Willem van Ruysbroeck fue un monje franciscano, más conocido en España como Guillermo de Rubruquis, enviado por el rey de Francia como embajador ante el Gran Khan.

Días atrás narrábamos los viajes de Julianus, un dominico que en la Edad Media recorrió Europa del Este en busca de la Magna Hungría y dio con ella, pero cuando regresó en un segundo intento se encontró con una oleada de invasores mongoles y éstos le encomendaron llevar un ultimátum a su país, entre otras muchas aventuras. Década y media después Rubruquis siguió siguió el itinerario descrito por Julianus.

Para ser exactos se llamaba Willem Van Ruysbroeck y era flamenco, nacido en Rubrouck (una ciudad que actualmente está en el extremo norte francés) en torno al 1220.

Comparativa de las rutas de Rubruquis, Carpine y Marco Polo, por William Robert Shepherd / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Si su predecesor llevaba el hábito de los dominicos, Rubruquis vestía el franciscano y entró al servicio del monarca galo Luis IX, a quien acompañó en la Séptima Cruzada que éste encabezó entre 1248 y 1254 como agradecimiento a Dios por salvarle de la muerte el año anterior, cuando estaba enfermo de malaria.

La campaña tenía como objetivo conquistar Egipto para presionar desde allí a los musulmanes, que habían reocupado Jerusalén tras finalizar la tregua de diez años que siguió a la Sexta Cruzada. Pero las epidemias y el hambre se cebaron con las tropas cristianas y la aventura terminó con una derrota estrepitosa, de la que Luis y los suyos se libraron pagando un enorme rescate y retirándose.

La ruta de Rubruquis/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Entretanto, Rubruquis se había convertido en un experto geógrafo, buen conocedor de clásicos como la obra De mirabilibus mundi de Cayo Julio Solino entre otras. Esta formación teórica, junto con la experiencia de Egipto, le parecieron al rey un buen currículum para encomendarle una importante misión: marchar a Asia al encuentro de los mongoles como su embajador y, de paso, intentar convertirlos al cristianismo; si Luis no había podido devolver el favor divino echando a los infieles de los Santos Lugares, al menos trataría de ganar almas.

El franciscano se trasladó desde Acre a Constantinopla acompañado de otro fraile llamado Bartolomé de Cremona, además de su asistente Gosset y un intérprete árabe de nombre Abdullah pero cuyo significado (Siervo de Dios) latinizaron como Homo Dei. Desde la capital bizantina se pusieron en marcha el 7 de mayo de 1253 siguiendo la misma ruta emprendida por el húngaro Julianus, descrita en su primer episodio por el amanuense Riccardus y el resto de su mismo puño y letra bajo el título Levél a tatárok életéről (Carta sobre la vida de los tártaros).

Viajando hacia Oriente atravesaron en barco el Mar Negro para llegar a Crimea, donde los genoveses habían establecido una factoría comercial. Luego, desde Soldaia, fueron al otro extremo de la península y continuaron en dirección noreste en una carreta de bueyes, entrando en Tartaria; era una vasta región que se extendía entre el Mar Caspio, los montes Urales y el océano Pacífico, abarcando parte de las actuales Ucrania, Rusia, Turquestán, Mongolia, Manchuria e incluso Siberia.

Luis IX embarcando en la Séptima Cruzada/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La expedición estaba entonces en la Tartaria Moscovita, la más occidental, abriéndose ante ellos la inmensa estepa, un territorio que por entonces estaba integrado en la Horda de Oro, el gran kanato formado unos años antes a partir de las conquistas de Batú Khan, el nieto de Gengis.

Rubruquis y sus compañeros cruzaron el Don y nueve días más tarde entablaron contacto con Sartak Khan, el gobernante de la Horda de Oro, quien al ser cristiano nestoriano, una corriente desgajada en el siglo V y considerada herética por Roma, les recibió bien y les extendió un salvoconducto para visitar a su padre, Batú Khan, señor de la región del Volga.

Ante él se presentaron poco después, aprovechando todo ese tiempo para apuntar lo que veían: geografía, costumbres, gastronomía… Batú también les recibió cordialmente pero se negó a convertirse; en cambio, les autorizó a presentarse como embajadores ante el Gran Khan, que en aquellos tiempos era Möngke, otro nieto de Gengis y hermano del famoso Kublai, y que se había aupado en el trono en 1251 gracias precisamente al apoyo de Batú.

Como Möngke había invertido la dirección de la expansión mongola, centrándose en China en vez de Europa (de hecho moriría en 1259 en una campaña contra los chinos), el ámbito de sus dominios se extendía de forma inacabable hacia Oriente.

Audiencia con Mongke Kan, ilustración de un manuscrito en la Biblioteca Nacional de Francia / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Así, el monje flamenco volvió a los caminos internándose en Asia Central; Julianus no había llegado tan lejos pero ahora seguía el itinerario que anteriormente había abierto otro fraile más, el italiano Giovanni da Pian del Carpine. Tras cruzar los ríos Ural e Ilí, dejar atrás las ciudades de Ecquius y Cailac, pasar junto al lago Baikal y atravesar Imil (lo que hoy es Kazajistán) alcanzó la urbe de Ulus a principios de 1254.

Allí descubrió que había una pequeña comunidad nestoriana protegida por el propio Möngke y luego siguió hasta la capital, Karakorum, a donde habían llevado la fe cristiana dos misioneros pocos años antes (Ascelin de Lombardía en 1245 y André de Longjumeause en 1249) y se desarrollaban intensos debates teológicos -con moderador y todo- entre las tres grandes religiones asentadas en esa parte del mundo (cristianismo, budismo e islamismo); el propio Rubruquis participó en alguno mientras seguía tomando notas de cuanto veía y finalmente fue recibido por el Gran Khan.

Rubruquis permaneció allí hasta el verano. Luego, como si los nueve mil kilómetros recorridos no fueran suficientes, emprendió el regreso a Francia con la respuesta de Möngke sobre la oferta de conversión; negativa, evidentemente, y además exigiendo vasallaje del rey francés. Partió el 10 de julio -curiosamente dos meses antes de que naciera otro célebre viajero que alcanzaría la fama, Marco Polo- y tardó un año en llegar a Trípoli por un camino distinto al de ida, bordeando el Mar Caspio hacia el sur y dejando atrás Caucasia, Persia, Armenia y Chipre.

Cuando por fin se presentó ante Luis IX le entregó un fascinante relato titulado Itinerarium fratris Willielmi de Rubruquis de ordine fratrum Minorum, un compendio en cuarenta capítulos de geografía, antropología y etnografía del país de los mongoles -aparte de su experiencia personal- y en el que daba cuenta de un importante descubrimiento: el Caspio era un mar interior y no el resultado de un caudal procedente del Ártico, como se creía.

El Itinerarium, a menudo conocido de forma más sencilla como Viaje por el Imperio mongol es un libro considerado a la altura de Il milione de Marco Polo, aunque sin las fantasías que, paradójicamente, hicieron que éste fuera más popular.


Fuentes

William of Rubruck’s Account of the Mongols (Rana Saad) / The ‘book’ of Travels: Genre, Ethnology, and Pilgrimage, 1250-1700 (Palmira Johnson Brummett) / Mission to Asia (Christopher Dawson) / The Journey of William of Rubruck to the Eastern Parts of the World, 1253-55 (la obra de Rubruquis traducida al inglés) / Wikipedia / The texts and versions of John de Plano Carpini and William de Rubruquis as printed for the first time by Hakluyt in 1598 (VVAA).


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