Pese a la afinidad ideológica que puedan tener dos estados, el territorio es el territorio y las respectivas reivindicaciones sobre un área concreta pueden llevarlos al enfrentamiento armado.
Es lo que ocurrió en una región fronteriza entre China y la antigua Unión Soviética por la posesión de una isla fluvial que se ubica en el río Ussuri y que los primeros llaman Zhembao y los otros Damanski: ambos países mantuvieron una pequeña guerra -pequeña en intensidad y duración- que no se resolvió definitivamente hasta el siglo XXI.
Aunque lo que aquí conocemos como Conflicto Chino-Soviético tuvo lugar a lo largo de los siete meses transcurridos entre el 2 de marzo y el 11 de septiembre de 1969, en realidad las raíces del desacuerdo se remontaban mucho más atrás en el tiempo, ya que las fronteras comunes no se fijaron documentalmente hasta la segunda mitad del siglo XIX mediante tres tratados (Aigún en 1858, Pekín en 1860 y San Petersburgo en 1881) impuestos por el Imperio Ruso a la China de la dinastía Quing.
Pero en los años veinte de la centuria siguiente, con la ascensión al poder del Kuomintang tras la Revolución de Xinhai (1911), se extendió un fuerte sentimiento nacionalista que llevó a Sun Yat-Sen a reclamar varios territorios colindantes, entre ellos el valle de Ussuri.
El Ussuri es un afluente del Amur, un río muy largo (897 kilómetros) y caudaloso que nace y atraviesa buena parte del oriente ruso haciendo una amplia curva que, en su tramo final, servía de frontera natural con China, dividiendo Manchuria en dos.
En el río está la citada isla de Zhembao (o Damanski), un minúsculo pedazo de tierra que no llega a un kilómetro cuadrado y que en realidad no es el único enclave insular, pues el cauce del Ussuri está tachonado de ellos. El problema es que esa región está habitada por la etnia uigur que, a pesar de tener una lengua y costumbres propias (relacionadas con un tronco túrquico), así como religión musulmana, fueron considerados chinos por el Kuomintang, obviando que ellos optaban por mantener cierta independencia al amparo de la política multiétnica soviética.
La URSS alentó a los uigur a levantarse contra los chinos en la llamada Revolución de los Tres Distritos, en aras de favorecer una revolución comunista en el país vecino. Cuando Mao Zedong triunfó en la Guerra Civil, en 1949, aparcó temporalmente las reivindicaciones territoriales como reconocimiento a la ayuda recibida.
Se inició así un período de tranquilidad en el que incluso se firmaron acuerdos para explotar conjuntamente el Ussuri. En ese marco de cooperación, el río era navegable por ambos bandos y, pese a que China había protestado contra sus vecinos por absorber Mongolia, lo cierto es que no empezó a haber incidentes hasta el inicio de la década siguiente.
Poco a poco, se fueron multiplicando las protestas mutuas y en 1964 Mao y Krushev se envolvieron en una agria polémica en la que el ruso, muy molesto, acusó al otro de concebir la política territorial en términos hitlerianos, como espacio vital, tras demandar el chino la devolución de zonas usurpadas históricamente en el noreste y que incluían regiones siberianas y de la península de Kamchatka. El lazo estaba roto, a pesar de algún intento conciliador como el que se alcanzó en 1964, en el que la Unión Soviética se mostraba dispuesta a ceder parte de la región en disputa a China, isla incluida.
De hecho, los enfrentamientos armados registrados en Manchuria tres años después, en los que que los chinos acusaron a sus oponentes mientras que éstos los atribuían a la resistencia de los pueblos locales a la Revolución Cultural, abrieron la puerta al choque abierto.
No era la primera vez que Manchuria se convertía en campo de batalla para estos contendientes porque en 1929 se enzarzaron en una pequeña contienda de seis semanas por el control del ferrocarril que atravesaba la región y que terminó con victoria soviética y un uso conjunto.
Ahora volvían los vientos de guerra y desde 1968 ambos países empezaron a acumular tropas en la frontera. Los soviéticos reunieron casi cuatrocientos mil hombres a los que había que sumar las etnias locales y una notoria superioridad armamentística, especialmente aérea y con misiles de alcance medio; enfrente, los chinos alcanzaban el millón y medio de efectivos pero, aunque su ejército ya había probado su primera bomba atómica, materialmente era muy inferior.
En cualquier caso, ninguno de los dos contendientes las tenía todas consigo: los chinos conscientes de su debilidad en equipamiento, confiaban en la posibilidad de lanzar una invasión masiva -siguiendo la teoría de Mao, que daba gran importancia a su brutal demografía-, ante la que los rusos no podrían oponer nada porque se partía de la idea de que el pueblo se alzaría a su favor; los militares soviéticos calculaban que en tal situación el conflicto se enquistaría y quizá habría que recurrir al armamento nuclear para evitarlo.
