A mediados del siglo XIX Estados Unidos no era aún la gran potencia mundial en que se convertiría en 1898 tras derrotar a España.
Pero inmersos como estaban en un proceso de expansión interior que iba configurando poco a poco, kilómetro a kilómetro, un ingente país, estaba claro que necesitaban también de una línea de actuación exterior -lo que se llamaba entonces política de prestigio– que le confiriera el reconocimiento de otras naciones importantes como aspirante a entrar en el club de los poderosos.
Y así, al igual que en su propio suelo eran las tribus indias las que pagaban ésa ambición con sus tierras y su sangre, allende sus fronteras les tocó a sus vecinos del sur y, fuera del continente, a los pueblos del Pacífico. De esta forma, las Islas Fiji pasaron a ser escenario de dos expediciones punitivas protagonizadas por la US Navy para castigar una serie de sucesos acaecidos entre 1855 y 1859.
Ese archipiélago melanesio situado al este de Australia, se compone de tres islas principales y otras muchas más pequeñas, todas de origen volcánico, que apenas suman 18.274 metros cuadrados de superficie total.
En 1849 ese paradisíaco lugar no lo era tanto, habida cuenta que pasaba un período de tensión en el que varios jefes estaban en disputa con Ratu Seru Epenisa Cakobau, señor de Bau, quien aspiraba a ser considerado rey de todo Fiji mientras que los demás sólo estaban dispuestos a considerarle vunivalu, un jefe supremo o primus inter pares, como hijo del titular en ese momento, Ratu Tanoa Visawaka.
En tal contexto, la estación comercial del norteamericano John Brown Williams en Lautoka (en Viti Levu, la isla principal) resultó destruida por un incendio en un oscuro incidente no del todo aclarado porque, al parecer, se reportó que el fuego había empezado por un cañonazo, supuestamente durante la celebración del Día de la Independencia.
No se sabe si Williams reconstruyó su negocio, pero al año siguiente volvía a pasar por la misma experiencia con otra de las tiendas que poseía, esta vez en Nukulau, donde su establecimiento quedó reducido a cenizas y lo poco salvable de la mercancía fue saqueado por los nativos.
Perfecto casus belli para un gobierno deseoso de hacer una demostración de fuerza como el estadounidense, que en octubre envió a la USS John Adams, una vieja fragata de 1799 habilitada como corbeta en 1809 y luego reconvertida otra vez en fragata en 1830, que tenía un largo currículum de participaciones en combate y ahora estaba destinada en el Pacífico. Al mando, el comandante Edward B. Boutwell desembarcó para proteger los intereses norteamericanos y exigió una indemnización de 45.000 dólares a Cakobau, amenazándole con apresarlo si no pagaba.
Era un método habitual el exigir una compensación desproporcionada a sabiendas de que no se podría satisfacer para tener la excusa con que intervenir; cuatro años después el gabinete español de O’Donnell hizo prácticamente lo mismo para iniciar una guerra en Marruecos y habría otros casos parecidos.
Cakobau no podía pagar, no tanto porque fuera una suma cuantiosa como por una cuestión de prestigio, consciente de que sus opositores se lanzarían sobre él. Cumplido el plazo del ultimátum, Boutwell guió una fuerza mixta de marines y marineros con la misión de capturar al jefe; hubo un enfrentamiento armado y los estadounidenses se impusieron con tres bajas (un muerto y dos heridos), pero los guerreros enemigos se dispersaron y el soberano se refugió en la selva. Así quedaron las cosas… de momento.
En diciembre de 1852 Cakobau fue finalmente reconocido vunivalu y, con el poder en sus manos, se lanzó a intentar unificar todo el archipiélago como rey. Empezaba una larga guerra civil que duraría diecinueve años y en cuyo contexto se volvió a producir un incidente que permitió a EEUU intervenir de nuevo.
En el verano de 1859 perdieron la vida dos comerciantes, ciudadanos de ese país, a manos de los indígenas, con el agravante de que sus cuerpos fueron devorados en un acto de canibalismo ritual, costumbre muy extendida en Oceanía. Los hechos ocurrieron en la isla de Waya, a donde se envió el llamado Pacific Squadron a tomar represalias. Como se puede deducir, se trataba de una escuadra naval que operaba en el Pacífico, habiendo entrado en combate ya en Sumatra y en la guerra con México.
En el caso de Fiji, se asignó la misión a la corbeta Vandalia, dirigida por el comandante Sinclair, aunque pronto quedó patente que para fondear en Waya era necesario un barco de menor calado y se contrató una goleta de curioso nombre, Mechanic, para cuyo mando Sinclair designó al teniente Caldwell.
Con treinta y seis años, Charles Henry Bromedge Caldwell era relativamente joven pero ya veterano. Unos años después combatiría en la Guerra de Sucesión en el bando de la Unión (al fin y al cabo había nacido en Massachusetts) y en su carrera profesional llegaría a ser comodoro, pero de momento empezó a forjarse un nombre en las Islas Fiji.
El oficial desembarcó con una pequeña fuerza de medio centenar de hombres, diez infantes de marina y el resto de la tripulación, todos con armas de fuego y además portando un cañón naval de doce libras. Les guiaron algunos nativos y contaron con la ayuda de tres marineros civiles que se sumaron a la expedición, uno de los cuales era Josiah Knowles, capitán del clíper Wild Wave, que también había sido destruido (aunque en otra isla, Oeno) y él y su personal tuvieron que ser rescatados por la Vandalia.
El intento de contactar con el enemigo fue respondido por éste en plan orgulloso y retador, así que se imponía la vía militar. Los estadounidenses avanzaron hacia el interior insular afrontando los obstáculos naturales que se les presentaban, desde el húmedo calor tropical y la frondosidad selvática, pasando por un abrupto terreno montañoso que les hizo perder el cañón al caer por un precipicio de setecientos metros, del que no se pudo recuperar.
Finalmente llegaron al pueblo de Somatti, donde les esperaban trescientos guerreros armados con lanzas, arcos, flechas, piedras y algunos mosquetes viejos. Ambos bandos trabaron entonces una batalla campal que se saldó con victoria para los atacantes, obtenida merced a una maniobra de flanqueo que descompuso las líneas contrarias.
Los nativos huyeron y se dispersaron por la selva mientras los expedicionarios entraban en la aldea y le prendían fuego. Entretanto los otros se reorganizaron e intentaron un contraataque por sorpresa pero los marines, que se habían quedado de guardia, los rechazaron.
Tras media hora de lucha, el choque terminó con catorce indígenas muertos y treinta y seis heridos; los soldados tuvieron un par de heridos de bala y cuatro marineros con daños por pedradas y flechas. Cargando con sus compañeros, los expedicionarios regresaron a la costa para embarcar en el Mechanic y la noticia de su victoria no tardó en difundirse como si de una gran hazaña se tratara.
Sin embargo, Cakobau no sólo mantuvo su libertad sino que en 1867 consiguió el trono del Reino de Bau para, cuatro años más tarde, unificar toda Fiji bajo su mandato en una monarquía constitucional con capital en Levuka. Y es que temiendo una anexión de EEUU, y tras convertirse al cristianismo aboliendo el canibalismo, se declaró vasallo de la reina Victoria. Hoy es una de las grandes figuras históricas nacionales de Fiji.
Fuentes
Paradise Past. The Transformation of the South Pacific, 1520-1920 (Robert W. Kirk) / Broken Waves. A History of the Fiji Islands in the Twentieth Century (Brij V. Lal) / A History of the Pacific Islands (I.C. Campbell) / Wikipedia.