A lo largo de la Historia el Hombre se las ha arreglado para encontrar todo tipo de motivos que justifiquen desempolvar las armas y lanzarse a la matanza.
Se han sucedido guerras por las causas más nobles, injustificadas, sorprendentes, absurdas, surrealistas y discutibles, pero la que propuso un artista de mediados del siglo XX en un artículo de prensa para explicar la Rebelión de los Bóxer de 1900 deja doblemente anonadado porque, encima, se basaba en un montaje que se hizo muy popular: el proyecto de varios empresarios norteamericanos de comprar la Gran Muralla china para demolerla y construir una carretera encima.
El autor de esa interpretación se llamaba Harry Lee Wilber y era un músico estadounidense nacido en Nueva York en 1875. Dicen que Wilber era uno de ésos partidarios de «mejorar historias» y así lo demostró en un artículo que publicó en 1939 en The North American Review, una veterana revista literaria que presumió de publicarse ininterrumpidamente desde su fundación en 1815 hasta 1940, en que la Segunda Guerra Mundial obligó a cancelarla (aunque la resucitaron en 1964 y ahí sigue, superando ya los doscientos años).
Esa publicación tenía una marcada vocación cultural, de ahí que junto a las firmas de prestigio que escribieron en ella, tuviera cabida también para colaboradores del mundo artístico como Wilber, que había compuesto partituras para algunos musicales (Back to Dear Old Denver Town fue su obra más popular y de título muy significativo, como veremos) y además se convirtió en el primer director del Fox Fullerton Theatre de California.
El artículo de Wilber se titulaba A fake that rocked the world (Una falsificación que sacudió al mundo) y en él explicaba que la Rebelión de los Bóxer había tenido su origen en el plan del gobierno chino de echar abajo la Gran Muralla para construir encima una carretera que recorriera el enorme país asiático, para lo cual el ejecutivo oriental habría contactado con un grupo de importantes empresas americanas.
Esa historia la publicaron en portada cuatro periódicos de Denver el 25 de junio de 1899 e incluía una oferta de trabajo por parte de uno de los ingenieros, un tal Frank C. Lewis de Chicago. Sólo había un problema: todo era un montaje inventado por los cuatro periodistas que escribieron la reseña original, necesitados de presentar un texto un día en que el panorama de actualidad no se presentaba especialmente interesante.

Se llamaban Al Stevens (The Post), Jack Tournay (The Republican), John Lewis (The Times) y Hal Wilshire (Rocky Mountain News), y se pusieron de acuerdo para la publicación de aquel cuento tras coincidir en la estación ferroviaria esperando infructuosamente encontrar a alguna celebrity con la que cubrir sus artículos.
Antes de decidirse por el tema chino barajaron varias posibilidades, desde el secuestro de una rica heredera por parte de policías neoyorquinos hasta la creación de una nueva compañía que habría de rivalizar con la entonces todopoderosa Colorado Fuel and Iron Company. Pero la posibilidad de que la historia fuera verificable les llevó a descartar la ubicación en EEUU, optando por buscar algo en el extranjero. Y Lewis planteó lo de la Gran Muralla, entusiásticamente aceptado por los otros. Concretaron los detalles en el Hotel Windsor, donde se registraron con nombres falsos, y a la mañana siguiente fueron portada en sus respectivos medios, como no podía ser menos con semejante primicia.
Con el paso de los días la cosa se fue apagando en Denver pero ya había saltado a la prensa de tirada nacional. No sólo eso sino que además, para pasmo de Lewis, que fue el primero en percatarse de la dimensión que empezaba a tomar aquello, se ampliaba la información añadiendo detalles técnicos de la obra, ilustraciones e incluso declaraciones de un mandarín chino.
El asunto corría como un reguero de pólvora y terminó dando el salto también a los periódicos europeos. Increíblemente, nadie lo puso en duda y ni siquiera se intentó corroborar con fuentes oficiales. Hasta diez años después no se supo la verdad y la contó el último de aquellos periodistas que aún vivía, Hal Wilshire, supongo que con dificultad para contener la risa.
Pero el bulo de la Gran Muralla tuvo un epílogo inaudito cuando Harry Lee Wilber argumentó que aquel estrambótico episodio había alcanzado China y enfadado a los bóxer, incitándolos a la guerra contra los occidentales que vivían en su país.
Se basaba en las palabras que en ese sentido pronunció el obispo metodista Henry W. Warren durante una visita a EEUU tras estar un tiempo en China. No se sabe si la hipótesis sobre esa relación causa-efecto la había concebido el propio prelado pero lo que sí parece seguro es que en el momento de la rebelión no estaba en el país asiático sino en Sudáfrica, recuperándose de una apendicitis, por lo que no hablaba con tanta base como parecía.

Por supuesto, la rebelión de aquellos ultranacionalistas tenía raíces más profundas. Para empezar se remontaba a la humillación que sufrieron los chinos tras perder primero las dos Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860), en las que se introdujo el comercio de la droga en el país y tuvieron que ceder varios puertos (Hong Kong, Macao) y después la chino-japonesa (1894-1895), en la que se quedaron sin su dominio en Corea.
Asimismo, el imperialismo que trataba de influir en las decisiones políticas de la emperatriz Ci Xi y la extensión de la nueva fe cristiana que predicaban cientos de misioneros, llevaron finalmente a crear un sociedad secreta que atentase contra los occidentales y sus simpatizantes. La emperatriz los apoyó encubiertamente junto a varios notables y los bóxer desataron una campaña de sabotajes y atentados que culminó en el célebre asedio de dos meses al barrio de las Embajadas (los famosos 55 días en Pekín de la película), donde se congregaban la mayoría de las legaciones diplomáticas y para salvar las cuales se envió una fuerza combinada internacional que terminó aplastando la rebelión y ocupando militarmente China durante tres años.
El artículo de Wilber tuvo amplia resonancia y hasta fue difundido radiofónicamente por dos importantes locutores, Paul Harvey y Dwight Sands. Actualmente esta historia figura como un caso paradigmático de la falsificación de noticias, de la necesidad del rigor a la hora de comprobar fuentes y de la capacidad mediática para sobredimensionar un hecho.
Afortunadamente, el asunto fue recuperado y reeditado en 1956, diez años después de la muerte de Wilber, ya bajo una perspectiva anecdótica. Doble hoy, pues en 2012 de estrenó una obra teatral sobre el asunto de los periodistas, escrita por el dramaturgo estadounidense de origen coreano Lloyd Suh; el escenario, muy apropiado, era el Denver Center Theatre Company.
Fuentes
A fake that rocked the world (J STOR) (Harry Lee Wilber) / Hoaxes.org / The Great Wall (Carlos Rojas) / Peking 1900. The Boxer Rebellion (Peter Harrington) / Wikipedia.
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