Estaba, claro, el problema de las implicaciones internacionales del uso de ese tipo de armas y los chinos confiaban en que se impondría el equilibrio medios-costes.
Así las cosas, el 2 de marzo de 1969 se desataron las hostilidades propiamente dichas cuando soldados chinos dispararon sobre los guardias fronterizos soviéticos que estaban de servicio en la isla de la discordia. El ataque produjo cincuenta y nueve muertos y casi un centenar de heridos, aunque los chinos también tuvieron bajas, setenta y un fallecidos, al serles respondido el fuego; no obstante, lograron ocupar Zhambao.
Trece días más tarde llegó la respuesta soviética en forma de bombardeo sobre la concentración de tropas enemigas en la otra orilla y la recuperación insular, desembarcando varios carros de combate T-62 que luego pasaron al otro margen del río poniendo en fuga a los chinos. En el transcurso de la operación se perdió uno de los tanques en el agua y pese a los denodados esfuerzos por recuperarlo o volarlo en los días siguientes, no hubo forma; hoy se exhibe en el Museo Militar de la Revolución del Pueblo Chino, en Pekín.
La versión china de los combates es sustancialmente distinta, teñida de una pátina propagantística: se limitaron a defenderse de una invasión soviética que ya preveían y por eso pudieron rechazarla.
Para ello se adelantaron al tomar Zhambao y con apoyo artillero detuvieron las tres oleadas sucesivas soviéticas, destruyendo una docena de blindados (los responsables fueron saludados como héroes e inmortalizados en sellos) e imponiéndose, en suma, a los soldados enemigos, mejor equipados pero peor preparados, además de «políticamente degenerados y moralmente decadentes» (continuando así la línea de acusaciones que dedicaba a sus vecinos, tildándolos de «socialimperialistas» e incluso de «zares del Kremlin»).
No obstante, las pérdidas chinas fueron considerables y tras unas semanas de tiroteos menores se vieron obligados a retirarse. Se entró en un impás que parecía esperanzador pero entonces ambos países tuvieron otro enfrentamiento en la frontera de Xinjiang, en lo que fue un episodio dentro de otro: el llamado Incidente de Tielieketi.
Éste tuvo lugar en terreno ya de Kazajistán el 13 de agosto y consistió en el combate entre un pequeño contingente soviético y una patrulla china de una treintena de hombres que acabó exterminada. No están claras las circunstancias y ambos bandos se acusaron de violar la divisoria y entrar en zona ajena. En cualquier caso, aquella escaramuza auguraba nueva escalada de violencia que podría acabar peor si, como parecía, se pasaba a una guerra a gran escala.
Por suerte, se impuso la cordura. El 11 de septiembre Alexei Kosygin, primer ministro de la URSS, aprovechó el viaje de vuelta del funeral del líder vietmanita Ho Chi Minh para hacer una escala en Pekín y entrevistarse con su homólogo Zhou Enlai para recomponer las relaciones.
El encuentro se realizó en el mismo aeropuerto y acordaron intercambiar de nuevo embajadores, así como abrir una mesa de negociaciones. El primer paso visible se dio ese mismo mes, cuando las tropas chinas volvieron a acantonarse ante Zhambao y los soviéticos no dispararon sobre ellas, manteniéndose ambos contendientes a la expectativa.
Estados Unidos intervino indirectamente con las gestiones que hizo Kissinger para conseguir una cumbre entre Nixon y Mao, algo que fructificaría en 1972, lo que corroboraba la opinión de algunos analistas rusos en el sentido de que China, en el fondo, buscaba un acercamiento a los norteamericanos para afianzarse como potencia mundial.
A pesar de relajarse la tensión, siguió habiendo una evidente tirantez entre China y la Unión Soviética. Durante diez años se desarrollaron conversaciones en torno al tema de Zhambao y otras zonas en litigio. Sin embargo no se concretaron hasta una nueva fase de diálogo iniciada en 1991 -poco antes de la disolución de la URSS- y en octubre de 1995, que culminaron con la cesión a los chinos de medio centenar de kilómetros de frontera y la dichosa isla.
En el otoño de 2003 se remató la cuestión con nuevas cesiones y aún habría otro acuerdo en 2008 por el que la frontera quedó definitivamente delimitada.
Fuentes
The Sino-Soviet Border Conflict Deterrence, Escalation, and the Threat of Nuclear War in 1969 (Michael S. Gerson) / The Sino-Soviet Border Class of 1969: From Zhenbao Island to Sino-American Rapprochement (Yang Kuisong) / Europa después de la Segunda Guerra Mundial 1945-1982 (Hermman Graml Wolfgang Benz) / The National Security Archive/The George Washington University: The Sino-Soviet Border Conflict, 1969: U.S. Reactions and Diplomatic Maneuvers / La Guerra Fría (Jean Heffer y Michel Launay) / Wikipedia.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.