Si el Hombre nunca ha tenido demasiados escrúpulos para hacer picadillo al prójimo en las guerras, no cabía esperar mejor suerte para los animales a su servicio.

Perros, caballos, palomas, abejas y acémilas, por ejemplo, han participado en el pandemónium bélico, igual que últimamente se han incorporado también delfines.

Pero en la Antigüedad hubo una especie muy especial que formaba parte fundamental de los ejércitos de algunos pueblos, caso del indio o el cartaginés: me refiero al elefante, auténtico tanque viviente. La visión de una línea de estos bichos debía ser sobrecogedora, pues al tamaño se solían añadir aditamentos guerreros, como armaduras para protegerlo, cuchillas engarzadas en los colmillos o cadenas en la trompa.

Los elefantes de Aníbal cruzando un río (Henri-Paul Motte)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Fue necesario tirar de imaginación para detener el avance de tan formidable adversario y la respuesta, dicen algunos clásicos, se encontró en otro animal más, éste aún más inaudito: el cerdo.

Es cierto que los relatos resultan algo inconcretos o vagos, a veces incluso divergentes, a la hora de dar su versión. Porque, según cuentan, eran los gruñidos de estos animales los que provocaban el pánico en los paquidermos, haciendo que rompieran la formación y se desmandaran sembrando el caos entre sus propias huestes.

Lo que pasa es que hay crónicas que especifican aún más la forma en que se obligaba a los cerdos a chillar: prendiéndoles fuego y azuzándolos contra las líneas enemigas, cosa que, se supone, debía requerir una especial afinación para lograr que se incendiaran todos a un tiempo y corrieran en la dirección adecuada en el momento exacto (un ser vivo sólo puede moverse envuelto en llamas un tiempo muy limitado).

Es difícil establecer hasta qué punto son reales las referencias históricas al empleo de esta singular arma porcina, pero lo cierto es que hay unas cuantas y, además, algunas localizadas en batallas importantes. En su De rerum natura, Lucrecio reseña el empleo de bestias no domésticas ya en el siglo I, aunque habla de leones y jabalíes.

Espada india especial para acoplar a los colmillos de los elefantes/Imagen: MET en Wikimedia Commons

De los leones sabemos que hay noticias antes; por ejemplo, la que atribuye a Ramsés II la posesión de uno como mascota, que habría luchado a su lado en Kadesh contra los hititas.

Plinio el Viejo dice en su Naturalis Historia (una especie de enciclopedia en treinta y siete libros que trata temas diversos como geografía, astronomía, botánica, medicina, geología y zoología que empezó a publicar en el año 77 d.C) que a los elefantes les asusta el chillido del cerdo, aseveración que confirma Claudio Eliano en De Natura Animalium, ampliando ese efecto atemorizador a los carneros y explicando que los romanos usaron ambas especies para enfrentarse a los proboscidios de Pirro en el año 275 a.C.

Pirro, rey del Épiro (una región del oeste de Grecia que hoy se sitúa parte en este país y parte en Albania) y -brevemente- de Macedonia, se había trasladado a la península itálica con un poderoso ejército de veinte mil infantes, tres mil jinetes y medio centenar de elefantes, para enfrentarse al poder expansionista de Roma con la ayuda de los tarentinos y otros pueblos que temían caer bajo el yugo romano.

No vamos a contar aquí toda la campaña; simplemente nos referiremos al enfrentamiento final en la batalla de Malaventum (también conocida como Benevento). Las falanges epirotas y las legiones romanas se enzarzaron en un combate igualado en el que ninguna formación parecía capaz de romper la formación contraria, por lo que Pirro decidió intentarlo enviando a los elefantes hacia un flanco romano.

Pero el cónsul Dentato había previsto esa contingencia, preparando una insólita contramedida: una piara de cerdos embadurnados con aceite a los que prendió fuego y lanzó contra los colosos enemigos provocando el terror entre éstos. La versión clásica atribuye a los arqueros romanos el verdadero mérito al usar flechas incendiarias contra los gigantescos animales; en cualquier caso, sí parece seguro que sembraron el caos entre sus propias líneas y sólo a costa de grandes esfuerzos se logró dominarlos, siendo retirados a retaguardia para evitar males mayores. El resultado final: dos ejemplares murieron y ocho fueron capturados.

Sin embargo, el uso del cerdo para asustar al elefante sería muy anterior cronológicamente si atendemos al llamado Romance de Alejandro, una colección de leyendas griegas que glosan las hazañas del héroe macedonio y que se atribuyen erróneamente al historiador griego Calístenes, ya que este autor sólo pudo escribir una parte de la obra y el resto es una compilación del siglo III (de ahí que se suela hablar más bien de Pseudo-Calístenes).

Otro macedonio, Polieno, escribió un tratado militar en ocho libros titulado Estratagemas en el que cuenta cómo en el año 266 a.C. los ciudadanos de la sitiada Megara prendieron fuego a cerdos untados con resina y los lanzaron contra los paquidermos enemigos del rey Antígono II Gonatas, sembrando la confusión y haciendo que se volvieran contra sus amos. El caso de Polieno es especialmente interesante al respecto, ya que este autor presumía de contar sólo hechos auténticos , con intención didáctica.

Relieve con elefantes de guerra en India / foto Photo Dharma en Wikimedia Commons

A medio camino entre la Antigüedad y la Edad Media continuaron las reseñas. Procopio de Cesarea, un historiador bizantino del siglo VI, narró otro caso, éste sin llamas, en su obra Historia de las guerras: los defensores de Edesa, otra urbe cercada, bajaron un cerdo por las murallas atado con una soga para que sus chillidos espantaran a un paquidermo que los sitiadores usaban en las labores de asedio. El de Procopio también es un relato a tener en cuenta, ya que era secretario del célebre general Belisario y, como tal, asistió personalmente a sus campañas contra sasánidas, vándalos y ostrogodos.

Sin embargo, el uso armamentístico del cerdo, con o sin fuego, era limitado y estaba condenado a desaparecer en el momento mismo en que lo hiciera el empleo de elefantes de guerra.

Éste ya sólo fue testimonial del Medievo en adelante y así, aunque se sabe que Carlomagno tenía uno (que se llevó consigo en su campaña por Dinamarca), al igual que Federico II Hohenstaufen (que lo utilizó en el sitio de Cremona), constituyeron algo más anecdótico que otra cosa.

Tan sólo en Asia los elefantes siguieron formando parte de los ejércitos y fueron un centenar de ellos los que los indios opusieron en el año 1398 al avance de Tamerlán, quien los puso en fuga con una variante del arma porcina: mandó cargar balas de paja sobre camellos, les prendió fuego y los azuzó contra las líneas enemigas; otra versión habla de que bastó el simple olor de los camellos, desconocido para los proboscidios. El mismo fondo para distintas formas.


Fuentes

A history of warfare (John Keegan) / La guerra en el mundo antiguo (Philip de Souza) / Historia de los animales (Claudio Eliano) / War elephants (John M. Kistler) / Artillería y poliorcética en el mundo grecorromano (Rubén Sáez Abad) / La naturaleza (Tito Lucrecio Caro).


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