«Su estatura sobrepasaba los seis pies y era tan extraordinariamente enjuto que producía la impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante, […] y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución».
Así describe Arthur Conan Doyle a Sherlock Holmes, su personaje más famoso, cuyo retrato físico podríamos completar con datos extraídos aquí y allá de las diversas novelas que protagonizó.
Como vemos, nada parecido al de la fotografía quien, sin embargo, pasa por ser una de las principales fuentes de inspiración para la creación del famoso detective: el policía inglés Jerome Caminada.
El escritor escocés no fue el primero en convertir a un detective en protagonista de algunas de sus historias, ya que Edgar Alan Poe se le adelantó varias décadas con Auguste Dupin. Pero Holmes tuvo un extraordinario éxito popular y si su caracterización -decisivamente ayudada por las ilustraciones de Sidney Paget- se ha convertido en todo un icono, sus revolucionarias técnicas de investigación supusieron un precedente de lo que sería la ciencia policial futura.
En ello tuvo un papel primordial el doctor Joseph Bell, un prestigioso médico que era profesor de la Universidad de Edimburgo, donde Conan Doyle estudiaba Medicina, y cuyos métodos de análisis forense parece que le inspiraron para dar forma al personaje (algo, por cierto, de lo que Bell siempre se enorgulleció; nunca imaginó que un siglo más tarde volvería a ser el modelo de una ficción más relacionada con su campo de saber, el doctor House).
No obstante, resulta que Conan Doyle pudo tener un segundo referente para Holmes, un policía de Manchester que había alcanzado cierta fama por la resolución de casos y que tenía un expediente impresionante en ese sentido. Nacido en esa ciudad en 1844, Jerome Caminada debía su peculiar apellido a su padre italiano, razón por la cual solían apodarle Garibaldi.
Aunque sus primeros pasos profesionales fueron en la ingeniería, a principios de 1868 ingresó en la Policía Metropolitana, donde hizo una labor lo suficientemente apreciable (fruto de su conocimiento de los bajos fondos que había conocido desde niño, al haberse criado en Deansgate, una parte del centro urbano bastante degradada por entonces, aunque hoy es una de las arterias principales), como para ser ascendido a sargento en menos de cuatro años.
Entonces fue destinado a la nueva división de detectives, dejando las patrullas para centrarse en resolver casos de todo tipo con tanta eficacia que para el año 1888 llevaba más de millar y cuarto de detenidos en su currículum y había cerrado cerca de cuatrocientos establecimientos ilegales, alcanzando una relevancia especial con el esclarecimiento de un caso de asesinato que se conoció como The Manchester Cab Murder en sólo tres semanas de 1889.
No fue algo aislado y hubo otros episodios que cimentaron su fama, como cuando con sus hombres dio caza casi inmediata a una banda que se dedicaban a robar relojes durante el Grand National o como cuando se escondió dentro de un piano al que había practicado unos agujeros para descubrir a unos ladrones. Consiguientemente, recibió un nuevo ascenso y pasó a ser inspector.
Con ese nuevo cargo aplicó a la investigación una serie de conceptos que en aquel siglo XIX resultaban casi excéntricos y muchos se tomaban a broma: aislaba los escenarios criminales para no estropear posibles pruebas, analizaba detalles que a otros les parecían nimios, desarrolló una red de informadores con los que se reunía en secreto…; además iba armado con un revólver y tenía enemigos jurados entre la delincuencia.
Datos todos ellos que se pueden aplicar también a Sherlock Holmes. Incluso tuvo su némesis particular, su Moriarty, en un ladrón experto en reventar cajas fuertes llamado Robert Horridge, un tipo sin escrúpulos que se resistía a las detenciones a tiro limpio y estaba considerado el enemigo público número uno; Caminada logró capturarlo y mandarlo a prisión de por vida.
En 1897 remató su carrera al ser nombrado superintendente, el primero que tuvo el Departamento de Investigación Criminal de la policía de toda la Commonwealth. Sólo ejercería como tal un par de años más porque se retiró para convertirse en detective privado, acercándose así más aún al personaje de Conan Doyle, aunque compatibilizó esa profesión con la de agente inmobiliario.
En 1907 dio el salto a la política y resultó elegido concejal por Openshaw, un área del entorno de Manchester que antaño formaba parte de Lancashire y hoy ha sido absorbida por la ciudad. En esa nueva función pública permaneció hasta 1910.
Falleció cuatro años después, a apenas cinco meses del estallido de la Primera Guerra Mundial, de una forma un tanto absurda: a causa de los daños sufridos en un accidente de autobús cuando viajaba por Gales, que le complicaron la diabetes que sufría. Tenía setenta años de edad y lo que no pudieron hacer muchos criminales lo hizo el progreso.
Sin embargo, Jerome Caminada ya se había instalado en la inmortalidad gracias, en parte, a Sherlock Holmes. Su prestigio como policía había eclosionado en los años ochenta decimonónicos, la misma década en que Conan Doyle publicó su primera novela, Estudio en escarlata (1887) y resulta curioso que ambos detectives murieran también en una época similar, en la segunda década del siglo XX.
El escritor escocés pudo tener una fuente más directa y no sólo lo que publicaban los periódicos, ya que en 1895 aquel extraordinario policía decidió plasmar su experiencia en el mundo del crimen en una autobiografía titulada Twenty-five years of detective life. El primer volumen lo firmó con pseudónimo pero en el segundo, quizá por la buena acogida, ya ponía su nombre. Y no era Sherlock Holmes.
Fuentes
The Real Sherlock Holmes. The Hidden Story of Jerome Caminada (Angela Buckley) / Twenty-Five Years of Detective Life (Jerome Caminada) / The A-Z of Victorian Crime (Neil R. A. Bell, Trevor N. Bond, Kate Clarke y M.W. Oldridge) / Wikipedia.
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