaron a la comunidad judía sin hogares ni medios de vida (paradójicamente, a la postre eso resultó nefasto para todo Yemen, ya que los hebreos eran los principales dinamizadores de la economía y además pagaban fuertes impuestos que así se dejaron de percibir), lo que impulsó a muchos de ellos a reunirse para planear su marcha a Israel.
No obstante, se encontraron con un problema: los británicos no les dejaban salir del país mientras persistiera la guerra árabe-israelí; terminó el 20 de junio de 1949 y a partir de ahí quedaban abiertas las puertas.
Cierto es que no todos querían irse; algunas familias, especialmente las más adineradas, se negaban a abandonar Yemen, que consideraban su tierra tanto o más que los musulmanes, ya que llevaban allí desde el siglo IV, tres antes de que Mahoma empezara a predicar, tal como vimos hace tiempo en el artículo sobre la reina Mavia.
Por eso fue necesario enviar agentes que debían convencerles y que, para cumplir su objetivo, no tuvieron reparos en prometerles que se les facilitarían pensiones y medios de vida, algo que después no se materializó. Por supuesto, otros sí deseaban dejar aquel lugar que se había vuelto peligroso para ellos y algunos incluso tenían familiares en el nuevo estado que podrían acogerles.
Realmente, Israel necesitaba población y por eso llegó a un acuerdo con las autoridades yemeníes para el traslado de los judíos locales. A la operación puesta en marcha para llevarlo a cabo se le puso el nombre de Alas de Águilas basándose en dos pasajes de la Biblia: el Éxodo 19:4 («Vosotros visteis lo que hice con los egipcios y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí») e Isaías 40:31 («Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán»).
Desde junio de 1949 hasta septiembre de 1950 se sucedieron los vuelos de aquel insólito puente aéreo, realizados con aviones británicos y norteamericanos y la cesión de una base ad hoc por parte del rey e imán de Yemen, Ahmad ibn Yahya. Gracias a ello, llegaron a tierra israelí un total de 49.000 pasajeros, de los que 47.000 eran yemeníes, 2.000 de Arabia Saudí y medio millar de Yibuti y Eritrea.
No fue una decisión fácil, evidentemente, porque una de las condiciones que dejó claras Yemen para dejarlos ir era que no podrían regresar. Por eso el imán envió por todo el país shelihim, es decir, emisarios, con la misión de encontrar a los judíos que se repartían por las diferentes localidades y explicarles la situación, ofreciéndoles cancelar sus deudas y solventar cualquier traba burocrática para facilitarles la marcha si tal era su deseo.
Al final, solamente decidieron quedarse tres centenares de familias de las que quedan hoy unos 250 descendientes; su vida no es precisamente idílica y suelen estar bajo constante presión, a veces sufriendo ataques abiertamente, sobre todo cuando la situación en Palestina se calienta.
Tampoco todos los que lograron irse lo pasaron bien. A pesar de que el grueso de la Operación Alas de Águila se hizo con un éxito aceptable, no faltaron errores: por ejemplo, miles de personas quedaron abandonadas en el desierto de Adén por la típica confusión sobre competencias burocráticas entre británicos, yemeníes y el American Jewish Joint Distribution Committee encargado de su transporte; asimismo, cerca de un millar de judíos falleció durante el viaje que hacían por sus propios medios hasta los puntos de partida.
Muchos eran campesinos muy humildes que además ni siquiera habían visto antes un avión, por lo que fue necesario que un rabino les convenciera de que no había peligro, así como luego tendrían que pasar un proceso de reeducación para poder acomodarse a su nueva vida.
Tampoco hay que olvidar el oscuro episodio de la desaparición de varios miles de niños judíos yemeníes durante la operación, que vimos con más detalle en otro artículo.
Pese a sus dimensiones, la operación se mantuvo en secreto hasta unos meses más tarde de su finalización. Sin embargo, el éxodo de hebreos desde países musulmanes sería una constante que no se limitó a los lugares señalados.
Tras Alas de Águilas fueron llegando desde otros muchos sitios, como Marruecos, Egipto, Irak, Siria, Libia, Túnez, Líbano, Argelia e incluso Baréin, sumando un total de 850.000 emigrantes entre 1848 y 1952 y constituyendo el 30% de la población total israelí en ese momento.
De hecho, incluso desde Yemen hubo otros vuelos después, ya a menor escala. Por ejemplo, en 1959 salieron de Adén con destino a Israel otros 3.000 judíos, sin contar un número importante que prefirió emigrar a EEUU y Reino Unido; esa tónica continuó hasta que en 1962 estalló la guerra civil en el norte de Yemen y paralizó las salidas.
Fuentes
Jewish Emigration from the Yemen 1951-98. Carpet Without Magic (Reuben Ahroni)/The Encyclopedia of the Arab-Israeli Conflict. A Political, Social, and Military History (Spencer C. Tucker, ed)/The Other Zions. The Lost Histories of Jewish Nations (Eric Maroney)/Jewish-Muslim Relations and Migration from Yemen to Palestine in the Late Nineteenth and Twentieth Centuries (Ari Ariel)/Wikipedia.
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